—Apartaos para una inspección —ordenó automáticamente una nave imperial.
No tenían elección.
La ventruda nave imperial los recogió segundos después de emerger de una boca de tamaño mediano.
—Impuesto de transgresión —anunció un sistema informático—. El planeta Obejeeon exige que los transportes especiales paguen… —Siguió un borbotón de lenguaje de máquina.
—Paguemos —dijo Hari.
—Me pregunto si eso dejará una pista para Lamurk —dijo Dors por el comunicador interno.
—¿Qué opción tenemos?
—Usaré mis índices personales.
—¿Para atravesar un agujero de gusano? ¡Quedarás en bancarrota!
—Es más seguro.
Hari hervía de impaciencia mientras flotaban bajo la nave imperial suspendidos de grapas magnéticas. El agujero de gusano estaba en órbita de un mundo muy industrializado. Ciudades grises se extendían sobre los continentes y se propagaban a través de los mares en enormes hexágonos.
El Imperio tenía dos modalidades planetarias, rural y urbana. Helicón era un mundo-granja, socialmente equilibrado gracias a sus linajes tradicionales y sus estilos económicos estables. Esos y otros mundos femipastorales eran duraderos.
Obejeeon, en cambio, parecía satisfacer el otro impulso humano básico: el abarrotamiento, el contacto con el prójimo. Trantor era la cima del apiñamiento urbano.
A Hari siempre le había parecido extraño que la humanidad se dividiera tan fácilmente en dos modalidades. Ahora, sin embargo, su experiencia con los pans aclaraba esas tendencias.
El amor de los pans por lo abierto y lo natural encontraba su paralelismo en los mundos rústicos. Esto incluía una multitud de sociedades posibles, sobre todo el atractor femipastoral en el espacio psicohistórico.
Su polo opuesto —sociedades claustrofóbicas pero protectoras— surgía de las mismas raíces psicodinámicas que la reunión tribal pan. El obsesivo acicalamiento de los pans se expresaba entre los humanos en chismes y fiestas. Las jerarquías de los pans constituían la forma básica de diversos grupos atractores feudalistas: machista, socialista, paternalista. Incluso las raras thantocracias de algunos Mundos Caídos congeniaban con el esquema. Tenían figuras faraónicas que prometían la entrada en un trasmundo y constituían la exaltada cumbre de una rígida pirámide social con rangos muy detallados.
Ahora percibía esas categorías visceralmente. Ese era el elemento que faltaba.
Ahora podía incluir en las ecuaciones psicohistóricas matices que reflejaban la experiencia obtenida. Eso sería mucho mejor que las secas abstracciones que lo habían guiado hasta entonces.
—Están sobornados —dijo Dors por el comunicador—. Cuánta corrupción.
—Sí, chocante. —¿Se estaba volviendo cínico? Quería dar la vuelta para hablar con ella, pero esa mininave no les permitía conversar demasiado.
—Vámonos.
—¿Adonde?
—A… —Hari comprendió que no tenía ni idea.
—Tal vez hayamos eludido a los perseguidores —dijo Dors con una voz tensa que él había aprendido a reconocer.
—Me gustaría ver Helicón de nuevo.
—Ellos esperarían eso.
Él sintió una punzada de frustración. Hasta ahora no había advertido cuan cerca de su corazón estaba su infancia. ¿Trantor lo había vuelto sordo a sus propias emociones?
—¿Entonces?
—Aproveché esta pausa para alertar a un amigo por enlace de gusano —dijo Dors—. Quizá podamos regresar a Trantor por un camino indirecto.
—¡Trantor! Lamurk…
—Tal vez no espere semejante audacia.
—Lo cual habla a favor de la idea.