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Si al principio Buta Fyrnix era como un grano de arena en el zapato, ahora había alcanzado el tamaño de una roca.

—¡Ella es imposible! No se calla nunca —le dijo a Dors cuando al fin estuvieron solos—. Mira, vine a Sark por la psicohistoria, no para recibir adulaciones. ¿Cómo fallaron aquí los amortiguadores sociales? ¿Qué mecanismo social fracasó, permitiendo este descabellado Renacimiento?

—Mi Hari, me temo que no tienes olfato para detectar las tendencias en la vida misma. Te sientes abrumado. Te encuentras más cómodo manejando datos.

—Concedido. Tanta efervescencia es perturbadora. Pero todavía me interesa saber cómo recobraron esos viejos simulacros. Si pudiera dejar de hacer excursiones para conocer su «renacimiento» en estas calles bulliciosas…

—De acuerdo —concedió Dors—. Diles que quieres trabajar un poco. Nos quedaremos en nuestras habitaciones. Me preocupa que alguien detecte nuestro paradero. Estamos a sólo un salto de Panucopia.

—Necesitaré acceso a los archivos de mi oficina. Un rápido enlace con Trantor…

—No, no puedes trabajar usando un enlace. Lamurk podría rastrearlo fácilmente.

—Pero no tengo los archivos…

—Tendrás que apañártelas.

Hari miró el paisaje, que sin duda era espectacular. Vistas inmensas, crecimiento acelerado.

Pero más incendios acechaban en el horizonte. En las calles de Sarkonia había alegría, y también furia. Los laboratorios bullían con energías nuevas, la innovación ardía por doquier, el cambio y caos crepitaban en el aire.

Sus predicciones eran estadísticas, abstractas. Era alarmante comprobar que se harían realidad tan pronto. No le gustaba la atmósfera turbulenta de ese lugar, aunque la comprendiera. Por el momento.

Los extremos de opulencia e indigencia eran pasmosos. Sabía que el cambio provocaba eso.

En Helicón había visto y vivido la pobreza. Cuando era niño, su abuela le había comprado un impermeable varias tallas más grande, «para aprovecharlo mejor». A su madre no le gustaba que él jugara a la pelota porque gastaba pronto sus zapatos.

En Sark, como en Helicón, los verdaderos pobres estaban en las tierras fronterizas.

Algunos ni siquiera podían costearse combustibles fósiles. Hombres y mujeres trajinaban el día entero mirando el trasero de la mula que abría el surco.

En su propia familia algunos habían huido de esa vida dura para trabajar en las líneas de montaje. Un par de generaciones después, los obreros fabriles habían juntado dinero suficiente para comprar una licencia de conductor comercial. Hari recordaba a sus tíos, acumulando heridas igual que su padre. Sin dinero, el dolor regresaba años después en articulaciones descoyuntadas y piernas deformadas, en lesiones permanentes que habrían sido asombrosas para un trantoriano.

Viviendo en chozas precarias, los heliconianos operaban grandes, potentes y peligrosas máquinas agrícolas que costaban más de lo que cualquiera de ellos ganaría en una vida. Sus vidas eran oscuras, lejos de las almenas del altivo Imperio. Cuando morían, no dejaban nada salvo su inasible recuerdo, la leve ceniza de un ala de mariposa incinerada en un incendio forestal.

En una sociedad estable su dolor habría sido más leve. Su padre había muerto mientras trabajaba más de la cuenta en una gran máquina. El año anterior había ido a la bancarrota y estaba luchando para recobrarse.

Para su padre, los vaivenes económicos habían resultado tan mortíferos como la apisonadora de acero que lo aplastó. La oscilación de mercados distantes había cometido un homicidio, y entonces Hari supo lo que él debía hacer. Debía derrotar la incertidumbre, encontrar orden en la aparente discordia. La psicohistoria podía existir, y sostenerse.

Su padre…

—¡Académico! —La penetrante voz de Buta Fyrnix lo arrancó de sus evocaciones.

—En cuanto a esa excursión por las instalaciones, no me siento con ánimo para…

—Oh, eso no es posible, me temo. Un disturbio local, sumamente lamentable. —Buta cambió de tema—. Pero quisiera que usted hablara con nuestros ingenieros. Han diseñado nuevos tiktoks autónomos. Dicen que pueden mantener el control usando sólo tres leyes básicas. ¡Imagínese!

Dors no pudo disimular su sorpresa. Abrió la boca, titubeó, calló. Hari también sintió alarma, pero Buta Fyrnix siguió perorando sobre los nuevos proyectos de Sark. Al fin enarcó las cejas.

—Ah, sí —dijo efusivamente—, tengo más buenas noticias. Un escuadrón imperial acaba de llegar para visitarnos.

—¿Sí? —preguntó Dors—. ¿A las órdenes de quién?

—De un tal Ragant Divenex, general de sector. Acabo de hablar con él.

—¡Maldición! —dijo Dors—. Es un sicario de Lamurk.

—¿Estás segura? —preguntó Hari, notando que ella había hecho una breve pausa para consultar sus archivos internos.

Dors asintió.

—Bien —dijo Buta Fyrnix con calma—, sin duda él se sentirá honrado de escoltarlos de vuelta a Trantor cuando esta visita haya terminado. Pero esperamos que no sea pronto…

—¿Él nos mencionó? —preguntó Dors.

—Preguntó si ustedes disfrutaban de…

—¡Maldición! —exclamó Hari.

—Un general de sector comanda todos los agujeros de gusano si lo desea, ¿verdad? —preguntó Dors.

—Eso supongo —respondió Fyrnix con desconcierto.

—Estamos atrapados —dijo Hari.

Fyrnix lo miró alarmada.

—Pero sin duda usted, un candidato a primer ministro, no debe temer…

—Silencio. —Dors acalló a la mujer con gesto severo—. En el mejor de los casos, Divenex nos encerrará aquí.

—Y en el peor, habrá un «accidente» —dijo Hari.

—¿No hay otra manera de salir de Sark? —le preguntó Dors a Fyrnix.

—Yo no recuerdo…

—¡Piense!

—Por cierto —dijo la sobresaltada Fyrnix—, tenemos navegantes que en ocasiones usan los gusanos salvajes, pero…