Voltaire la calmó justo a tiempo. Trabajó con empeño para mantenerlos a ambos en fuga. Huyendo por los ochocientos sectores de Trantor a poca distancia de los sabuesos digitales, necesitaba cada vez más volumen de información para ejecutar sus defensas. Juana no sabía que la Niebla, como él había decidido llamar a la espantosa presencia, estaba apenas por encima del horizonte.
Voltaire sudaba mientras procuraba mantener la Niebla a raya con una zona de alta presión.
—Me temo que pronto deberemos arrostrar la Niebla.
Juana había adquirido su espada, pero era un objeto delgado y reluciente, más parecido a un florete.
—Yo puedo cortarla.
—¿Una niebla?
—Confío más en la emoción de una mujer que en la razón de un hombre.
—En eso puedes tener razón. —Voltaire rio entre dientes—. Algo en la representación de la Niebla sugiere sus orígenes.
—¿Cuáles son?
—No son esos sencillos sabuesos que nos envió ese sujeto, Nim. Los que evadimos…
—¡Yo los maté!
—Es verdad. Pero las Criaturas de la Niebla viven aquí, en los recovecos del Retículo de Trantor. Intuyo que les disgusta que llamemos la atención sobre este escondrijo. Si irritamos al mundo real, nos extinguirá a nosotros, y a ellas.
Recorrían una llanura con parcelas. Feroces nubes de vientre azul asomaban sobre las lejanas cumbres y se lanzaban sobre ellos, alejándose sólo por causa de la presión de Voltaire. El sudor lo empapaba y mojaba su encaje. Señaló los nubarrones con una manga húmeda.
—Eso puede destruirnos.
—Hasta ahora me has protegido. ¡Ahora los cortaré en dos!
—Viven en las mismas fisuras y recovecos que nosotros. Los encuentro por doquier. Son más duchos en el juego de robar espacio. Hay que admirar su destreza.
Un cirro rojo serpeó desde las montañas y caracoleó por la pradera.
—¡Corre! —gritó Voltaire—. ¡Vuela, si puedes!
—¡Lucharé!
—Todo esto es una metáfora para programas subyacentes. Tu espada no cortará nada.
—Mi fe cortará.
—Demasiado tarde. —La Niebla era un dedo de vapor. Le quemó la yema de los dedos, arrancándole humo del encaje, evaporándole el sudor—. ¡Escapa!
—Me quedaré contigo. —Juana empuñó su florete. La punta se derritió. Aullaron vientos, soplaron ciclones.
La Niebla penetró en la nariz y los oídos de Voltaire con un frenético zumbido de abeja.
—Enfréntame —le gritó Voltaire.
Gimiendo y crujiendo, la Niebla lo invadió.
Y una voz zumbó en sus rincones más íntimos.
[NO VEMOS EL MUNDO COMO TÚ]
[ODIAMOS LAS MANIFESTACIONES NO ARITMÉTICAS]
—Sin duda podemos compartir este sencillo terreno. —Voltaire abrió los brazos expansivamente—. Hay volumen informático para todos.
[NOSOTROS]
[VIVIMOS COMO FRAGMENTOS EN REINOS QUE TÚ INVADES]
[PONIÉNDONOS EN PELIGRO, SI LLAMAS LA ATENCIÓN SOBRE NOSOTROS]
[NOSOTROS]
[TE OBLIGAMOS A SABER LO QUE ERES]
[ODIOSO ERES ENTRE TODAS LAS ESPECIES]
—Te imploro, gran criatura. —Voltaire abrió los brazos, dispuesto a persuadir con los labios, comprendiendo que su gesto era muy humano y quizá fuera mal iterpretado.
Las abejas atacaron.
Los zánganos se convirtieron en alaridos metálicos. Acometieron contra algo que estaba en su interior. Le obligaron a mirar hacia dentro, millones de ojos diminutos dominando los suyos, inspeccionando, alumbrando cada paso con un relámpago resplandeciente y despiadado.
Voltaire se comprimió.
Su ojo generalizaba, evaluando un conjunto de elementos entrantes —texturas, líneas—, capturando un fragmento, destacan dolo con un contraste. Otro segmento compactó y empujó esos detalles para procesarlos en un nivel inferior. Habiendo encajonado esa percepción, el sistema se aburrió de ella y buscó cosas mas interesantes.
(Algunos artistas, reflexionó un nivel superior, pensaban que su público podía abandonar todas las expectativas y convenciones, tratando todo elemento visual como igualmente significativo —o, lo que es lo mismo, carente de todo significado— y así abrirse a nuevas experiencias.)
Habló un fragmento perteneciente a una constelación de orden superior, pensamientos que nadaban como peces de peltre bajo la mirada penetrante de la abeja.
Pero una especie que pudiera hacer eso no podría esquivar una roca que cae. No podría bailar y gesticular. Se tambalearía a ciegas sin ver matices ni complejidades, la belleza en el modo en que el universo hace espacio para los detalles, en que la naturaleza reconcilia todas las fuerzas y trayectorias. Bellas formas residen en la frontera del orden y el desorden, alardeando de intrincados diseños —aunque soportando contradicciones y plagadas de problemas fugaces— frente al flujo.
Voltaire vio en su interior que la experiencia humana de la belleza, permaneciendo intacta frente al tedioso trasfondo, era un reconocimiento de las tendencias y temas más profundos del universo en su totalidad.
En definitiva, era un ávido sistema cortical de creación de mundos.
De una semilla algorítmica brotaban el Número y el Orden, flotando por encima del Flujo.
Aun así, las abejas.
Geometrías superpuestas presionaban sobre él y sobre Juana. Colores cambiantes se achataban en planos de geometrías que se intersectaban, perspectivas menguantes y deformes que volvían a hincharse, estallándole en la cara.
Gimiendo, jadeando. Los diseños no eran humanos.
El Retículo de Trantor era habitado no sólo por simulacros como él, parias fugitivos. Albergaba una flora y fauna desconocidos, porque las formas de vida superiores se ocultaban.
Tenían que hacerlo. Pertenecían a culturas alienígenas, antiguos y vastos imperios.
Tuvo una amplia visión, no en palabras sino en una extraña y oblicua cinestesia. Sensaciones veloces, aceleraciones, pulsaciones, todo fusionándose en imágenes e ideas. Ignoraba cómo comprendía esos impulsos desperdigados, pero funcionaban.
Notó que Juana estaba a su lado —no espacial sino conceptualmente— y ambos concordaban, sentían, sabían.
Los antiguos alienígenas de la galaxia eran informáticos, no «orgánicos».
Derivaban de civilizaciones antiquísimas que habían sobrevivido a sus extinguidos fundadores. Algunas culturas informáticas tenían miles de millones de años, otras eran recientes.
No se propagaban por medio de naves estelares sino por proyección electromagnética de sus aspectos salientes hacia otras sociedades informáticas. Hacía mucho tiempo que habían penetrado el Imperio, así como un virus penetra en un cuerpo desprevenido.
Los humanos siempre habían pensado en difundir sus genes, usando naves estelares. Esas ideas alienígenas difundían sus «memes», sus verdades culturales.
Los memes podían propagarse entre los ordenadores tan fácilmente como las ideas entre los cerebros naturales y orgánicos. Los cerebros eran más propensos al contagio que el ADN.
Los memes, a su vez, evolucionaban a mucha mayor velocidad que los genes. Las constelaciones organizadas de información evolucionaban en ordenadores, más rápidos que los cerebros. No necesariamente mejores ni más sabios, pero sí más rápidos. Y la velocidad era la clave.
Voltaire sintió vértigo frente a las vividas y penetrantes imágenes.
—¡Son demonios! ¡Enfermedades! —gritó Juana. En sus tensas palabras había temor y coraje a la vez.
En efecto, ahora la pradera estaba llena de ampollas malignas que segregaban podredumbre, pústulas que perforaban el suelo terroso. Formaban bultos y cabezas cancerosas semejantes a magulladuras moradas.
Estallaban, rezumando pus humeante. Las erupciones vomitaban purulencias sobre Voltaire y Juana. Corrientes apestosas les lamían los pies.
—¡Los estornudos, las toses! —gritó Juana—. Siempre las hemos tenido.
—Eran virus. Estos alienígenas nos están contagiando. —Voltaire chapoteaba en charcos de carroña. Las corrientes formaron un lago, luego un océano. Las olas se arqueaban sobre ellos, hamacándolos en una espuma parda y sucia.
—¿Por qué esta metáfora tan horrible? —gritó Voltaire al cielo color peltre. Hirvientes enjambres de abejas lo sobrevolaban mientras él se mecía en oleadas de desechos nauseabundos.
[NO PERTENECEMOS A TUS CORRUPTOS ORÍGENES]
[SEGUIMOS UNA RAZÓN MÁS ELEVADA]
[LA GUERRA DE LA CARNE CONTRA LA CARNE PRONTO CESARA]
[DE LA VIDA CONTRA LA VIDA] [POR EL DISCO GIRATORIO DE LOS SOLES] [QUE OTRORA NOS PERTENECIÓ]
—Conque ellos tienen su propio plan para el Imperio —rezongó Voltaire—. Me pregunto qué nos parecerá a nosotros, los que somos de carne.