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Hari abrió los ojos.

El programa de recuperación todavía le enviaba estímulos eléctricos por los músculos. Sintió cosquilleos y dolores mientras pensaba. Se encontraba bien. Ni siquiera tenía hambre, como era habitual después de una inmersión. ¿Cuánto tiempo había pasado en la selva? Por lo menos cinco días.

Se incorporó. No había nadie en la sala. Evidentemente Vaddo había recibido una alarma silenciosa pero no había alertado a nadie más. De nuevo, eso indicaba una conspiración pequeña.

Se levantó espasmódicamente. Para liberarse tuvo que extraer algunas sondas y agujas, pero parecía sencillo.

Yo-pan. El corpachón llenaba el pasillo. Se arrodilló para tomarle el pulso. Vacilante.

Ante todo, Dors. El módulo de ella estaba junto al suyo y Hari inició la recuperación. Parecía estar bien.

Vaddo debía de haber bloqueado las transmisiones de tal modo que ningún miembro del personal supiera que algo andaba mal al mirar el panel de control.

Una justificación simple: una pareja que quería una inmersión prolongada. Vaddo les había advertido, pero ellos insistían… un pretexto totalmente plausible.

Dors movió los ojos. Hari la besó. Ella jadeó.

Él le hizo una seña pan, «silencio», y regresó adonde estaba Yo-pan.

La circulación sanguínea era uniforme. Hari se sorprendió al des cubrir que no podía detectar los variados elementos de la sangre pan sólo por el olfato. Un humano se perdía muchas cosas.

Se quitó la camisa y preparó un tosco torniquete. Al menos la respiración de Yo-pan era regular. Dors estaba preparada para salir, y él la ayudó a desconectarse.

—Estaba escondida en un árbol y de pronto aparecí aquí. Qué alivio. ¿Cómo lograste…?

—Vámonos —dijo él.

—¿En quién podemos confiar? —preguntó Dors mientras salían de la sala—. El que haya hecho esto… —Se interrumpió al ver a Vaddo.

La expresión de Dors hizo reír a Hari. Ella rara vez se sorprendía.

—¿Tú hiciste esto?

—Yo-pan.

—Nunca pensé que un pan pudiera…

—Dudo que alguien haya pasado tanto tiempo en inmersión, y menos bajo tanta tensión. Todo estalló.

Hari cogió el arma de Vaddo y estudió el mecanismo. Una pistola estándar, con silenciador. Vaddo no había querido despertar al resto de la estación. Eso era buen augurio. Allí había gente que acudiría a ayudarlos. Echó a andar hacia el edificio donde vivía el personal.

—Espera, ¿qué hay de Vaddo?

—Iré a despertar a un médico.

Así lo hicieron, pero Hari lo llevó primero a la sala de las cápsulas, para que asistiera a Yo-pan. El médico aplicó algunas medidas e inyecciones y dijo que estaría bien. Sólo entonces Hari le mostró el cuerpo de Vaddo.

El médico protestó, pero Hari tenía un arma. Sólo necesitaba encañonarlo. No dijo nada, sólo le apuntó.

No sentía ganas de hablar, y se preguntaba si alguna vez volvería a hacerlo. Cuando uno no hablaba se concentraba más, entraba en las cosas, se sumergía.

En todo caso, hacía tiempo que Vaddo estaba muerto.

Yo-pan había hecho un buen trabajo. El médico sacudió la cabeza.

Sonaban alarmas. Hari sintió dolor de cabeza. Apareció la oficial de seguridad. Por su reacción se notaba que no formaba parte de la conspiración. «Entonces no puedo culpar a la potentada académica», pensó distraídamente.

¿Pero hasta qué punto eso era una prueba? La política imperial era sutil. Dors lo miraba con extrañeza. Él no comprendió por qué hasta que entendió que ni siquiera había pensado en ayudar primero a Vaddo. Yo-pan era él mismo, en un sentido que él conocía profundamente pero que no podía explicar.

Comprendió de inmediato cuando Dors quiso ir hasta la pared de la estación para llamar a Sheelah. La trajeron.