16

Patrullaban al estilo pan.

Él y Dors dejaron que sus niveles básicos se hicieran cargo, partes del cerebro expertas en movimiento silencioso, alertas a cada ramita.

Cuando dejaron atrás a los humanos, los pans se volvieron aún más cautos. Tenían pocos enemigos naturales, pero el tenue olor de un solo depredador cambiaba la percepción del bosque.

Yo-pan trepó a árboles altos y pasó horas escudriñando el descampado antes de aventurarse. Evaluó excrementos, huellas, ramas torcidas.

Descendieron por la larga cuesta del valle y permanecieron en la selva. Hari sólo había echado un vistazo al gran mapa de color de la zona que todos los huéspedes recibían, y le costaba recordarlo bien.

Al fin reconoció una cumbre distante con forma de pico y recobró el ánimo. Dors localizó un arroyo que desembocaba en el río principal y eso los ayudó, pero aún ignoraban cómo llegar a la estación de excursiones y a qué distancia estaban.

«¿Por allá?», preguntó Hari, señalando el risco.

«No. Allá», insistió Dors.

«Lejos, no.»

«¿Por qué?»

Lo peor era que no podían hablar. Hari no sabía con certeza si la tecnología de inmersión funcionaba mejor a corta distancia, quizá menos de cien kilómetros. Y tenía sentido mantener a los sujetos a poca distancia. Por cierto Vaddo y los demás habían llegado rápidamente a la tribu.

«Aquí», insistió.

«No.» Dors señaló valle abajo. «Tal vez allá.»

Ojalá Dors entendiera la idea general. Sus señas eran escasas y él sentía una creciente irritación. Los pans tenían sensaciones fuertes, pero eran muy limitados.

Yo-pan lo expresaba moviendo ramas y piedras, colgándose de troncos. Eso no ayudaba mucho. La necesidad de hablar era como una presión que él no podía aliviar. Dors también la sentía. Sheelah rezongaba, presa de la frustración.

Por debajo de su mente, Hari sentía la humeante presencia de Yo-pan. Nunca habían estado tanto tiempo juntos y la urgencia crecía entre los dos sistemas mentales conectados. Ese inestable matrimonio revelaba crecientes tensiones.

«Siéntate. Quieta», Dors obedeció. Él se llevó la mano a la oreja.

«¿Vienen los malos?»

No. Escucha. Hari señaló a Sheelah, que no comprendió. Garrapateó en el polvo: APRENDE DE LOS PANS. Sheelah abrió la boca y asintió.

Se agazaparon a la sombra de arbustos espinosos y escucharon los ruidos de la selva. Oyeron correteos y murmullos. El polvo colgaba en franjas de luz oblicuas, derramándose en estrías amarillas desde la techumbre de la selva. Del suelo manaban olores, mensajeros químicos que indicaban a Yo-pan potenciales alimentos, un mullido légamo para descansar, corteza para mascar. Hari elevó la cabeza de Yo-pan para escudriñar el valle, meditando, y sintió una resonancia.

Para Yo-pan el valle tenía un sentido que trascendía las palabras. Su tribu lo había impregnado de emociones y asociaciones: grietas donde un amigo había caído y perecido, sitios donde habían encontrado frutas, o donde se toparon con dos grandes felinos y los combatieron. Era un paisaje intrincado y pictórico de sentido, el mecanismo pan del recuerdo.

Hari urgió a Yo-pan a pensar en lo que había más allá del risco y la respuesta fue una angustia difusa. Presionó sobre ese núcleo, y una imagen afloró en la mente de Yo-pan, orlada de miedo. Una mole rectangular se perfiló contra el cielo. La estación de excursiones.

«Allá», le señaló a Dors.

Yo-pan tenía recuerdos simples, fuertes y temerosos de ese lugar. Allí habían llevado a los miembros de su tribu para instalarles los implantes que permitían la inmersión antes de devolverlos a su territorio.

«Lejos», dijo Dors.

«Vamos.»

«Duro. Lento.»

«Si nos quedamos aquí, nos atraparán.»

Dors lo miró con escepticismo. «¿Luchar?»

Preguntaba si lucharían contra Vaddo allí o una vez que llegaran a la estación. «Aquí no. Allá.»

Dors frunció el ceño pero aceptó. Hari no tenía un plan, sólo la idea de que Vaddo no esperaba pans en la estación. Entonces él y Dors contarían con el elemento sorpresa. Cómo, no tenía ni idea.

Se estudiaron, tratando de ver al otro en un rostro extraño. Ella se acarició el lóbulo de la oreja, el gesto de Dors para calmarse. Hari sintió un cosquilleo, pero no supo qué decir. Ese momento resumía la desesperanza de la situación.

Era evidente que Vaddo intentaba matar a Hari y Dors a través de Yo-pan y Sheelah. ¿Qué sería de sus cuerpos? La conmoción de experimentar la muerte a través de la inmersión podía resultar fatal. Sus cuerpos sufrirían un shock neurológico y nunca recobrarían la conciencia.

Vio una lágrima en la mejilla de Sheelah. Ella sabía que la situación era muy delicada. Él la cogió en sus brazos y, mirando las montañas, se sorprendió de encontrar lágrimas en sus propios ojos.