14

Pasaron un último día en inmersión, tomando el sol junto a un arroyo con sus pans. Le habían pedido a Vaddo que llevara la lanzadera el día siguiente y reservara un tránsito por agujero de gusano. Luego entraron en la cápsula de inmersión y se hundieron en un último ensueño.

Hasta que Grandote comenzó a montar a Sheelah.

Hari/Yo-pan se incorporó con aturdimiento. Sheelah le gritaba a Grandote. Lo abofeteó.

Grandote había montado antes a Sheelah. Dors se había ausentado rápidamente, y su mente había regresado a su cuerpo.

Ahora algo había cambiado. Yo-pan se aproximó y le hizo señas a Sheelah, quien le arrojaba guijarros a Grandote. «¿Qué?»

Ella movió las manos rápidamente. «No puedo.»

No podía ausentarse. Algo andaba mal en el módulo. Él podía regresar, avisarlos.

Hari hizo el pase mental que le permitiría ausentarse.

Nada.

Intentó de nuevo. Sheelah arrojaba polvo y guijarros, alejándose de Grandote. Nada.

No había tiempo para pensar. Hari se interpuso entre Sheelah y Grandote.

El corpulento pan frunció el ceño. Su amigote Yo-pan se interponía.

Negándole una hembra. Grandote parecía haber olvidado el reto y la zurra del día anterior.

Se puso a bramar, con ojos grandes y blancos. Sacudió los brazos, apretó los puños.

Hari inmovilizó a su pan. Necesitó gran fuerza de voluntad para calmarlo.

Grandote movió el puño como un garrote.

Yo-pan lo esquivó. Grandote erró.

Era difícil controlar a Yo-pan, quien quería huir. Oleadas de miedo atravesaban la mente del pan, estrías amarillas en honduras negras.

Grandote acometió, golpeando la espalda de Yo-pan. Hari sintió la sacudida, un dolor penetrante en el pecho. Tropezó, cayó con fuerza.

Grandote aulló triunfalmente. Elevó los brazos al cielo.

Hari notó que Grandote se le subiría encima. Le pegaría de nuevo. De pronto sintió un odio profundo.

Desde ese rojo hervor sintió que podía controlar mejor a Yo-pan. No sólo lo conducía sino que se sentía dentro de él, sentía su temor rojo y su furia de hierro. La ira de Yo-pan se sumó a la de Hari. Las dos formaron un concierto, y el furor se acrecentó como reflejándose en paredes duras.

Aunque no fuera la misma clase de primate, conocía a Yo-pan. Ninguno de los dos aguantaría otra zurra. Y Grandote no conseguiría a Sheelah/Dors.

Rodó a un costado. Grandote golpeó el suelo, errándole.

Yo-pan se incorporó y pateó a Grandote en las costillas. Una, dos veces. Luego en la cabeza.

Jadeos, gritos, polvo, guijarros. Sheelah todavía los bombardeaba a ambos. Yo-pan temblaba con hirviente energía y retrocedió.

Grandote sacudió la cabeza sucia de polvo. Se arqueó y se incorporó con robusta elegancia, contrayendo el rostro. Abrió los ojos, blancos y rojos.

Yo-pan ansiaba huir. Sólo la furia de Hari lo mantenía en su sitio.

Pero era un equilibrio estático de fuerzas. Yo-pan parpadeó mientras Grandote acometía, aunque con cautela después de los golpes que había recibido.

«Necesito alguna ventaja», pensó Hari, mirando en torno.

Podía pedir aliados. Furtivo caminaba nerviosamente en las cercanías.

Algo le dijo a Hari que esa estrategia no era la indicada. Furtivo aún era el lugarteniente de Grandote. Sheelah era demasiado menuda para cambiar las cosas. Miró a los demás pans, que parloteaban ansiosamente. Tomó una decisión. Recogió una piedra.

Grandote gruñó de sorpresa. Los pans no se atacaban con piedras. Las piedras sólo eran para repeler invasores. Estaba infringiendo un código social.

Grandote aulló, hizo señas a los demás, golpeó el suelo, resopló. Luego acometió.

Hari arrojó la piedra. Grandote recibió la pedrada en el pecho, cayó.

Grandote se incorporó, más furioso que antes. Yo-pan retrocedió, ansiando correr. Hari sintió que perdía el control, y vio otra piedra. Un tamaño adecuado, a dos pasos de distancia. Dejó que Yo-pan girase para huir, lo detuvo ante la piedra. Yo-pan no quería agarrarla. El pánico lo dominaba.

Hari derramó su furia en el pan, le obligó a bajar los brazos. Las manos cogieron la piedra. La mera furia hizo que Yo-pan se volviera para enfrentar a Grandote, que lo perseguía. Para Hari, el brazo de Yo-pan se alzó en un movimiento dolorosamente lento. Se arqueó para darle impulso. La piedra le pegó a Grandote en la cara.

Grandote se tambaleó. La sangre le cubrió los ojos. Yo-pan sintió ese olor ferroso, y el pegajoso olor de la furia.

Hari obligó al trémulo Yo-pan a agacharse. Había otras piedras en las cercanías, preparadas por las hembras para cortar hojas de las ramas. Recogió una que tenía un borde dentado.

Grandote sacudió la cabeza, aturdido.

Yo-pan miró los rostros graves de su tribu. Nadie había usado una piedra contra un miembro de la tribu, y menos contra Grandote. Las piedras eran para los Extraños.

El silencio se prolongó. Los pans no se movían. Grandote miraba incrédulamente la sangre que le salpicaba la mano abierta.

Yo-pan avanzó y alzó la piedra afilada, el filo hacia fuera. Un filo tosco pero hiriente.

Grandote agitó las fosas nasales y atacó. Yo-pan movió la piedra en el aire, rozando la mandíbula de Grandote.

Grandote abrió los ojos. Resopló, jadeó, arrojó polvo, aulló. Yo-pan se quedó donde estaba, piedra en mano. Grandote continuó exhibiendo su furia un largo rato, pero no atacó.

La tribu observaba con intenso interés. Sheelah se acercó a Yo-pan. Habría ido contra el protocolo que una hembra participara en los ritos masculinos de dominación.

El movimiento de Sheelah indicaba que la confrontación había terminado. Pero Furtivo no quería saber nada de eso. Aulló, golpeó el suelo y se puso junto a Yo-pan.

Hari se sorprendió. Con Furtivo quizá pudiera resistir contra Grandote. No era tan tonto como para creer que ese enfrentamiento apaciguaría a su enemigo. Habría otros desafíos y tendría que luchar. Furtivo sería un aliado útil.

Notó que estaba pensando con la lenta y muda lógica de Yo-pan. Daba por sentado que la busca de poder jerárquico era un factor dado, el gran objetivo de su vida.

Esta revelación lo sorprendió. Sabía que estaba fusionándose con la mente de Yo-pan, controlando algunas funciones de abajo para arriba, internándose en la profunda circunvolución. No se le había ocurrido que el pan se fusionara con él. ¿Estaban desposados en una intrincada maraña donde la mente y el yo se dispersaban?

Furtivo estaba junto a él, mirando de hito en hito a los demás pans, sacando pecho. Yo-pan se sentía igual, clavado en el instante. Hari comprendió que tendría que hacer algo, romper el ciclo de dominio y sumisión que gobernaba a Yo-pan en el nivel neurológico profundo.

Se volvió a Sheelah. «Sal», indicó.

«No. No.» Ella arrugó el rostro pan con angustia.

«Márchate.» Él señaló la arboleda, la señaló a ella, se señaló a sí mismo.

Ella extendió las manos en un gesto de impotencia.

Era exasperante. Tenía tanto que decirle y debía expresarlo con unos pocos signos. Parloteó con voz aguda, procurando en vano que los labios y el paladar del pan formaran palabras.

Era inútil. Lo había intentado antes, pero ahora lo ansiaba con todas sus fuerzas y el equipo no funcionaba. No podía funcionar. La evolución había modelado el cerebro y las cuerdas vocales paralelamente. Los pans se acicalaban, las personas hablaban.

Dio media vuelta y comprendió que se había olvidado de que Grandote lo miraba con furia. Furtivo montaba guardia, confundido ante el repentino desinterés de su nuevo líder, y ante el hecho de que le hiciera gestos a una mera hembra.

Hari se irguió cuanto pudo y movió la piedra. Esto produjo el efecto deseado. Grandote retrocedió un palmo, y el resto de la tribu se aproximó. Hari obligó a Yo-pan a avanzar audazmente. A estas alturas no requería gran esfuerzo, pues Yo-pan estaba disfrutando muchísimo del momento.

Grandote se echó atrás. Las hembras se apartaban de Grandote y se aproximaban a Yo-pan.

«Si tan sólo pudiera dejarlo en manos de las hembras», pensó Hari.

Trató de ausentarse de nuevo. Nada. El mecanismo de la estación no funcionaba. Y algo le decía que no iban a repararlo.

Le entregó la piedra afilada a Furtivo. El pan pareció sorprendido, pero la aceptó. Hari esperaba que el simbolismo del gesto fuera comprendido, porque no tenía tiempo que perder en política pan. Furtivo alzó la piedra, miró a Yo-pan, gritó con voz tonante y triunfal.

Hari se alegró de que Furtivo distrajera a la tribu. Cogió a Sheelah del brazo y la condujo a la arboleda. Nadie los siguió.

Sintió alivio. Si otro pan los hubiera perseguido, habría confirmado sus sospechas. Vaddo podía seguirle el rastro.

Luego recordó que la ausencia de pruebas no es prueba de ausencia.