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—No lo entiendo —dijo Dors durante la cena.

—¡Pero son tan parecidos a nosotros! Tenemos que haber compartido algunos contactos. —Hari dejó la cuchara—. Me pregunto si serían mascotas hogareñas, mucho antes del comienzo del viaje estelar.

—Yo no les habría permitido desordenar mi casa.

Los humanos adultos pesaban poco más que los pans, pero eran mucho más débiles. Un pan podía alzar cinco veces más peso que un hombre en buen estado.

El cerebro humano era tres o cuatro veces más voluminoso que el de un pan. Un bebé humano de pocos meses ya tenía un cerebro más grande que un pan adulto. Además las personas tenían una arquitectura cerebral distinta.

¿Pero eso era todo?

Si los pans dispusieran de un cerebro más grande y del lenguaje, si dependieran menos de la testosterona, si tuvieran más inhibiciones, si se rasurasen y se cortaran el pelo, si aprendieran a plantarse con firmeza sobre las patas traseras, uno tendría pans de lujo que parecerían y actuarían en forma bastante humana.

—Mira —le dijo a Dors—, lo cierto es que están tan cerca de nosotros como para hacer funcionar un modelo de psicohistoria.

—Para que alguien crea eso, tendrás que demostrar que son tan inteligentes como para entablar interacciones intrincadas.

—¿Y qué hay de sus actividades de forrajería y caza?

—Vaddo dice que ni siquiera pudieron entrenarlos para trabajar en la estación.

—Te demostraré a qué me refiero. Dominemos juntos su método. —¿Qué método?

—El método básico. Conseguir suficiente comida. Ella mordió un bistec. Se trataba de un carnoso herbívoro local, procesado y «desgrasado para el exigente paladar urbano», como decía el folleto.

Mascando con inusitada ferocidad, Dors lo miró.

—De acuerdo. Si un pan es capaz de hacer algo, yo soy capaz de hacerlo mejor.

Dors le hizo una seña como si fuera Sheelah. «Que comience la competición.»

La tribu estaba forrajeando. Hari dejó que Yo-pan caminara y no trató de dominar las ondas emocionales que cruzaban la mente del pan. Había mejorado en ello, pero ante un repentino olor o ruido podía perder el control. Y guiar la tosca mente pan para una tarea complicada todavía era como mover una marioneta con hilos de goma.

Sheelah/Dors le hizo una seña. «Por aquí.»

Habían elaborado un código de pocos centenares de palabras, usando los dedos y gestos faciales, y sus pans parecían apañárselas bastante bien con ellos. Los pans tenían un lenguaje tosco que mezclaba los gruñidos, los movimientos de hombros y los gestos con dedos. Estos tenían significados inmediatos, pero no en el sentido habitual de las oraciones. La mayoría sólo establecía asociaciones.

«Árbol, fruta, vamos», dijo Dors. Se dirigieron hacia una promisoria arboleda, pero la corteza era demasiado resbaladiza.

El resto de la tribu ni siquiera se había molestado. «Tienen conocimientos del bosque de los que nosotros carecemos», pensó Hari.

«¿Qué hay allí?», le preguntó a Sheelah/Dors.

Los pans treparon a unos túmulos, les echaron una ojeada y apartaron el lodo revelando un túnel diminuto. «Termitas», indicó Dors.

Hari analizó la situación mientras los pans se reunían. Nadie parecía tener prisa. Sheelah le guiñó el ojo y se dirigió a un túmulo alejado.

Al parecer las termitas trabajaban fuera por la noche y bloqueaban las entradas al amanecer. Hari condujo al pan hasta un gran túmulo, pero ahora lo manejaba tan bien que las reacciones del pan eran débiles, Hari/Yo-pan buscó fisuras, protuberancias, huecos, apartó un poco de lodo pero no encontró nada. Otros pans descubrían túneles de inmediato. ¿Habían memorizado el centenar de túneles de cada túmulo?

Al fin descubrió uno. Yo-pan no le ayudó. Hari podía controlarlo, pero así bloqueaba las fuentes de conocimiento profundo del pan.

Los pans arrancaban diestramente las ramitas o las hojas de hierba que cubrían los túmulos. Hari los imitó. Sus ramitas y hierbas no servían. Las primeras eran demasiado flexibles, y cuando trató de seguirlas hasta un túnel, se derrumbaron. Pasó a otras más rígidas, pero estaban insertadas en las paredes del túnel, o se partían. Yo-pan aún no le ayudaba.

La situación era embarazosa. Ni siquiera los pans más jóvenes tenían problemas para coger los tallos o varas adecuados. Un pan cercano soltó una rama que parecía funcionar. Hari la recogió cuando el otro se alejó. Sintió que una angustia sorda nacía en Yo-pan, mezclando la frustración y la furia. Pudo saborear el afán de comer sabrosas y jugosas termitas.

Se puso a trabajar, tironeando de las cuerdas emocionales de Yo-pan. Ese trabajo anduvo aún peor. Pensamientos vagos afloraron en Yo-pan, pero ahora Hari controlaba los músculos, y eso era lo peor. Pronto descubrió que era preciso insertar la rama unos diez centímetros, y mover la muñeca para penetrar en el sinuoso túnel. Luego tenía que hacerla vibrar. A través de Yo-pan comprendió que esto era para lograr que las termitas mordieran la rama. Al principio se demoró demasiado y cuando extrajo la rama le habían comido la mitad. Tuvo que buscar otra rama, y el estómago de Yo-pan gruñó.

Los otros pans habían terminado de comer termitas mientras Hari aún buscaba el primer bocado. Los matices lo irritaban. Sacaba la rama demasiado pronto, sin moverla para eludir las curvas del túnel. Una y otra vez, al sacar la rama, descubrió que había dejado las sabrosas termitas en las paredes. La rama estaba llena de mordeduras, y pronto estuvo tan carcomida que tuvo que buscar otra. Las termitas estaban comiendo mejor que él.

Al fin aprendió a hacerlo: una ágil flexión de la muñeca para extraer grácilmente las termitas arracimadas. Yo-pan las lamió ávidamente. A Hari le gustaron esos bocados, filtrados a través de las papilas del pan.

Pero no eran muchos. Otros miembros de la tribu observaban su magra cosecha, ladeando la cabeza con curiosidad, y se sintió humillado.

«Al demonio con esto», pensó.

Hizo que Yo-pan girara para internarse en el bosque. Yo-pan se resistió, arrastrando los pies. Hari encontró una rama gruesa, la cortó y regresó al túmulo.

«Basta de perder el tiempo con ramitas». Asestó un fuerte golpe al túmulo. Cinco golpes más y había abierto un gran boquete. Cogió las termitas fugitivas por puñados.

«Al cuerno con la sutileza», quería gritar. Trató de escribir una nota para Dors en el polvo, pero con esas manos torpes le costaba formar letras. Los pans podían manipular una ramita para buscar comida, pero no tenían talento para marcar una superficie. Desistió.

Apareció Sheelah/Dors, llevando con orgullo una caña llena de termitas de vientre blanco. Eran las mejores, un manjar exquisito para los pans. «Yo mejor», indicó ella.

Yo-pan se encogió de hombros, diciendo: «Yo cogí más.»

Así que era un empate.

Luego Dors le informó que en la tribu ahora era conocido como Palo Grande.

El nombre le complacía inmensamente.