Hari sacudió la cabeza para despejarse. Eso le ayudó un poco.
—¿Tú eras el grandote? —preguntó Dors—. Yo era la hembra que estaba junto a los árboles.
—Lo lamento, no pude distinguirte.
—Esto fue diferente, ¿verdad?
Él rio secamente.
—El homicidio suele serlo.
—Cuando te fuiste con el líder…
—Mi pan lo llama «Grandote». Matamos a otro pan.
Estaban en la elegante sala de recepción del complejo. Hari se puso de pie y sintió que el mundo oscilaba.
—Creo que por un tiempo me atendré a las investigaciones históricas.
Dors sonrió tímidamente.
—A mí me gustó.
Hari pensó un momento, parpadeó.
—A mí también —dijo, sorprendiéndose a sí mismo.
—No el asesinato…
—No, claro que no. La sensación.
Ella sonrió.
—No puedes obtener eso en Trantor, profesor.
Él pasó dos días hurgando entre frías cuadrículas de datos en la notable biblioteca de la estación. Estaba bien equipada y permitía interfaces multisensoriales. Recorrió fríos laberintos digitales.
Algunos datos estaban literalmente cubiertos con la costra de los siglos. En los espacios de vector proyectados en enormes monitores los datos de investigación de milenios atrás estaban protegidos voluminosos protocolos y medidas de seguridad. Era fácil descifrar los o eludirlos con los métodos presentes, pero los aparatosos resúmenes, informes y estadísticas todavía se resistían a una interpretación fácil. En ocasiones algunas facetas de la conducta pan quedaban cuidadosamente ocultas en apéndices y notas laterales, como si los biólogos de ese puesto de avanzada sintieran embarazo. Y algunos detalles eran embarazosos, sobre todo la conducta de apareamiento. ¿Cómo podía utilizar eso?
Navegó por el laberinto 3D y ordenó sus ideas. ¿Podía seguir una estrategia analógica?
Los pans compartían casi todos sus genes con los humanos, así que la dinámica pan debía ser una versión más simple de la dinámica humana. ¿Podía analizar sus interacciones como un caso reducido de psicohistoria?
Yakani, la jefa de seguridad, abrió archivos confidenciales que implicaban que los pans habían sido modificados genéticamente unos diez mil años antes. Hari no entendía con qué finalidad. Había otras criaturas modificadas, como los «conaches». Yakani se interesó tanto en el trabajo de Hari que él temió que ella lo estuviera vigilando por encargo de la potentada.
Al atardecer del segundo día se sentó con Dors, mirando las franjas rojas que atravesaban las nubes anaranjadas. Ese mundo tenía colores intensos que atentaban contra el buen gusto, y eso le agradaba. La comida también tenía sabor intenso. Pensando en la cena, sintió un gruñido en el estómago.
—Es tentador usar pans para construir una especie de modelo reducido de la psicohistoria —le comentó a Dors.
—Pero tienes dudas.
—Son similares a nosotros pero tienen…
—¿Costumbres ruines y animales? —Ella sonrió burlonamente, lo besó—. Mi púdico Hari.
—Nosotros tenemos nuestra cuota de conductas bestiales, lo sé. Pero también somos mucho más listos.
Ella parpadeó de un modo que sugería una duda cortés.
—No puedes negar que viven intensamente.
—Quizá nosotros seamos más listos de lo que necesitamos, de todos modos.
—¿Qué? —preguntó ella, sorprendida.
—He estado leyendo sobre la evolución. Ya no es un campo de primordial interés, y todos creen que lo comprendemos.
—Y en una galaxia repleta de humanos, no hay mucho material fresco.
Él no lo había pensado así, pero Dors tenía razón. La biología era una ciencia de segunda. Los académicos sofisticados se dedicaban a algo llamado «sociometría integradora».
Continuó exponiendo sus pensamientos. Evidentemente el cerebro humano era un exceso evolutivo. Los cerebros eran mucho más capaces de lo que necesitaba un cazador-recolector competente. Para vencer a los animales, bastaba con dominar el fuego y simples herramientas de piedra. Ese talento era suficiente para convertir a los humanos en amos de la creación, eliminando la presión selectiva para el cambio. No obstante, todas las pruebas presentes en el cerebro indicaban que el cambio se aceleraba. El córtex cerebral humano añadía masa, acumulando nuevos circuitos encima de los viejos. Esa masa se difundía sobre las áreas menores como una gruesa nueva piel. Así decían los estudios antiguos, con datos procedentes de museos largamente perdidos. —De esto surgieron músicos e ingenieros, santos y sabios— concluyó. Una de las mayores virtudes de Dors era su capacidad para guardar silencio mientras él dictaba cátedra, aun en plenas vacaciones.
—¿Y crees que los pans son previos a esa época? ¿En la antigua Tierra?
—Tienen que serlo. Y esta selección evolutiva se produjo en sólo unos millones de años.
Dors asintió.
—Míralo desde el punto de vista femenino. Sucedió, aunque expuso a las madres a mayor peligro durante el alumbramiento.
—¿Cómo?
—Por culpa de esas cabezotas. Cuesta sacarlas. Las mujeres todavía pagamos el precio de vuestro cerebro… y el nuestro.
Hari rio entre dientes. Dors siempre encaraba las cosas de un modo que le permitía verlas con nuevos ojos.
—¿Entonces por qué hubo esa selección, en aquellos tiempos?
Dors sonrió enigmáticamente.
—Tal vez tanto los hombres como las mujeres consideraron que la inteligencia tenía sus atractivos sexuales.
—¿De veras?
—¿Qué dices de nosotros? —preguntó Dors con una sonrisa tímida.
—¿Alguna vez has visto a las estrellas de los programas 3D? No tienen precisamente inteligencia.
—¿Recuerdas los animales que vimos en el zoológico imperial? Es posible que para los primeros humanos el cerebro fuera el equivalente de la cola del pavo real, o los cuernos del alce, elementos para atraer a las hembras. Selección sexual descontrolada.
—Entiendo, una mano exagerada de naipes muy buenos, —Hari se echó a reír—. Conque la inteligencia es sólo otro adorno brillante.
—Funciona para mí —dijo ella, guiñándole el ojo.
Con rara felicidad, Hari miró el rojizo atardecer. Láminas de luz cruzaban el cielo entre cúmulos de nubes.
—Vaya —murmuró Dors.
—¿Sí?
—Quizás este sea un modo de usar las investigaciones de esta gente, para aprender quiénes éramos antaño los humanos… y en consecuencia quiénes somos.
—Intelectualmente es un salto. Socialmente hablando, no obstante te, la brecha podría ser menor.
Dors lo miró con escepticismo.
—¿Crees que los pans no están tan lejos en lo social?
—Me pregunto si en tiempo logarítmico podríamos crear una cata que fuera desde los pans hasta el principio del Imperio, y de entonces hasta ahora.
—Un gran salto.
—Tal vez pueda usar el simulacro Voltaire como punto de es en una curva larga.
—Mira, para hacer cualquier cosa necesitarás más experiencia con ellos. —Dors lo miró—. Te gusta la inmersión, ¿verdad?
—Bien, sí. Es sólo…
—¿Qué?
—Ese experto especialista, Vaddo, insiste mucho en las inmersiones.
—Es su trabajo.
—Y sabía quién era yo.
—¿Y?
—Tú sueles ser la suspicaz. ¿Por qué un experto especialista conocería a un oscuro matemático?
—Te buscó. Las bases de datos sobre huéspedes nuevos son comunes. Y como candidato a primer ministro, no eres un secreto.
—Supongo que no. Oye, se supone que eres tú quien está siempre alerta. —Hari sonrió—. ¿No deberías alentar mi cautela?
—La paranoia no es cautela. El tiempo dedicado a las amenazas falsas es contraproducente para la vigilancia.
Cuando llegó el momento de la cena, Dors ya lo había convencido.