Un buen día. Abundantes orugas gordas en un gran tronco húmedo. Las arranco con las uñas, frescas sabrosas picantes crocantes.
Grandote me aparta. Arranca muchas orugas. Gruñe. Sonríe.
Mi vientre rezonga. Retrocedo y miro a Grandote. Tiene la cara fruncida, así que sé que no debo fastidiarlo.
Me alejo. Me agacho. Una hembra me da algunas orugas. Ella encuentra algunas pulgas, se las mete en los dientes.
Grandote mueve el tronco para soltar más orugas, termina.
Las hembras lo miran. Junto a los árboles algunas hembras parlotean, se chupan los dientes. Todos están soñolientos a esta hora de la tarde y yacen a la sombra. Pero Grandote me hace señas a mí y a Furtivo y nos vamos.
Patrulla. Nos pavoneamos con orgullo. Me gusta. Es incluso mejor que follar.
Más allá del cañadón, donde hay olor a pezuña. Allí está el lugar poco profundo. Cruzamos y nos internamos en los árboles olfateando, y hay dos Extraños.
Todavía no nos ven. Nos movemos con sigilo. Grandote coge una rama, y nosotros también. Furtivo huele para ver quiénes son esos Extraños y señala a lo lejos. Como yo pensaba, son de la colina. Lo peor. Huelen mal.
Los de la colina vienen a nuestro territorio. Causan problemas. Nosotros devolvemos el golpe.
Nos desplegamos. Grandote gruñe y ellos lo oyen. Ya me estoy moviendo, rama en mano. Puedo correr bastante sin ir a cuatro patas. Los Extraños gritan, los ojos desorbitados. Nos damos prisa y pronto estamos sobre ellos.
Ellos no tienen ramas. Los golpeamos y pateamos y nos devuelven los golpes. Son altos y rápidos. Grandote tumba a uno. Golpeo al caído para que Grandote sepa que estoy con él. Le pego con fuerza. Luego voy a ayudar a Furtivo.
Su Extraño le ha arrebatado la rama. Le doy un garrotazo. El Extraño cae. Yo lo aporreo y Furtivo salta sobre él. Sensacional.
El Extraño trata de levantarse y lo pateo con fuerza. Furtivo recobra su rama y le pega una y otra vez mientras yo ayudo.
El Extraño de Grandote se levanta y echa a correr. Grandote le golpea el trasero con la rama, rugiendo y riendo.
Yo tengo mi habilidad especial. Recojo piedras. Soy el mejor tirador, incluso mejor que Grandote.
Las piedras son para los Extraños. Puedo reñir con mis amigos, pero nunca uso piedras. Pero los Extraños merecen recibir pedradas en la cara. Me gusta castigarlos de ese modo.
Arrojo una, le acierto en la pata. Se tambalea. Le lanzo una piedra filosa en la espalda.
Corre deprisa, sangrando. Grandes gotas rojas en el polvo.
Grandote ríe y me palmea y sé que estoy bien con él.
Furtivo está zurrando a su Extraño. Grandote coge mi garrote y se suma a la diversión. La sangre que envuelve al Extraño canta cálidamente en mis narices y salto sobre él. Asi seguimos largo rato. No tememos que el otro Extraño regrese. Los Extraños son valientes a veces, pero saben reconocer la derrota.
El Extraño deja de moverse. Lo pateo una vez más.
Ninguna reacción. Tal vez haya muerto.
Gritamos, bailamos, bramamos de alegría.