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Se pasaba las mañanas estudiando los bancos de datos acerca de los pans. Como matemático, se preguntaba cómo representar esa dinámica con una psicohistoria reducida. La canica del destino bajando por una cuesta fisurada. Tantas sendas y variables…

Para obtener todo esto tuvo que adular a la jefa de estación. Era una mujer llamada Yakani, y parecía afable pero exhibía un gran retrato de la potentada académica en la pared de su oficina. Hari lo mencionó y Yakani empezó a perorar sobre «su mentora», que la había ayudado a dirigir un centro de estudios de primates en un planeta verde décadas atrás.

—Será mejor vigilarla —dijo Dors.

—¿No creerás que la potentada…?

—¿Recuerdas el adhesivo, en el primer intento de asesinato? Supe por los imperiales que algunos aspectos técnicos de ese dispositivo apuntaban a un laboratorio académico.

Hari frunció el ceño.

—Pero mi propia facción no se opondría a…

—Ella es tan inescrupulosa como Lamurk, aunque más sutil.

—Vaya que eres suspicaz.

—Tengo que serlo.

Por la tarde fueron de excursión. A Dors no le gustaban el calor y el polvo y vieron pocos animales.

—¿Qué bestia que se respete querría ser vista con estos acicalados primitivistas? —dijo Dors.

A Hari le agradaba la atmósfera de ese mundo, que lo ayudaba a relajarse, pero su mente seguía trabajando. Pensaba en ello mientras estaba en la gran veranda, bebiendo un sabroso zumo de frutas mientras contemplaba el atardecer. Dors lo acompañaba en silencio.

Los planetas, pensó, eran embudos de energía. En el fondo de sus pozos gravitatorios, las plantas capturaban apenas un diez por ciento de la luz solar que llegaba a la superficie de un mundo. Construían moléculas orgánicas con la energía de una estrella.

A la vez, las plantas eran presa de los animales, que cosechaban aproximadamente un décimo de la energía almacenada de un planeta. Los herbívoros, a la vez, eran presa de los carnívoros, que podían usar un décimo de la energía almacenada en la carne. Según esta estimación, de la energía de la luz solar sólo una parte en cien mil terminaba en los depredadores.

Un derroche. Pero en ninguna región de la galaxia había evolucionado una maquinaria más eficiente. ¿Por qué no?

Los depredadores eran invariablemente más inteligentes que sus presas, y se erguían en la cima de una pirámide de cuestas muy empinadas. Los omnívoros representaban un acto de equilibrio similar. De ese escabroso paisaje había nacido la humanidad.

Ese dato tenía que pesar mucho en cualquier psicohistoria. Los pans, pues, eran esenciales para encontrar las antiguas claves de la psique humana.

—Espero que la inmersión no sea tan calurosa y húmeda —dijo Dors.

—Recuerda que verás el mundo por otros ojos.

—Mientras pueda regresar cuando quiera para disfrutar de un baño caliente.

—¿Compartimientos? —se quejó Dors—. Parecen ataúdes.

—Tienen que ser pequeños, señora.

El expeno especialista Vaddo sonrió afablemente. Hari sospechó que eso significaba que no se sentía afable. Su conversación había sido cordial, y el personal era respetuoso con el célebre doctor Seldon, pero a fin de cuentas él y Dors eran turistas. Pagaban por un poco de diversión primitiva, presentada en un envase académico, pero eran turistas.

—Será mantenida en un status fijo, con todos los sistemas del organismo a ritmo lento pero normal —dijo el experto especialista, mostrándoles las redes acolchadas. Mostró controles, procedimientos de emergencia, seguridades.

—Parece bastante cómodo —observó Dors a regañadientes.

—Vamos —le reprochó Hari—. Prometiste que lo haríamos.

—En todo momento estarán conectados con nuestros sistemas —dijo Vaddo.

—¿Incluida la biblioteca de datos? —preguntó Hari.

—Seguro.

El equipo de expertos los metió en los compartimientos de estasis con diestra y segura eficiencia. Les conectaron sellos, adhesivos y detectores magnéticos en el cráneo para captar directamente sus pensamientos. La tecnología más reciente.

—¿Listo? ¿Se siente bien? —preguntó Vaddo con su sonrisa profesional.

Hari no se sentía tan bien, y en parte era por este experto. Siempre había desconfiado de las personas blandas y autosuficientes. Tanto Vaddo como la jefa de seguridad, Yakani, parecían Grises poco notables. Pero Dors había abandonado su cautela. Algo en ellos lo molestaba, pero él no sabía qué.

Bien, quizá Dors tuviera razón. Necesitaba vacaciones. ¿Qué mejor modo de salirse de sí mismo?

—Bien, sí. Listo, sí.

La técnica de suspensión era antigua y segura. Suprimía las reacciones neuromusculares, de modo que el sujeto permanecía dormido, conectado con el pan sólo con la mente.

En la porción superior del cerebro se colocaban redes magnéticas que se entrelazaban con otras capas del cerebro por inductancia electromagnética. Dirigían las señales por sendas diminutas, suprimiendo muchas funciones cerebrales y bloqueando procesos fisiológicos.

Todo esto para que los circuitos paralelos del cerebro se pudieran modular inductivamente, pensamiento por pensamiento. Luego se transmitía a chips encastados en el sujeto pan. Inmersión.

Esta tecnología se había propagado por el Imperio y era muy conocida. La capacidad para manejar mentes a distancia tenía miles de usos. La tecnología de suspensión, en cambio, tenía sus propias aplicaciones.

En algunos mundos, y en ciertas clases trantorianas, las mujeres se casaban y luego permanecían en suspensión casi todo el día. Sus acaudalados esposos las despertaban de ese estado sólo con propósitos sociales y sexuales. Durante medio siglo, las esposas experimentaban un vertiginoso torbellino de lugares, amigos, fiestas, vacaciones, horas apasionadas, aunque el total de tiempo acumulado fuera de pocos años. Los maridos fallecían pronto, desde el punto de vista de la esposa, dejando una rica viuda de unos treinta años. Esas mujeres eran muy codiciadas, y no sólo por el dinero. Eran muy sofisticadas, templadas por un largo «matrimonio». Con frecuencia estas viudas devolvían el favor, casándose con esposos a quienes revivían para usos similares.

Hari había asimilado todo esto con la sofisticación que había cultivado en Trantor. Pensaba, pues, que su inmersión sería cómoda e interesante, digno tema de conversación para una fiesta.

Había pensado que visitaría una mente más sencilla.

No esperaba que lo engulleran por entero.