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—¿Qué? —exclamó Voltaire al aparecer.

—Bienvenido —murmuró Juana—. Ella nunca había iniciado el contacto anteriormente. Y él todavía tenía que encontrar a los personajes del Deux Magots.

—Debo revisar mi opinión sobre los milagros —dijo él. Ella bajó los ojos. Por un instante él sospechó que era sólo para poder alzarlos, para mirarlo sin erguir la bonita cabeza. ¿Acaso sabía cuánto lo cautivaba? Juana alzó y bajó el pecho de un modo que los sensores de Voltaire encontraban enloquecedor, pues él no podía hacer nada al respecto.

Voltaire cogió la mano de Juana y se la llevó a los labios. Sin embargo, no sintió nada y la soltó de mala gana.

—Esto es insoportable —dijo—. Anhelar la unión y no obtener nada cuando se consigue.

—¿No sientes nada cuando nos reunimos?

Ma chère Machine, los sensores no constituyen un ser sensorial. Y no confundas sensorial con sensual.

—¿Y cómo es…? Antes… —Juana hablaba con dificultad, como temiendo que la respuesta la lastimara.

—No puedo manejar la… «programación» aquí. Podíamos utilizar muchas facultades, cuando éramos animales de zoológico de Artificios Asociados. En este páramo digital mi capacidad crece pero aún no alcanza ese nivel.

—Pensé que sería una privación sagrada. Una ayuda para lograr la conducta recta.

—En la historia, muchas más cosas se pueden explicar por incompetencia que por mala voluntad. Juana desvió la mirada.

—Te he convocado —dijo— porque desde nuestra última reunión, a pesar de las advertencias de mis voces, respondí a una llamada.

—¡Te dije que no lo hicieras! —gritó Voltaire.

—No tuve opción. Tenía que responder. Era urgente —dijo ella con temor—. No sé explicarlo, pero sé que en ese momento yo estaba al borde de la extinción absoluta. Voltaire ocultó su preocupación tras una máscara de liviandad.

—No es modo de hablar para una santa. Se supone que no debes admitir la posibilidad de una extinción absoluta. Podrían anular tu canonización. La voz de Juana tembló, la llama de una vela agitada por los oscuros vientos de la duda.

—Sé que estaba al borde de un gran vacío, un abismo tenebroso. No atisbé la eternidad, sino la nada. Incluso mis voces callaron, humilladas por el espectáculo de… de…

—¿De qué?

—De la inexistencia. La desaparición, sin posibilidad de reaparición. Estaba por ser… borrada.

—Eliminada. Los detectores y sus sabuesos. —Voltaire sintió un escalofrío—. ¿Cómo escapaste?

—No escapé —dijo la Doncella, con más reverencia que miedo—. Eso fue aún más turbador. Fuera lo que fuese, me dejó ir ilesa. Yo estaba frente a Ello, vulnerable y expuesta. Y Ello me soltó.

Él sintió un temor glacial. Él también había entrevisto entidades invisibles por encima del hombro, observando, juzgando. Había algo extraño en esas presencias. Ahuyentó esos recuerdos escalofriantes.

—De ahora en adelante no respondas a ninguna llamada.

La duda nubló el rostro de la Doncella.

—No tuve elección.

—Te encontraré un escondrijo mejor —le aseguró Voltaire—. Te haré invulnerable a las apariciones involuntarias. Te daré poder…

—No comprendes. Esa cosa podría haberme apagado como dos dedos apagando una vela. Regresará, lo sé. Entretanto, sólo tengo un deseo.

—Lo que digas. Todo lo que esté en mi poder…

—Haz que nosotros y nuestros amigos volvamos al café.

—¿Al Aux Deux Magots? Estoy buscando, pero ni siquiera sé si todavía existe.

—Recréalo con la magia que has aprendido. Si he de caer en el vacío, que no sea antes de pasar una noche reunida contigo y nuestros queridos amigos. Cortando el pan, bebiendo vino en compañía de los que amo… no pido otra cosa antes de ser… eliminada.

—No dejaré que te borren —declaró Voltaire con más convicción de la que sentía—. Te transportaré a un sitio donde nadie podrá mirar. No podrás responder a ninguna llamada, ni siquiera aunque creas que son mías. Pero te comunicarás conmigo a menudo, ¿entiendes?

—Enviaré mi parte espiritual, también.

—Creo que me están provocando picazón. —En efecto, sentía un picor en el borde de la percepción, un hormigueo en el cerebro. Sacudió el cuerpo. ¿Por qué la lógica de un pérfido matemático lo privaba de su sensualidad y lo torturaba con ásperas irritaciones?

Pero el desafío de ella apenas comenzaba.

—Has tomado mi virginidad, pero ni siquiera mencionas el matrimonio. O el amor.

Bien sur, el amor entre parejas casadas puede ser posible, aunque nunca he visto un ejemplo de ello. No obstante, es antinatural. Como nacer con los pulgares unidos. Sucede, pero sólo por error. Naturellement, uno puede vivir felizmente con cualquier mujer, siempre que no la ame.

Ella le clavó una mirada imperiosa.

—Me he vuelto inmune a tus costumbres libertinas.

Él sacudió la cabeza tristemente.

—En ese aspecto, un perro está mejor que yo en mi actual estado.

Le acarició la garganta con su dedo simulado. Ella echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos, entreabrió los labios. Pero él no sentía nada.

—Encuentra un modo —susurró Voltaire—. Encuentra un modo.