Marq estaba sentado frente al holo 3D, recorriendo las callejas laterales del Retículo.
Había creído que Voltaire había desaparecido, excepto en los archivos de la bóveda de Seldon, pero ya no estaba tan seguro. Casi lamentaba haber descubierto ese borbotón de charla que implicaba tantas cosas.
—Nada más por ahora —dijo.
—¿Por qué ejecutas perfiles de búsqueda de Juana? —preguntó Sybyl desde su escritorio.
—Seldon quiere un rastreo. Ya. Juana será más fácil, si también escapó al Retículo.
—¿Porque es mujer?
—No tiene nada que ver con el «sexo» de Juana, sino con su temperamento.
—Es menos calculadora que Voltaire, ¿verdad? —Menos obstinada. Se rige por el corazón.
—¿Y no por la cabeza, como tu listísimo Voltaire? ¿Más propensa a los errores?
—Mira, sé que no debí mejorar a Voltaire. Las hormonas se interpusieron en mi camino. Ella sonrió.
—Te sigues tropezando con ellas.
—Error de juicio… y la insistencia de Nim. Sin duda él trabajaba para otro, y nos acicateaba a ambos. Ella torció la boca.
—¿Para provocar los disturbios de Junin?
—Es posible. ¿Pero quién querría eso? —Marq asestó un puñetazo en el escritorio—. Para frustrar el Renacimiento justo en sus principios.
—No volvamos sobre eso. —Sybyl se paseó por la abarrotada habitación—. Si logramos encontrar esos simulacros, podemos obtener alguna ventaja. No podemos ocultarnos para siempre.
—Voltaire es mucho más rápido que Juana, y posee más recursos. Autoprogramación, evolución interna. Y ese tío es creativo, recuérdalo.
—¿Ese es el genio que vamos a atrapar? ¡Ja!
Esa chanza lo irritó. Varias veces había tenido la sensación de estar muy cerca. Cada vez que sus detectores encontraban una huella, la lógica configurativa de Voltaire, se le escabullía, burlaba sus esfuerzos. Su holo se desvanecía inexplicablemente. Perdía horas de datos en un microsegundo, y tenía que empezar de nuevo.
Marq se reclinó y movió el cuello para relajarse.
—Tal vez tenga una pista —dijo—. No estoy seguro. —Señaló su cubo de carbono—. Modifiqué mis espacios de configuración y los utilicé para ganar algunos créditos en los mercados de proteína. También detecté otro rastro de Voltaire.
Ella suspiró y se desplomó en una silla que se adaptó a su silueta.
—¿Para qué ganar créditos que no podemos usar para comer?
—Si encontramos a Juana, engordaremos.
—¿Qué pruebas hay de que esos fallos de los tiktoks se deban a nuestros simulacros?
Él se encogió de hombros.
—El consorcio científico imperial cree que hay una conexión con los disturbios de Junin. Pamplinas, por cierto, pero así mantienen el interés de la gente. Dicen que tienen fuentes secretas, no dan explicaciones. ¿Entiendes?
—Vaya, un asunto delicado. Entonces nos siguen buscando.
—Simulan que lo hacen, supongo. Ahora Trantor tiene problemas mucho más graves.
—¿Crees que habrá racionamiento?
—Eso me temo. Según los rumores, no hasta la semana próxima. —Y añadió, al ver que ella fruncía el ceño—: Las raciones son una precaución. Tú y yo podemos darnos el lujo de perder un poco de esto. —Se pellizcó un rollo de carne encima del cinturón. No estaba mal para su edad, pero era bastante. Esperaba que su voz no comunicara su aprensión.
—No necesito una dieta involuntaria. —Sybyl lo miró de soslayo—. Sorprendieron a una familia comiendo ratas.
—¿Dónde te enteraste?
—«Fuentes secretas», desde luego. Yo también puedo ser misteriosa.
Los disturbios de tiktoks se habían propagado en los principales centros de provisión alimentaria. No los había desencadenado el incendio de Junin sino otra cosa, semanas después. En cuestión de días los fallos habían afectado a todas las fábricas de alimentos de Trantor. Las importaciones estaban aumentando, pero había un límite para lo que se podía trasladar por los catorce agujeros de gusano cercanos, o transportar en torpes hipernaves.
El estómago de Marq gruñó. Sybyl sonrió.
—Mmm, pobrecillo.
—Mira esto —dijo Marq, señalando líneas de su holo.
Ser sensorial es ser mortal. El sufrimiento y el dolor son los gemelos oscuros de la alegría y el placer, la muerte, el gemelo oscuro de la vida.
Mi presente estado no es sanguíneo, así que no puedo sangrar. He trascendido los sudores de la pasión; mis ardores nunca se enfrían. Puedo ser copiado y reconstituido; ni siquiera el borrado plantea una amenaza para mi inmortalidad. ¿Cómo no preferir mi destino al destino final de todos los seres sensoriales, sumergidos en el tiempo como el pez en el agua?
—¿Dónde encontraste esto? —preguntó ella.
—Un fragmento que detecté mientras trasladaban un puñado de datos. Está registrado como parte de una conversación entre dos sitios del Retículo muy distantes.
—Suena como él.
—Verifiqué los archivos que conservamos. Ya sabes, ese texto lineal que circula junto a su simulacro. Este material es de allí. Textos antiguos. Ese tío era feliz cuando se citaba a sí mismo.
—Conque está ahí.
—Sí, y yo estoy aquí. —Marq cogió una chaqueta y se dirigió a la puerta.
—¿Adonde vas?
—Al mercado… necesito comida.
Sybyl lo siguió. Marq conocía a los vendedores callejeros de golosinas y refrigerios. Salieron de un mugriento cúmulo de cubos de alquiler para internarse en conejera impregnados con el olor musgoso de los milenios. Hizo su compra en un tugurio húmedo, junto a una fuente que conmemoraba una batalla que Sybyl ni siquiera sabía pronunciar.
Ella se mantenía alerta a los ojos de los sensores ópticos, pero allí eran más infrecuentes que los policías reales. Quizá la persecución fuera menos intensa —ambos se habían parapetado tras una sólida infomuralla—, pero un policía aún podía avistarlos y echar todo a perder.
Marq compartió con ella la comida, que sabía aguda, intensa, maravillosa. En reflexivo silencio, subieron una larga escalera y miraron zonas pobres, pasillos cubiertos de basura, tiendas caóticas entre majestuosos edificios, abortos arquitectónicos de toda clase y color.
Tras aplacar un poco el hambre, Marq pudo saborear Trantor. Majestuoso en su injusticia, sus inmerecidos padecimientos, sus desigualdades e iniquidades. Todas sus manchas y defectos se unían a distancia, como huevos rotos disolviéndose en la crema.
Estaban paseando ociosamente cuando un tiktok de seis brazos sé aproximó por el callejón. Perseguía a un bruñido tiktok de cuatro brazos, un jefe. Se encontraron y comenzaron a atacarse mientras corrían a toda velocidad. Sus cuerpos metálicos tintineaban.
—No te muevas —dijo Marq. Los dos tiktoks pasaron de largo furioso combate—. Vendrán policías. Vamonos.
Siguieron en dirección contraria y salieron a una plaza. Marq soltó un silbido ante lo que vio.
Tiktoks obreros de seis brazos habían plegado todos los brazos negándose a trabajar, sordos a las protestas humanas. Formaban barrera protectora entre las mujeres que supervisaban su proyecto construcción y las paredes de la obra.
Varios seis-brazos alzaron cestos en el aire. Uno no prestó atención y siguió soldando una viga hasta que otro se le abalanzó con una larga herramienta. Los chirridos reverberaron en la plaza. La gente corría por doquier, asustada. Nadie podía detener la protesta tiktok. Cuando cuatro-brazos trató de intervenir, los seis-brazos lo atacaron.
—El trabajo administrativo parece muy apetecible en este mentó —dijo Marq—. Si esto sigue así, tendremos que hacer todo nuestro trabajo sucio.
—¿Qué está sucediendo? —Sybyl retrocedió alarmada—. Es como si los tiktoks estuvieran locos… y se estuviera difundiendo.
—¿Un virus?
—¿Pero dónde se lo han contagiado?
—Buena pregunta.