A la mañana siguiente Yugo aguardaba en su oficina.
—¿Qué puedes hacer? —preguntó con rostro acalorado.
—¿Sobre qué?
—¡Las noticias! Los Salvaguardas asolaron el Bastión.
—Vaya. —Hari recordó vagamente que una facción dahlita había organizado una revuelta y se había atrincherado en un reducto. Las negociaciones se habían demorado. Y Yugo le había hablado vanas veces del asunto—. Es un tema local trantoriano, ¿verdad?
—Así fue como lo mantuvimos. —Yugo gesticuló exageradamente—. Luego intervinieron los Salvaguardas. Sin advertencia. Mataron a más de cuatrocientos. Los despedazaron con sus armas energéticas a toda potencia.
—Asombroso —dijo Hari, esperando que el tono fuera compasivo.
En realidad no le importaba ninguno de ambos aspectos de la discusión, y tampoco conocía las argumentaciones. Nunca le había interesado la turbulencia cotidiana del mundo, que agitaba la mente si enseñar nada. El objetivo de la psicohistoria, que surgía no sólo de su capacidad analítica sino de su personalidad, era estudiar el clima e ignorar los vaivenes meteorológicos.
—¿Puedes hacer algo?
—¿Qué?
—Protestar ante el emperador.
—Él no me escuchará. Es un asunto trantoriano y…
—Esto es un insulto para ti también.
—Imposible. —Para no parecer del todo indiferente, añadió—: Me he mantenido al margen del tema…
—¡Pero esto es obra de Lamurk!
Eso sorprendió a Hari.
—¿Qué? Lamurk no tiene poder en Trantor. Es un regente imperial.
—Vamos, Hari, nadie cree en esa separación de poderes. Dejó de funcionar hace tiempo.
Hari estuvo a punto de preguntar cuándo, pero comprendió a tiempo que Yugo estaba en lo cierto. Él no había tenido en cuenta los efectos de la larga y lenta erosión de las estructuras imperiales. Estas entraban como factores en el lado derecho de las ecuaciones, pero él nunca analizaba la decadencia en términos concretos y locales.
—¿Conque crees que es una maniobra para obtener influencia sobre el Consejo Alto?
—Tiene que serlo —rezongó Yugo—. Estos regentes no quieren tener revoltosos en las cercanías. Quieren que Trantor esté bien ordenado, aunque pisoteen a la gente.
—De nuevo el tema de la representación, ¿verdad? —aventuró Hari.
—Claro que sí. Tenemos un sector lleno de dahlitas. ¿Pero podemos conseguir un representante? Claro que no. Hay que rogar y suplicar.
—Haré lo que pueda. —Hari alzó las manos para detener la protesta.
—El emperador enderezará las cosas.
Hari sabía por observación directa que el emperador no haría tal cosa. No le importaba cómo administraran Trantor mientras no viera incendios desde el palacio. Con frecuencia comentaba: «Soy emperador de una galaxia, no de una ciudad.» Cuando Yugo se marchó, el escritorio de Hari emitió una llamada.
—El capitán de los Especiales imperiales desea verlo.
—Les dije que permanecieran fuera.
—Él solicita audiencia, portando un mensaje.
Hari suspiró. Ese día se proponía reflexionar sobre su trabajo.
El capitán entró rígidamente y rechazó la silla que le ofrecían.
—Estoy aquí para presentar respetuosamente las recomendaciones de la junta de Especiales, académico.
—Con una carta bastaría. De hecho, haga eso… envíeme una nota. Tengo trabajo que…
—Señor, con todo respeto, debo hablar de esto.
Hari se hundió en la silla y dio su permiso. El hombre parecía incómodo.
—La junta solicita que la esposa del académico no le acompañe a las reuniones oficiales.
—Ah, conque alguien ha cedido ante la presión.
—También solicita que su esposa no entre en palacio.
—¿Qué? Eso parece extremo.
—Lamento presentar semejante mensaje, señor. Yo estaba allí y le comenté a la Junta que la señora tenía buenos motivos para alarmarse.
—Y quebrarle el brazo a ese sujeto. El capitán casi sonrió. —Debo admitir que nunca he visto a alguien tan rápido. «Y te preguntas por qué, ¿verdad?»
—¿Quién era ese hombre? El capitán frunció el ceño.
—Parece ser un académico de la Espiral, un grado por encima de usted. Pero algunos dicen que se trata de un político. Hari esperó, pero el hombre callaba, aunque parecía deseoso de hablar.
—¿Aliado con qué facción?
—Podría ser ese Lamurk, señor.
—¿Alguna prueba?
—Ninguna.
Hari suspiró. La política no sólo era un arte inexacto, sino que rara vez tenía datos fiables.
—Muy bien. Mensaje recibido.
El capitán se marchó deprisa, con visible alivio. Antes de que Hari pudiera activar el ordenador, apareció una delegación de su cuerpo docente. Entraron en silencio, y el portal crepitó al examinarlos. Hari no pudo contener una sonrisa. Si había alguna profesión donde era menos probable que existiera un asesino, tenía que ser la de los matemáticos.
—Estamos aquí para presentar nuestra considerada opinión —dijo formalmente un tal profesor Aangon.
—Adelante —dijo Hari.
Normalmente habría recurrido a su escasa simpatía para restablecer los lazos sociales. Últimamente descuidaba las cuestiones universitarias, robando tiempo a las tareas burocráticas para dedicarlo a las ecuaciones.
—Primero —dijo Aangon—, los rumores acerca de una «teoría de la historia» han provocado desdén hacia nuestro departamento. Nosotros…
—No existe tal teoría. Sólo un análisis descriptivo.
Esa negación confundió a Aangon, pero continuó.
—Segundo, deploramos la aparente elección de su asistente, Yugo Amaryl, como jefe de departamento, en caso de que usted renuncie. Es una afrenta al personal superior, a profesores que tienen mucha más antigüedad que un joven matemático de… mínima influencia social.
—¿Y eso qué significa? —dijo Hari ominosamente.
—No creemos que la política deba incidir en las decisiones académicas. La insurreción de los dahlitas, que Amaryl ha respaldado oralmente, y que fue aplastada sólo mediante determinación imperial y uso de la fuerza armada, lo hace inapropiado…
—Suficiente. El tercer punto.
—Existe el problema del ataque contra un miembro de nuestra profesión.
—Un miembro. Ah, ¿el sujeto que mi esposa…?
—En efecto, una indignidad sin precedentes, un ultraje, por parte de un miembro de su familia. Hace insostenible su posición aquí.
Si alguien había planeado el incidente, sin duda lo estaban aprovechando.
—Disiento de eso.
El profesor Aangon endureció los ojos. Los demás profesores aguardaban inquietos, agrupados detrás de él. Hari no tuvo dudas sobre qué integrante del grupo deseaba ser el próximo presidente.
—Creo que un voto de falta de confianza por parte del cuerpo docente, en una reunión formal…
—No me amenace.
—Sólo señalo que mientras usted dirige su atención a otros asuntos…
—El cargo de primer ministro.
—No puede cumplir sus deberes.
—Olvídelo. Para celebrar una reunión formal, el presidente debe convocarla.
Los profesores se miraron, pero nadie habló.
—Y no pienso hacerlo.
—No puede seguir largo tiempo realizando cosas que requieren consentimiento —comentó Aangon.
—Lo sé. Veremos de cuánto tiempo dispongo.
—Realmente debe reflexionar. Nosotros…
—Largo.
—¿Qué? Usted no puede…
—Largo de aquí. Fuera.
Se marcharon.