El padre de Hari se refería despectivamente a la mayoría de los asuntos públicos como «polvaredas», una gran nube por encima del horizonte, apenas una mancha en tierra. Con gesto de granjero, despreciaba la exageración de las cosas.
El episodio del coloquio de las grandes universidades imperiales se había convertido en una gran polvareda. Filmado hasta los últimos detalles, el escándalo —ESPOSA DE PROFESOR ZURRA A UN ADMIRADOR— crecía con cada nueva proyección.
Cleon lo citó de mal humor, comentando que las esposas podían ser un lastre en los altos puestos.
—Esto afectará desfavorablemente tu candidatura, me temo —dijo—. Debo hacer algunas correcciones.
Hari no se lo comentó a Dors. La insinuación de Cleon era clara. Era práctica común en los círculos imperiales divorciarse so pretexto de incompatibilidad, lo cual significaba impopularidad. En cuestiones del poder, el apetito de mayor poder prevalecía sobre las demás emociones, el amor incluido.
Fue a casa, irritado por esta conversación, y encontró a Dors trabajando en la cocina. Ella tenía los brazos abiertos… literalmente, no en un gesto de saludo.
La epidermis colgaba como si se hubiera quitado un guante ceñido. Las venas se entrelazaban con la red neural artificial y ella trabajaba con herramientas diminutas. La piel estaba retraída en una línea curva desde el codo hasta la muñeca, humedad roja y circuitos intrincados. Estaba reparando su muñeca mejorada, una pulsera delgada y amarilla tres veces más resistente que una muñeca humana, aunque no lo aparentaba.
—¿Ese sujeto te dañó?
—No, yo misma me lo hice. Exageré el movimiento.
—¿Un esguince?
Ella sonrió sin humor.
—Mis pivotes no sufren esguinces. Estas pulseras no se reparan. Las estoy reemplazando.
—En trabajos como ese, no importan los componentes, sino la mano de obra.
Ella lo miró extrañamente y él decidió no seguir la broma. Habitualmente alejaba de su mente el hecho de que su gran amor era un robot o, con mayor precisión, una humaniforme, una síntesis entre humano y robot con grandes recursos técnicos.
Ella lo había conocido por intermedio de R. Daneel Olivaw, el antiguo robot positrónico que había salvado a Hari cuando llegó a Trantor y se ganó la inquina de malignas fuerzas políticas. Primero la habían designado guardaespaldas. Él sabía lo que era desde el principio, o casi, pero eso no le impidió enamorarse. Inteligencia, carácter, encanto, una sexualidad desbordante. Descubrió que estas facetas no eran exclusivamente humanas.
Le preparo un trago mientras ella trabajaba, esperando. Había dejado de asombrarse cuando ella se reparaba, a menudo en un ámbito no esterilizado.
Los robots humaniformes disponían de métodos antimicrobianos que no podían funcionar para humanos comunes, le había dicho ella. Él los desconocía, y ella eludía el tema, a menudo desviándolo mediante la pasión. Hari tenía que admitir que era un recurso muy efectivo.
Dors puso la piel en su lugar, con una mueca de dolor. Podía desactivar secciones enteras de su sistema nervioso superficial, pero mantenía algunos sectores alerta como diagnóstico. Los remiendos se cerraron con chasquidos y susurros.
—Veamos. —Dors se palpó las muñecas. Dos rápidos chasquidos—. Cierran bien.
—Mucha gente se sentiría perturbada por esto.
—Por eso no lo hago cuando voy a trabajar.
—Muy considerada hacia el público.
Ambos sabían que ella tendría problemas si se sospechaba su verdadera naturaleza. Los robots de capacidad avanzada estaban prohibidos desde hacía milenios. Los tiktoks eran aceptables precisamente porque eran inteligencias inferiores, rigurosamente mantenidas bajo el umbral de la sentencia tal como se la definía legalmente.
Infringir esas pautas de manufacturación era un delito capital, una violación imperial, sin excepciones. Y fuertes y antiguas emociones respaldaban la ley, como lo habían demostrado los disturbios de Junin.
Los simulacros numéricos también estaban restringidos. Por eso los simulacros de Voltaire y Juana, desarrollados por los «neorrenacentistas» de Sark, estaban adaptados para infiltrarse por lagunas algorítmicas.
Al parecer, el tal Marq de Artificios Asociados había actualizado a Voltaire a último momento. Como luego habían borrado el simulacro, la infracción había pasado inadvertida.
Hari no quería tener la menor asociación con el delito, pero ahora comprendía la necedad de esa pretensión. Toda su vida giraba en torno de Dors, cuya sola presencia era ilegal.
—Retiraré mi candidatura —dijo con decisión.
—Es por mí —dijo ella con un parpadeo.
Siempre había sido rápida.
—Sí.
—Habíamos convenido en que el riesgo de mayor vigilancia quedaría compensado por el mayor poder —dijo él.
—Para proteger la psicohistoria. Pero esperaba que tú no llamaras mucho la atención. Ahora…
—Soy un problema.
—Cuando bajé, había una docena de reporteros. Te esperaban a ti.
—Entonces me quedaré aquí.
—¿Cuánto tiempo?
—Los Especiales pueden sacarme por una nueva entrada. Han abierto una e instalado un ascensor grav.
—No puedes eludirlos para siempre, querido. —Dors se levantó y lo abrazó—. Aunque me descubran, me puedo ir.
—Si tienes la suerte de escapar. Y aun así, no puedo vivir sin ti. No lo permitiré.
—Podría transformarme.
—¿Otro cuerpo?
—Un cuerpo diferente. Piel, córneas, cambios en algunas signaturas neurales.
—¿Borrarán los números de serie y te enviarán de vuelta?
Ella se puso rígida.
—Sí.
—¿Hay algo que tu especie no pueda hacer?
—No podemos inventar la psicohistoria.
Él se apartó de ella con frustración y golpeó una pared con la palma.
—Maldición, nada es tan importante como nosotros.
—Yo siento lo mismo. Pero ahora creo que es aún más importante que mantengas tu candidatura de primer ministro.
—¿Por qué? —Hari se puso a caminar por la sala de estar, moviendo los ojos.
—Eres importante. El que desea asesinarte…
—Lamurk, según sospecha Cleon.
—Quien sea. Tal vez vea que la mera renuncia a tu candidatura no es una solución definitiva. El emperador podría reintroducirte en el juego en cualquier momento.
—No me gusta que me traten como una pieza de ajedrez.
—¿Un alfil? Sí, puedo verte así. No olvides que hay otros sospechosos, facciones que quizá quieran deshacerse de ti.
—¿Quiénes?
—La potentada académica.
—Pero ella es una estudiosa, como yo.
—Lo era. Ahora es otra pieza más. Espero que no sea la reina.
Dors lo besó ligeramente.
—Debería mencionar que mis programas sensores presentaron una matriz de plausibilidad para la conducta de Lamurk, basada en su pasado. Ha eliminado al menos media docena de rivales en su ascenso a la cima. Y es tradicionalista en sus métodos, además.
—Vaya, eso es un consuelo.
Ella lo miró reflexivamente.
—Todos sus rivales murieron acuchillados. El recurso clásico de las intrigas históricas.
—No creo que Lamurk piense en la sucesión imperial.
—Es un clasicista. A su entender, tú eres un peón a quien conviene eliminar del tablero.
—Un modo incruento de expresarlo.
—Estoy educada y construida para evaluar y obrar fríamente.
—¿Cómo concilias esa capacidad (mejor dicho, ese deleite) con la perspectiva de matar a una persona en mi defensa?
—La Ley Cero.
—«La humanidad como totalidad está por encima del destino de un solo humano» —recitó él.
—Por cierto, la interacción con la Primera Ley me causa dolor.
—¿Conque la Primera Ley, ahora modificada, es: «Un robot no puede dañar a un ser humano ni por inacción permitir que un ser humano sufra daño, a menos que esto atente contra la Ley Cero de la robótica?»
—Exacto.
—Pero aquí se trata de otro juego, con reglas más duras.
—Es un juego más amplio.
—¿Y la psicohistoria es un conjunto potencial de nuevas reglas de juego?
—En cierto modo —dijo Dors con voz más suave, abrazándolo—. No deberías preocuparte tanto. Tenemos nuestro paraíso privado.
—Pero esos malditos juegos continúan.
—Así debe ser.
Él la besó largamente, pero en su interior algo hervía y giraba, una dínamo susurrando infructuosamente en la oscuridad.