Entró en el apartamento y fue a la cocina. Tecleó órdenes en el autoservidor y se puso a calentar un poco de aceite. Mientras lo calentaba, cortó cebollas y hojas y las puso a dorar. Su cerveza llegó y la abrió, sin molestarse en usar un vaso.
—Ha sucedido algo —dijo Dors.
—He tenido una pequeña y agradable charla cara a cara con Lamurk. —No es por eso que yergues los hombros.
—Mmm. Traicionado por mi expresivo cuerpo.
Hari le habló del posible atentado.
—¿También oíste lo del artista del humo? —dijo ella, después de calmarse.
—¿En esa recepción? ¿El que hizo esa gran nube que se parecía a mí?
—Ha muerto hoy.
—¿Córno?
—Parece un accidente.
—Una lástima… era gracioso.
—Demasiado gracioso. Hizo la caricatura de Lamurk, ¿recuerdas? Hizo quedar a Lamurk como un jactancioso. Fue el impacto de la recepción.
Hari pestañeó.
—No estarás…
—Muy casual, ambos en el mismo día.
—Conque podría ser Lamurk.
—Mi querido Hari, siempre pensando en probabilidades.
Después de su audiencia con Cleon, Hari había entablado una charla con el jefe de seguridad de palacio. Su escuadrón de Especiales fue duplicado. Más minivoladores para vigilancia del perímetro delantero. Y no debía caminar cerca de ninguna pared.
Esta advertencia hizo reír a Hari, lo cual no mejoró la actitud del personal de palacio. Para colmo, Hari sabía que aún tenía algo que ocultar. ¿Cómo impedir que averiguaran la verdadera naturaleza de Dors?
El autoservidor tintineó. Se sentó a comer carne con cebollas, abrió otra botella de cerveza fría y la sostuvo en una mano mientras comía con la otra.
—Un duro día de trabajo —dijo Dors.
—Siempre como vorazmente después de salvarme de la muerte por un pelo. Es una vieja tradición familiar.
—Entiendo.
—Cleon terminó hablando sobre el atasco del Consejo Alto. Mientras eso no se resuelva, no habrá votación para elegir al primer ministro.
—Conque tú y Lamurk todavía os dais cornadas.
—Él da cornadas. Yo sólo lo esquivo.
—Nunca me alejaré nuevamente de ti —dijo ella con firmeza.
—Trato hecho. ¿Puedes conseguirme algo más en el autoservidor? ¿Algo caliente y pesado, lleno de cosas que me hagan daño?
Dors entró en la cocina y él siguió comiendo y bebiendo cerveza, sin pensar en nada. Ella le trajo un plato humeante con una espesa salsa parda. Hari comió sin preguntar qué era.
—Eres un hombre extraño, profesor.
—Las cosas me afectan con cierto retraso.
—Has aprendido a postergar tus reacciones hasta que haya un tiempo y un lugar.
Él parpadeó y bebió más cerveza.
—Es posible. Tengo que pensar en ello.
—Comes ávidamente comida de la clase obrera. ¿Y dónde aprendiste el truco de postergar las reacciones?
—No sé. Dímelo tú.
—Helicon.
Hari pensó en ello.
—Mmm. La clase obrera. Mi padre se metía en problemas y hubo muchos tiempos difíciles. El único respiro que tuve en mi niñez fue no tener fiebre cerebral. No podríamos haber costeado el hospital. —Entiendo. Problemas económicos. Recuerdo que lo mencionaste.
—Problemas económicos y gente que lo presionaba para vender sus tierras. Él no quería. Así que hipotecaba más, sembraba más y seguía su mejor criterio. Cada vez que la suerte le jugaba una mala pasada, mi padre se recobraba y lo intentaba de nuevo. Eso funcionó por un tiempo porque era un buen granjero. Pero luego hubo una gran fluctuación del mercado y él quedó atrapado y lo perdió todo. —Hablaba deprisa mientras comía, y no sabía por qué pero le parecía bien.
—Entiendo. Por eso él hacía ese trabajo peligroso…
—Que terminó por matarlo, sí.
—Entiendo. Y afrontaste eso. Lo olvidaste para ayudar a tu madre. En los duros tiempos que siguieron aprendiste a reservar tus reacciones para el momento en que fuera oportuno liberarlas.
—Si vuelves a decir «entiendo», no te dejaré mirarme más tarde, cuando me dé una ducha.
Ella sonrió, pero volvió a adoptar su expresión perspicaz.
—Encajas en parámetros bien definidos. Hombres reservados. Se controlan limitando sus percepciones. No demuestran ni hablan mucho.
—Excepto con su esposa. —Hari había dejado de comer.
—Tienes poco tiempo para la charla superficial. La gente de Streeling lo comenta… pero conmigo hablas sin reservas.
—Trato de no parlotear.
—Ser hombre es complicado.
—También lo es ser mujer, pero tú has dominado maravillosamente ese arte.
—Lo tomaré como un cumplido formal.
—Y eso era. Ser humano ya es bastante difícil.
—Eso veo. Tú aprendiste todo esto en Helicon.
—Aprendí a afrontar lo esencial.
—Y a odiar las fluctuaciones. Pueden matarte.
Él bebió un sorbo de cerveza, todavía fría y áspera.
—No lo había pensado así.
—¿Por qué no dijiste todo esto desde un principio?
—Porque no lo sabía desde un principio.
—Un corolario, pues. Si te comprometes con una mujer, das de ti todo lo que puedes, dentro de ese espacio delimitado.
—El volumen que hay entre nosotros dos.
—Una analogía geométrica es tan buena como cualquier otra. —Dors se apoyó la punta de la lengua en el labio inferior, como siempre cuando reflexionaba—. Y te comprometes plenamente para evitar el precio que cobra la vida.
—¿El precio de las fluctuaciones?
—Si puedes predecir, puedes eludir. Corregir. Manejar.
—Eso es tremendamente analítico.
—He saltado las partes difíciles, pero figurarán en mi exposición escrita.
—Habitualmente estas conversaciones usan frases como «identidad óptimamente consolidada». Echo de menos la jerga. —Hari había terminado el plato y se sentía mucho mejor.
—La comida es una de las experiencias que contribuyen a afirmar la vida.
—Conque por eso lo hago…
—Ahora te burlas de mí.
—No, sólo deduzco las implicaciones de la teoría. Me gustaba la parte de odiar la imprevisibilidad y las fluctuaciones porque lastiman a la gente.
—También a los imperios, cuando caen.
—Así es. —Hari terminó la cerveza y pensó en beber otra. Eso lo amodorraría. Prefería otro modo de calmar la tensión.
—Vaya apetito —comentó Dors con una sonrisa.
—No tienes idea. Y la perspectiva de la muerte puede estimular más de un apetito. Volvamos a esa parte acerca de la exposición escrita.
—Tienes algo en mente.
Hari sonrió.
—Ni te lo imaginas.