El sec de Hari Seldon tintineó para anunciar:
—Margetta Moonrose desea conversar.
La imagen 3D de una mujer despampanante flotaba ante Hari.
—¿Quién? Oli. ¿Quién es ella? —El sec no lo interrumpiría en medio de sus cálculos a menos que se tratara de una persona importante.
—Mis cotejos revelan que es la entrevistadora principal y experta política del complejo de multimedios…
—Seguro, seguro… ¿pero por qué es importante?
—Los monitores interculturales la incluyen entre las cincuenta figuras más importantes de Trantor. Yo sugiero…
—Nunca la oí mencionar. —Hari se irguió en el asiento y se acarició el cabello—. Supongo que tendré que verla. Pero con filtro completo.
Me temo que mis filtros están desactivados porque los están recalibrando.
—Maldición, hace una semana que no funcionan.
—Me temo que el mec que está a cargo de las nuevas calibraciones es defectuoso.
Los mecs, que eran tiktoks avanzados, fallaban con frecuencia últimamente. Desde los disturbios de Junin, algunos habían sufrido ataques. Hari trago saliva.
—Ponla en contacto —dijo.
Hacía tanto tiempo que usaba filtros en los holófonos que ya no sabía disimular sus sentimientos. El personal de Cleon había instalado software para comunicar los gestos apropiados, preseleccionados para él. Con ciertas instrucciones de los asesores imperiales, ahora modulaba su signatura acústica para un tono pleno, confiado, resonante. Y si él quería, le seleccionaba el vocabulario, para contrarrestar su propensión a la jerga técnica cuando debía explicarse con sencillez.
—¡Académico! —saludó Moonrose—. Me gustaría hablar con usted.
—¿Sobre matemáticas?
Ella rio jovialmente.
—No, no… eso me superaría. Represento a miles de millones de mentes curiosas que desean conocer sus reflexiones sobre el Imperio, las cuestiones de Quathanan, el…
—¿Las qué?
—Quathanan… la disputa sobre el alineamiento zonal.
—Nunca oí hablar de él.
—Pero… usted puede ser primer ministro. —Parecía genuinamente sorprendida, aunque Hari recordó que quizá se tratara de un muy buen filtro.
—Tal vez. Hasta entonces, no me molestaré.
—Cuando el Consejo Alto elija, deberá conocer la opinión de los candidatos —replicó ella con fastidio.
—Comunique a sus espectadores que hago los deberes sólo justo antes del momento indicado.
Ella puso cara simpática, lo cual le confirmó a Hari que había un filtro. Después de muchas colisiones, había aprendido que los expertos de los medios eran muy quisquillosos. Como un público inmenso veía a través de sus ojos, se arrogaban el papel de portavoces morales de ese público.
¿Qué hay de un tema que sin duda conoce… el desastre de Junin? ¿Y la pérdida, que algunos llaman fuga, de los simulacros Voltaire y Juana de Arco?
—No es mi especialidad —dijo Hari. Cleon le había aconsejado que mantuviera distancia frente al tema de los simulacros.
—Los rumores sugieren que salieron de su departamento.
—Desde luego. Los encontró uno de nuestros investigadores. Cedimos los derechos a esa gente… ¿cómo se llaman?
—Artificios Asociados, como sin duda usted sabe.
—Ah, sí.
—Su papel de profesor distraído no es convincente.
—¿Usted preferiría que pasara mi tiempo haciendo campaña… y luego huyendo de los medios?
—El mundo, el Imperio entero, tiene derecho a saber…
—¿Así podré decir sólo aquello que guste a la gente?
Ella torció la boca a pesar de los filtros, así que aparentemente había decidido realizar esta entrevista como un choque de voluntades.
—Usted está ocultando…
—Mis investigaciones son cosa mía.
Ella desechó esta frase.
—¿Qué dice, como matemático, a los que entienden que los simulacros profundos de gente real son inmorales?
Hari lamentó no tener sus propios filtros. Estaba seguro de que en algo se delataba, así que se impuso un semblante neutro. Lo mejor era desviar la conversación.
—¿Cuán reales eran esos simulacros? ¿Alguien lo sabe?
—Parecían muy reales y humanos para el público —dijo Moonrose, enarcando las cejas.
—Me temo que no vi el espectáculo. Estaba ocupado. —Lo cual, al menos, era totalmente cierto.
Moonrose se inclinó hacia delante con el ceño fruncido.
—¿Ocupado en sus matemáticas? Bien, entonces hablemos de la psicohistoria.
Él aún mantenía una expresión imperturbable, lo cual era erróneo. Se obligó a sonreír.
—Un rumor.
—Sé de buena fuente que usted goza del favor del emperador a causa de esta teoría de la historia.
—¿Qué fuente?
—Soy yo quien hace las preguntas.
—¿Quién lo dice? Todavía soy un funcionario público, un profesor. Y usted está ocupando tiempo que yo podría dedicar a mis alumnos.
Con un ademán Hari cortó la comunicación. Desde que se había enfrentado con Lamurk a la vista de un fisgón de los medios, había aprendido a cortar la charla cuando no era favorable.
Dors entró mientras él se inclinaba en su aeroasiento.
—Me han contado que una persona importante te estaba importunando.
—Se ha ido. Me hizo preguntas sobre la psicohistoria.
—Bien, tenía que saberse. Es una estimulante síntesis de términos. Apela a la imaginación.
—Tal vez, si la hubiera llamado «sociohistoria», la gente la consideraría más aburrida y me dejaría en paz.
—No podrías convivir con una palabra tan fea.
El electroescudo chispeó y chasqueó al entrar Yugo Amaryl.
—¿Interrumpo algo?
—En absoluto. —Hari se levantó y le alcanzó una silla. Todavía cojeaba—. ¿Cómo está la pierna?
Yugo se encogió de hombros.
—Aceptable.
Tres matones se habían acercado a Yugo en la calle una semana atrás y le habían explicado la situación con calma. Los habían contratado para lastimarlo, para hacerle una advertencia que él no olvidaría. Tendrían que romperle algunos huesos; así eran las instrucciones no había nada que él pudiera hacer. El jefe le explicó que podía hacerlo del modo difícil. Si él se resistía, los resultados serían peores. Del modo fácil, le romperían el hueso del tobillo con un solo golpe.
Al describirlo después, Yugo había dicho:
—Lo pensé, me senté en la acera, estiré la pierna izquierda y la apoyé. El jefe me pateó bajo la rodilla. Un buen trabajo; se quebró limpiamente. Hari se había horrorizado. Los medios se interesaron en la historia, y él se limitó a comentar con amargura: «La violencia es la diplomacia de los incompetentes.»
—El medtec me ha dicho que sanará en otra semana —dijo Yu mientras Hari lo ayudaba a estirarse y el aeroasiento se adaptaba a su forma.
—Los imperiales aún ignoran quién fue —dijo Dors, paseándose inquieta por la oficina.
—Mucha gente hace estos trabajos. —Yugo sonrió, un efecto un poco arruinado por la gran magulladura que tenía en la mandíbula. El episodio no había sido tan caballeresco como él lo describía—. Además les gustó hacérselo a un dahlita.
Dors se paseaba furiosamente.
—Si yo hubiera estado allí…
—No puedes estar en todas partes —dijo Hari—. Los imperiales piensan, de todos modos, que no se trataba de ti, Yugo. Yugo hizo una mueca. —Me lo imaginé. Se trataba de ti, ¿verdad? Hari asintió.
—Una «señal» —dijo uno de ellos.
Dors se detuvo bruscamente.
—¿Una señal de qué?
—Una advertencia —dijo Yugo—. Política.
—Entiendo —dijo Dors—. Lamurk no puede atacarte directamente, pero deja…
—Una tarjeta de visita poco sutil —terminó Yugo.
Dors juntó las manos.
—Deberíamos informar al emperador.
Hari se echó a reír.
—Tú eres historiadora. La violencia siempre estuvo presente en las cuestiones de sucesión. No puede estar lejos de la mente de Cleon.
—Para los emperadores, sí —replicó ella—. Pero en una campaña de primer ministro…
—El poder escasea por aquí —comentó Yugo con sarcasmo—. Los molestos dahlitas causan problemas, el Imperio pierde ímpetu o se desvía hacia lunáticos «renacimientos». Tal vez eso también sea una conspiración dahlita, ¿verdad?
—Cuando la comida escasea —dijo Hari—, los modales de los comensales cambian.
—Apuesto a que el emperador ha analizado todo esto —dijo Yugo.
Dors se puso a caminar de nuevo.
—Una de las lecciones de la historia es que los emperadores que analizan demasiado fracasan, mientras que los que simplifican demasiado triunfan.
—Buen análisis —dijo Hari, pero ella no reparó en su ironía.
—Bien, en realidad vine aquí a trabajar —murmuró Yugo—. He terminado de conciliar los datos históricos trantorianos con las ecuaciones de Seldon modificadas.
Dors siguió caminando, las manos entrelazadas a la espalda, pero Hari demostró su interés.
—¡Maravilloso! ¿Cuán errados están?
Yugo sonrió mientras insertaba un cubo de ferrita en la ranura del escritorio.
—Observa.
Trantor había durado al menos dieciocho milenios, aunque el período preimperial estaba mal documentado. Yugo había sintetizado ese mar de datos en 3D. La economía seguía un eje, los índices sociales otro, y la política constituía la tercera dimensión. Cada cual aportaba una superficie, constituyendo una forma sólida que pendía sobre escritorio de Hari. Esa burbuja de aspecto resbaladizo tenía el tamaño de un hombre y estaba en movimiento constante: distorsiones, hondonadas, protuberancias. Los flujos internos y sus códigos cromáticos eran visibles a través de la piel transparente.
—Parece un órgano canceroso —dijo Dors. Yugo frunció el ceño y ella se apresuró a añadir—: Es bonito, sin embargo.
Hari rio entre dientes. Dors rara vez daba esos tropiezos, pero cuando lo hacía no sabía cómo recobrarse. El objeto abultado que colgaba en el aire capturaba su atención con sus vitales latidos. Esa forma, palpitante sintetizaba billones de vectores, datos en bruto extraídos un sinfín de vidas diminutas.
—Esta historia inicial tenía datos dudosos —dijo Yugo. Las superficies temblaban y se agitaban—. Baja resolución, además, e incluso una cifra demográfica baja… un problema que no tendremos con las predicciones del Imperio.
—¿Ves las socio estructuras 2D? —señaló Hari.
—¿Y esto representa todo en Trantor? —preguntó Dors.
—No todos los detalles son igualmente importantes para el modelo —dijo Yugo—. No es preciso conocer al propietario de una nave estelar para calcular cómo volará.
Hari señaló un temblor en los vectores sociales.
—La cientocracia surgió aquí en el tercer milenio. Luego siguió una era de éxtasis a partir de los monopolios. Eso alimentó la rigidez.
Las formas se asentaban al afinarse los datos. Yugo aceleró la ejecución para ver quince milenios en tres minutos. Era sorprendente mil brotes sólidos y crecientes, una estructura que proliferaba. Lo expansivos patrones hablaban de la complejidad del Imperio mucho más que el discurso envarado de cualquier emperador.
—Aquí está la superposición —dijo Yugo—, mostrando la «posdicción» de las ecuaciones de Seldon, en amarillo.
—No son mis ecuaciones —dijo Hari automáticamente. Tiempo atrás él y Yugo habían visto que para predecir con la psicohistoria primero tendrían que «posdecir» el pasado, como medida de verificación—. Fueron…
—Sólo observa.
Junto a la franja azul de datos se plasmó un bulto amarillo. Para Hari parecía un gemelo del original. Cada cual sufría contorsiones, bullendo con la energía de la historia. Cada onda y surco representaba millones de triunfos y tragedias humanas. Cada temblor había sido una calamidad.
—Son… iguales —jadeó Hari.
—Exactamente —dijo Yugo.
—La teoría encaja.
—Sí, la psicohistoria funciona.
Hari miró los colores ondeantes.
—Nunca pensé…
—¿Que funcionaría tan bien? —Dors se le había acercado por detrás para masajearle la cabeza.
—En efecto.
—Has pasado años incluyendo las variables adecuadas. Tiene que funcionar.
Yugo sonrió con indulgencia.
—Ojalá más gente compartiera tu fe en los matemáticos. Has olvidado el efecto mariposa.
Dors estaba fascinada por los palpitantes bloques de datos que reproducían toda la historia trantoriana, titilando con diferentes franjas de color para mostrar las diferencias entre la historia real y las posdicciones de las ecuaciones. Había muy pocas. Más aún, no crecían con el tiempo.
Sin apartar los ojos de la imagen, Dors preguntó:
—¿Mariposa? Hay insectos, pero sin duda…
—Supongamos que una mariposa agita las alas en el ecuador, al aire libre. Eso altera mínimamente la circulación del aire. Si las cosas se alinean del modo indicado, la mariposa podría desencadenar un tornado en los polos.
—Imposible —murmuró Dors, desconcertada.
—No lo confundas con el legendario clavo de la herradura del caballo, esa mítica bestia de carga. ¿Lo recuerdas? El jinete perdió una batalla y luego un reino. Allí falló un componente pequeño pero crítico. Los fenómenos fundamentales y aleatorios son democráticos. Las diferencias diminutas en cada variable acoplada pueden producir cambios tremendos.
La explicación tardó un rato en aclararse. Las condiciones meteorológicas de Trantor, como las de cualquier otro mundo, eran muy sensibles a las condiciones iniciales. La agitación de las alas de una mariposa en un lado de Trantor, amplificada por ecuaciones de fluido durante semanas, podía desencadenar un huracán aullante a un continente de distancia. Ningún ordenador podía modelar los diminutos detalles de la meteorología real para posibilitar predicciones exactas.
Dors señaló los bloques de datos.
—¿Conque esto está todo mal?
—Espero que no —dijo Hari. Las condiciones meteorológicas varían, pero el clima se mantiene estable.
—Aun así, no me extraña que los trantorianos prefieran los interiores. Los exteriores pueden ser peligrosos.
—El hecho de que las ecuaciones describan lo que sucedió… bien, significa que los efectos pequeños pueden estabilizarse en la historia —dijo Hari.
—A escala humana, los datos pueden emparejarse con el tiempo —añadió Yugo.
Dors dejó de masajear la cabeza de Hari.
—¿Entonces las personas no importan?
—La mayoría de las biografías nos convencen de que las personas, nosotros, somos importantes —dijo Hari— la psicohistoria nos enseña que no.
—Como historiadora, no puedo aceptar…
—Mira los datos —interrumpió Yugo.
Observaron mientras Yugo amplificaba los detalles, demostraba características. Para la gente común, la historia perduraba en el arte, el mito y la liturgia. La palpaba en ejemplos concretos: un edificio, una costumbre, un nombre histórico. Hari, Yugo y los demás eran como mariposas revoloteando sobre un paisaje desconocido para sus habitantes. Veían el lento desplazamiento del terreno, frío e inexorable.
—Pero las personas tienen que importar —comentó Dors con angustiada esperanza. Hari sabía que dentro de ella acechaban las severas directivas de la Ley Cero, pero encima se extendía una gruesa capa de genuinos sentimientos humanos. Era una humanista que creía en el poder del individuo, y aquí se topaba con un mecanismo despiadado e indiferente.
—En realidad importan, pero quizá no como tú quieres —murmuró Hari—. Investigamos grupos, ejes en torno de los cuales a veces giran los acontecimientos.
—Los homosexuales, por ejemplo —dijo Yugo.
—Constituyen el uno por ciento de la población, una variante menor y coherente en las estrategias reproductivas —dijo Hari.
Socialmente, sin embargo, a menudo eran maestros de la improvisación que impulsaban las modas, totalmente a sus anchas. Parecían equipados con una brújula interna que los guiaba prematuramente hacia las novedades sociales, de modo que influían de un modo desproporcionado con su cantidad. A menudo eran indicadores sensibles de los giros futuros.
—Así que nos preguntamos si podían ser un indicador crucial —continuó Yugo—. Resulta que lo son. Eso ayuda en las ecuaciones.
—¿Por qué la historia lo suaviza todo? —preguntó Dors con seriedad.
Hari dejó que Yugo se encargara de explicar.
—Verás, el efecto mariposa tiene un aspecto positivo. Los sistemas caóticos se podrían abordar en el instante apropiado para darles un leve empuje en la dirección preferida. Un empellón oportuno podría impulsar un sistema, arrojando beneficios desproporcionados con el esfuerzo invertido.
—¿Hablas de control? —preguntó ella dubitativamente.
—Apenas un toque —dijo Yugo—. Un control mínimo, el empujón oportuno en el momento oportuno, requiere una comprensión profunda de la dinámica. Tal vez de esa manera puedas influir sobre los resultados, logrando el menor daño en varios resultados delicadamente equilibrados. En el mejor de los casos, pueden impulsar el sistema hacia resultados asombrosamente buenos.
—¿Y quién controla? —preguntó Dors.
Yugo se sintió incómodo.
—Eh… nosotros… no lo sabemos.
—¿No lo sabéis? Pero esta es una teoría de toda la historia.
—En las ecuaciones hay elementos, interacciones que no entendemos —murmuró Hari—. Fuerzas amortiguadoras.
—¿Córno podéis no entenderlo?
Ambos hombres parecían incómodos.
—No sabemos cómo interactúan los términos, los nuevos rasgos que conducen a un orden emergente —dijo Hari.
—Entonces no tenéis una teoría, ¿verdad?
Hari asintió.
—En el sentido de una comprensión profunda, no.
Los modelos, reflexionó, seguían el tosco mundo de la experiencia y reflejaban su época. La mecánica planetaria vino después de los relojes. La idea del universo como un cómputo vino después de los ordenadores. La visión del mundo como cambio estable venía después de la dinámica no lineal.
Tuvo un atisbo de un metamodelo que lo examinaría a él para describir cómo Hari seleccionaría entre varios modelos de psicohistoria. Mirando desde arriba, el metamodelo sabría qué modelo preferiría Hari Seldon.
—¿Quién planifica este control? —insistió Dors.
Hari trató de aprehender la idea que se le había ocurrido, pero se le escurrió. Sabía cómo recobrarla: debía relajarse.
—¿Recuerdas aquella broma? —preguntó—. ¿Cómo haces reír a Dios?
—Contándole tus planes —respondió Dors con una sonrisa.
—Correcto. Estudiaremos este resultado, obtendremos una respuesta.
—¿No pides predicciones acerca del avance de tus predicciones?
—Es embarazoso confesarlo, pero sí.
El sec campanilleó.
—Una llamada imperial —anunció.
—¡Rayos! —Hari dio un puñetazo en la silla—. Se ha terminado la diversión.