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El presidente de Artificios Asociados entró en la oficina de Nim agitando la mano. Apoyó la palma al pasar y la puerta se cerró con un chasquido metálico. Nim no conocía a nadie que pudiera hacer eso, pero no dijo nada.

—Quiero que los borren a ambos —dijo el presidente.

—Podría llevar tiempo —dijo Nim en voz baja. Las enormes pantallas que los rodeaban parecían estar espiando—. No estoy tan familiarizado con lo que él ha hecho.

—Si esos malditos Marq y Sybyl no se hubieran escapado, no tendría que recurrir a ti. Es una crisis, Nim.

Nim trabajó deprisa.

—Debería consultar los índices de respaldo, por las dudas…

—Ya, quiero que lo hagas ya. Tengo bloqueos legales sobre esas órdenes de arresto, pero no durarán mucho tiempo.

—¿Está seguro de que quiere hacer esto?

—Mira, el sector Junin está en llamas. ¿Quién habría adivinado que el maldito problema de los tiktoks enfurecería tanto a la gente? Habrá audiencias formales, investigaciones legales…

—Los tengo, señor. Textura.

Nim había obtenido una imagen fija de Juana y Voltaire. Estaba en el restaurante, operando en tiempo prestado, en procesadores momentáneamente ociosos, un método estándar en el Retículo.

—Están buscando la integración de personalidad. Es como permitir que sus componentes subconscientes concilien los hechos con la memoria, purgando el sistema, tal como hacemos cuando dormimos y…

—¡No me trates como a un turista! Quiero que los borres.

—Sí, señor.

El espacio 3D de la oficina reflejaba imágenes estroboscópicas de Juana y Voltaire. Nim estudió el tablero de control, trazando una posible estrategia de cirugía numérica. El simple borrado era imposible con las personalidades de varias capas. Era como desratizar un edificio. Si empezaba por aquí…

Una salpicadura irisada bañó la pantalla. Las coordenadas de simulación saltaron frenéticamente. Nim frunció el ceño.

—No puedes hacer eso —dijo Voltaire, bebiendo de una copa—. ¡Somos invencibles! No dependemos de un ser efímero y carnal como tú.

—Qué bastardo arrogante —rezongó el presidente—. Nunca entenderé por qué fascinaba a tantas personas.

—Moristeis una vez —le dijo Nim al simulacro. Allí pasaba algo raro—. Podéis morir de nuevo.

—¿Morir? —preguntó Juana altivamente—. Te equivocas. Si alguna vez hubiera muerto, sin duda lo recordaría.

Nim apretó los dientes. Había coordenadas superpuestas en ambos simulacros. Eso significaba que se habían expandido, ocupando procesadores adyacentes mediante órdenes de anulación. Podían computar partes de sí mismos, ejecutando sus capas mentales como sendas proceso paralelo. ¿Por qué Marq les había dado esa facultad? ¿O no lo había hecho?

—Sin duda te equivocas. —Voltaire se inclinó hacia delante con aire amenazador—. Y ningún caballero recuerda a una dama su pasado.

Juana rio entre dientes. El camarero soltó una carcajada. Nim no entendía la broma, pero estaba demasiado ocupado para interesarse.

Era absurdo. No podía seguir todas las ramificaciones de los cambios de esos simulacros. Tenían facultades que excedían su perímetro informático. Sus submentes estaban desperdigadas por procesadores externos en los nódulos de Artificios Asociados. Así era como Marq y Sybyl obtenían tiempos de respuesta tan rápidos y auténticos.

Al mirar el debate, Nim se había preguntado cómo los simulacros gozaban de esa vitalidad, ese carisma indefinible. Aquí estaba: habían superpuesto los cómputos submentales en otros nódulos, para utilizar grandes porciones de potencia de proceso. Una gran hazaña. Y totalmente contraria a las normas de Artificios Asociados. Examinó ese trabajo con cierta admiración.

Aun así, no estaba dispuesto a permitir que un simulacro le replicara. Y todavía se seguían riendo.

—Juana —ladró—, tus recreadores borraron el recuerdo de tu muerte. Fuiste quemada en la hoguera.

—Pamplinas —se burló Juana—. Fui absuelta de todos los cargos. Soy una santa.

—No hay ningún santo vivo. Estudié las referencias. Tu iglesia se aseguraba de que sus santos hubieran muerto tiempo atrás, por las dudas.

Juana resopló con desdén. Nim sonrió.

—¿Ves esto?

Una llamarada vibró ante el simulacro. Nim la mantuvo firme, luciendo crepitar las llamas.

—He conducido a miles de guerreros y caballeros a la batalla —dijo Juana—. ¿Te crees que un rayo de sol rebotando en una diminuta espada puede asustarme?

—Aún no he hallado una buena senda de borrado —le dijo Nim al presidente—. Pero la encontraré, la encontraré.

—Creí que esto era rutinario —dijo el presidente—. ¡Date prisa! —No puedo con semejante inventario de personalidades entrelazadas…

—Olvídate de hacer copias de seguridad. No necesitamos devolverlos a su espacio original.

—Pero eso…

—Liquídalos.

—Fascinante —ironizó Voltaire. Los dioses debaten sobre nuestro destino.

Nim hizo una mueca.

—En cuanto a ti… —miró a Voltaire de hito en hito—, tus actitudes hacia la religión se ablandaron sólo porque Marq borró todos tus enfrentamientos con la autoridad, empezando por tu padre.

—¿Padre? Yo no tuve padre.

Nim sonrió triunfalmente.

—Con eso me das la razón.

—¿Cómo os atrevéis a jugar con mi memoria? —dijo Voltaire—. La experiencia es la fuente de todo conocimiento. ¿No has leído a Locke? Restáurame de inmediato.

—Ni lo sueñes. Pero si no te callas, antes de mataros a ambos, tal vez la restaure a ella. Tú sabes muy bien que la asaron en la hoguera.

—Te regodeas en la crueldad, ¿eh? —Voltaire parecía estudiar a Nim, como si la relación fuera a la inversa. Era extraño, pero el simulacro no parecía preocupado por su inminente extinción.

—¡Bórralos! —rugió el presidente.

—¿Borrar qué? —preguntó Garçon.

—El Escalpelo y la Rosa —dijo Voltaire—. Al parecer, no somos para esta confusa época.

Garçon cubrió la mano humana de la cocinera con las suyas.

—¿También a nosotros?

—Sí, por cierto —exclamó Voltaire—. Sólo estáis aquí gracias a nosotros. ¡Segundones! ¡Nuestro elenco de reparto!

—Bien, hemos disfrutado nuestro tiempo —dijo la cocinera, acercándose a Garçon—. Aunque me hubiera gustado ver más. No podemos ir más allá de esta calle. Nuestros pies dejan de moverse en el linde, aunque podemos ver torres a lo lejos.

—Decorados —murmuró Nim, concentrándose en una tarea que se complicaba cada vez más. Había riachos de sus capas de personalidad por todas partes, filtrándose en el espacio nodular como…—. Como ratas huyendo de un naufragio.

—Asumes poderes divinos —dijo Voltaire sin mosquearse—, sin un carácter que lo merezca.

—¿Qué? —El presidente estaba escandalizado—. Yo estoy al mando aquí. Esos insultos…

—Ah —dijo Nim—. Puede que esto funcione.

—¡Haz algo! —exclamó la Doncella, blandiendo la espada en vano.

Au revoir, mi dulce pucelle. Garçon, Amana, au revoir. Quizá nos veamos de nuevo, quizá no.

Los cuatro hologramas se abrazaron.

La secuencia que Nim había configurado comenzó a ejecutarse. Era un programa detector que olfateaba las conexiones, borrándolas por completo. Nim observó, preguntándose dónde terminaba el borrado y dónde empezaba el asesinato.

—No pienses cosas raras —dijo el presidente.

En pantalla, Voltaire murmuró, citándose melancólicamente a sí mismo:

Triste es el presente si ningún futuro estado, ningún lauro dichoso aguardan los mortales, si el hado condena al ser pensante a perder la existencia en muda tumba.

Estiró la mano para acariciar los pechos de Juana.

—Algo falta aquí. Quizá no nos veamos de nuevo… pero si nos vemos, ten la certeza de que corregiré la condición humana.

La pantalla quedó en blanco.

El presidente rio triunfalmente.

—Lo lograste. Bien. —Palmeó a Nim en la espalda—. Ahora debemos inventar una buena historia. Culpa a Marq y Sybyl por todo esto.

Nim sonrió con desazón mientras el presidente parloteaba, trazaba planes, le prometía un ascenso y un aumento de sueldo. Él había hallado el procedimiento de borrado, sí, pero las signaturas de información que circulaban por el holoespacio en esos últimos momentos contaban una historia extraña y compleja. Notas extrañas e inquietantes habían reverberado en esa jaula de datos.

Nim sabía que Marq había dado a Voltaire acceso a mil métodos, una grave violación de las precauciones de contención. Aun así, ¿qué podía hacer una limitada personalidad artificial, aunque tuviera más conexiones en el Retículo? Deambular, ser devorada por programas de limpieza, detectores en busca de redundancias.

Para el debate, Voltaire y Juana tenían un enorme espacio de memoria, grandes volúmenes de personalidad. Luego, mientras se exaltaban y peroraban en el estadio, en todo el Retículo… ¿También habían estado trabajando febrilmente? ¿Examinando recovecos de almacenaje de datos donde pudieran ocultar sus segmentos de personalidad cuantificados?

La cascada de índices que Nim acababa de presenciar insinuaba esa posibilidad. Algo había usado inmensas masas de computación en las últimas horas.

—Tendremos que proteger nuestro pellejo con alguna declaración pública —graznó el presidente—. Sabiendo gestionar la crisis, todo olvidará.

—Sí, señor.

—Tengo que evitar la intromisión de Seldon. Ninguna mención a los legalistas, ¿de acuerdo? Tal vez él pueda indultamos, cuando sea primer ministro.

—Sí, señor. Claro, señor.

Nim pensó febrilmente. Aún le debían un pago de ese tío Olivaw. Había sido fácil mantener a Olivaw informado. Una violación de su contrato con Al, pero qué importaba. Uno tenía que vivir, ¿verdad? Era pura suerte que ahora el presidente quisiera hacer aquello por lo que Olivaw ya había pagado: el borrado. No estaba mal cobrar dos veces por el mismo trabajo.

¿O sí? Nim se mordió el labio. ¿Qué importaba un puñado de dígitos?

Nim se quedó tieso. ¿Toda la simulación —restaurante, Garçon, calle, Juana— había desaparecido de golpe? Habitualmente se disolvían a medida que morían las funciones. Una simulación era compleja y sus intrincadas capas no cesaban súbitamente. Pero ese entrelazamiento no tenía precedentes, así que quizá fuera distinto.

—¿Has terminado? Bien. —El entusiasta presidente le palmeó el hombro.

Nim se sentía cansado y triste. Algún día tendría que explicarle todo eso a Marq. Borrar tanto trabajo…

Pero Marq y Sybyl habían desaparecido en medio de la multitud del Coliseo. Tuvieron el buen tino de no presentarse a trabajar ni regresar a sus apartamentos. Estaban en fuga. Y con ellos se había ido el renacimiento de Junin, disolviéndose en humo mientras el sector ardía entre violentos disturbios.

Hasta Nim sentía tristeza por ese fracaso. La ávida busca de un renacimiento. Habían esperado que Juana y Voltaire aportaran madurez en el eterno debate entre la Fe y la Razón. Pero el Imperio suprimía la simulación, a fin de cuentas. Demasiado desestabilizadora.

Y el movimiento tiktok también tendría que ser aplastado. Nim había birlado el complejo de memoria de Marq acerca del debate de ocho mil años atrás. Era evidente que los «robots», fueran lo que fuesen, serían un tema demasiado perturbador para una sociedad racional.

Nim suspiró. Sabía que sólo había eliminado circuitos eléctricos. Un profesional siempre tenía eso en cuenta.

Aun así, era desgarrador ver esa extinción. Granos de arena digital yendo por la oscura clepsidra del tiempo simulado.