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La ansiosa Sybyl estaba sentada junto a Monsieur Boker en el Coliseo. Estaban cerca de los jardines imperiales y reinaba cierta atmósfera imponente.

No podía dejar de tamborilear con las uñas —su mejor juego de gala— sobre las rodillas. En medio del murmullo de cuatrocientos mil espectadores en el vasto auditorio, aguardaba la aparición de la Doncella y Voltaire en una pantalla gigantesca.

La civilización, pensaba, era un poco aburrida. Su contacto con los simulacros le había abierto los ojos al vigor y la vertiginosa electricidad del oscuro pasado. Esa gente había guerreado y se había masacrado, supuestamente por ideas.

Ahora, protegida por el Imperio, la humanidad era blanda. En vez de batallas sangrientas, satisfactoriamente definitivas, había «feroces» guerras comerciales, enfrentamientos atléticos y, últimamente, la moda de los debates.

Esta colisión de simulacros, publicitada en todo Trantor, sería presenciada en más de veinte mil millones de hogares. Y se irradiaba a todo el Imperio, adondequiera que fuesen los chispeantes embudos de la red de agujeros de gusano. La tosca fuerza de los simulacros prehistóricos era innegable; ella misma sentía una aceleración en el pulso.

Las escasas entrevistas y presentaciones de los simulacros habían intrigado al público. Los que mencionaron las tradicionales leyes y prohibiciones fueron acallados. El aire crepitaba con el afán de lo nuevo. Nadie había previsto que el debate cobrara tanta importancia.

Eso podía difundirse. Al cabo de varias semanas, Junin impulsaría un renacimiento en todo Trantor.

Y ella se llevaría los galardones.

Miró al presidente y otros altos ejecutivos de Artificios Asociados, todos parloteando felizmente.

El presidente, para demostrar neutralidad, estaba sentado entre Sybyl y Marq, que no se hablaban desde la última reunión.

Del otro lado de Marq, su cliente, el representante de los Escépticos, miraba el programa; junto a él estaba Nim. Monsieur Boker codeó a Sybyl.

—Eso no puede ser lo que creo que es —dijo.

Sybyl siguió su mirada hasta una distante fila del fondo, donde lo que parecía un hombre mec estaba sentado junto a una muchacha humana. En el estadio sólo se permitían vendedores y apostadores mec.

—Quizá su criado —sugirió Sybyl.

Las infracciones menores a las normas no la turbaban tanto como a Monsieur Boker, que había sido muy testarudo desde que una emisora 3D filtró la noticia de que Artificios Asociados representaba a ambos bandos. Afortunadamente, la filtración había llegado demasiado tarde para que cualquiera de ambas partes hiciera nada al respecto.

—Los criados mec no están permitidos —observó Monsieur Boker.

—Tal vez sea tullida —dijo Sybyl para aplacarlo—. Quizá necesite ayuda para desplazarse.

—De todos modos, no entenderá de qué se trata —intervino Marq—. Son criaturas truncadas. Sólo un puñado de módulos para tomar decisiones.

—Precisamente por eso no debería estar aquí —replicó Monsieur Boker.

Marq oprimió el brazo de la butaca y apostó sin disimulos al triunfo de Voltaire.

—Él nunca ha ganado una apuesta en toda su vida —le dijo Sybyl a Monsieur Boker—. No tiene cabeza para la matemática.

—¿De veras? —replicó Marq, dirigiéndose a Sybyl por primera vez—. ¿Por qué no respaldas tus palabras con tu dinero?

—He calculado las probabilidades de esto —respondió ella.

—No podrías resolver la ecuación integral —resopló Marq despectivamente.

—Mil —apostó ella con irritación.

—Un mero símbolo —se burló Marq—, considerando cuánto te pagan por este proyecto.

—Lo mismo que a ti.

—Ya basta, los dos —dijo Nim.

—Te diré una cosa —dijo Marq—. Yo apostaré todo mi sueldo del proyecto a Voltaire. Tú apuesta el tuyo a tu anacrónica Doncella.

—Basta —insistió Nim.

El presidente interpeló al cliente de Marq, el Escéptico.

—Este espíritu competitivo es el que ha convertido a Artificios Asociados en líder en inteligencias simuladas. —Luego se volvió hacia Boker, el rival—. Procuramos…

—Acepto —exclamó Sybyl.

Sus tratos con la Doncella la habían convencido de que lo irracional debía también ocupar un sitio en la ecuación humana. Pronto puso en duda esa convicción.