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—Vuestros pedidos —dijo Garçon 213-ADM con un ademán grácil. Le costaba seguir la conversación entre la Doncella y Monsieur, acerca de si las criaturas como él poseían un alma. Monsieur parecía creer que nadie tenía alma, lo cual exasperaba a la Doncella. Discutían con tanto apasionamiento que no notaron la desaparición de la presencia fantasmagórica que habitualmente los observaba, un «programador» de este espacio.

Esa era la oportunidad de Garçon para implorar a Monsieur que interviniera a su favor y pidiera a sus amos humanos que le dieran un nombre. 213-ADM era sólo un código para mecs: el 2 identificaba su función de camarero, el 13 lo situaba en ese sector, y ADM representaba Aux Deux Magots. Sin duda le resultaría más fácil conquistar a la rubia cocinera si le daban un nombre humano.

—Monsieur, Madame. Vuestros pedidos, por favor.

—¿De qué sirve pedir? —rugió Monsieur. Garçon observó que la paciencia no mejoraba con la cultura—. ¡No podemos saborear nada!

Garçon hizo un gesto comprensivo con dos de sus cuatro manos. No tenía experiencia de los sentidos humanos excepto la vista, el sonido y un tacto rudimentario, los necesarios para cumplir con su tarea. Habría dado cualquier cosa por saborear y sentir, pues los humanos parecían obtener mucho placer de ello.

La Doncella miró el menú y, cambiando de tema, dijo:

—Pediré lo de costumbre. Un trozo de pan. Para variar, pediré una baguette de masa fermentada.

—¡Masa fermentada! —repitió Monsieur.

—Y un poco de champán para remojarla.

Monsieur sacudió la cabeza como para calmarse.

—Te felicito, Garçon, por haber enseñado a la Doncella a leer el menú.

—Madame la Scientiste lo permitió —dijo Garçon. No quería problemas con sus amos humanos, que en cualquier momento podían desenchufarlo.

Monsieur agitó una mano despectiva.

—Ella se obsesiona con los detalles. No sobreviviría sola en Paris, y mucho menos en una corte real. Marq, en cambio, llegará lejos. La inescrupulosidad es el lubricante favorito de la fortuna. Por cierto yo no pasé de la indigencia a ser uno de los ciudadanos más acaudalados de Francia confundiendo los ideales con los escrúpulos.

—¿Monsieur ha decidido qué pedirá? —preguntó Garçon.

—Sí. Debes instruir a la Doncella en textos más avanzados para que ella pueda leer mi poema sobre la filosofía newtoniana, junto con todas mis cartas filosóficas. Su razonamiento debe equipararse, en lo posible, con el mío. —Y con una sonrisa presuntuosa añadió—: Aunque pocos podrían equipararse.

—Tu modestia sólo está a la par de tu ingenio —dijo la Doncella arrancando a Monsieur una risotada.

Garçon sacudió la cabeza con aflicción.

—Me temo que eso no será posible. No puedo instruir a nadie salvo en frases sencillas. Mi dominio del idioma sólo me permite comprender un menú. Me honra el deseo de Monsieur de que yo me eleve en mi posición. Pero aunque la oportunidad llame, yo y los de mi especie, limitados para siempre a los niveles más bajos de la sociedad, no podemos atender la puerta.

—Las clases bajas deben conservar su sitio —afirmó Voltaire—. Pero haré una excepción en tu caso. Pareces ambicioso. ¿Lo eres?

Garçon miró a la cocinera rubia.

—La ambición no es apropiada para alguien de mi rango.

—¿Qué serías, pues? ¿Si pudieras ser lo que quisieras?

Garçon sabía que la cocinera pasaba sus tres días semanales libres —él trabajaba siete días por semana— en los corredores del Louvre.

—Un guía mec en el Louvre —dijo—. Suficientemente listo y con tiempo suficiente para cortejar a una mujer que apenas sabe que existo.

—Encontraré una manera de… ¿cómo lo llaman?

—Bajarlo, descargarlo —sugirió la Doncella.

Mon Dieu! —exclamó Monsieur—. Ya puede leer tanto como tú. Mas no permitiré que su ingenio supere el mío. ¡Qué va, eso sería ir demasiado lejos!