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Marq Hofti se dirigía a su oficina de Waldon mientras su colega y amiga Sybyl parloteaba con él, entusiasta y desbordante como de costumbre. Sólo en ocasiones tanta energía resultaba agotadora. Las majestuosas oficinas de Artificios Asociados se elevaban en el inmenso y alto pozo. Un deslizador sobrevolaba los niveles superiores, meciéndose entre bonitas nubes verdes. Marq irguió la cabeza para mirar mientras el deslizador recibía la corriente de los potentes circuladores de aire de la ciudad. El control atmosférico incluía los vapores algodonosos como variedad. Él ansiaba estar allá arriba, revoloteando entre esas pegajosas exhalaciones. En cambio estaba abajo, usando su acostumbrada máscara de reciedumbre cotidiana. Y ese día sería insólito. Arriesgado. Y aunque sentía en el cuerpo el desborde de la euforia, también sentía el peso del temor al fracaso. Si fallaba hoy, al menos no caería en picado como un piloto que evaluaba mal las corrientes térmicas del pozo. Entró adustamente en su oficina.

—Me ponen nerviosa —dijo Sybyl, sin reparar en su mal humor.

—¿Qué?

Él dejó su maletín y se sentó ante el tablero de control. Ella se sentó al lado. El tablero llenaba la mitad de la oficina, restando importancia al escritorio de Marq.

—Los simulacros de Sark. Hemos dedicado mucho tiempo a esos protocolos de resurrección, los fragmentos, incrustaciones y demás.

—Tuve que llenar capas enteras que faltaban en las grabaciones. Las redes sinápticas del córtex de asociación. Mucho trabajo.

—También yo. A mi Juana le faltaban fragmentos del hipocampo.

—¿Difícil? —El cerebro recordaba cosas usando constelaciones e agentes del hipocampo. Colocaron la memoria duradera en otra parte, desperdigando fragmentos en el córtex cerebral. No era tan limpio ni ordenado como la memoria informática, lo cual era uno de los principales problemas. La evolución era un sistema chapucero que acumulaba mecanismos sin prestar atención al diseño general. Al construir mentes, el Señor era una especie de aficionado.

—Fatal. Me quedé hasta medianoche durante semanas.

—Yo también.

—¿Usaste la biblioteca?

Él reflexionó. Artificios Asociados mantenía densos archivos de mapas cerebrales tomados de voluntarios. Había menús para seleccionar agentes mentales, subrutinas para las tareas que miles de sinapsis realizaban en el cerebro. Todas ellas se traducían pulcramente en equivalentes digitales, ahorrando mucho trabajo. Pero usarlas significaba grandes gastos, porque se pagaban derechos por cada subrutina.

—No. Tengo una fuente privada.

—Yo también —dijo ella.

¿Procuraba inducirlo a admitir algo? Ambos habían tenido que someterse a escaneos para obtener sus altas calificaciones en la meritocracia. Marq había tenido la prudencia de conservar su escaneo. Mejor que un mapa cerebral cualquiera, sin duda. Él no seria un genio, pero los elementos básicos de la configuración de Voltaire no eran lo importante, a fin de cuentas. Sin duda no tenía importancia el modo en que el simulacro ejecutaba las funciones del cerebelo como mantenimiento básico y circuitos de limpieza.

—Echemos un vistazo a nuestras creaciones —dijo Marq con entusiasmo, para cambiar de tema.

Sybyl sacudió la cabeza.

—La mía es estable. Pero en realidad no sabemos qué esperar. Estas personalidades plenamente integradas todavía están aisladas.

—La naturaleza de la bestia. —Marq se encogió de hombros, remedando cinismo profesional. Ahora que sus manos acariciaban el tablero, sin embargo, sentía un cosquilleo de emoción.

—Hagámoslo hoy —dijo ella, si poder contenerse.

—¿Qué? Me gustaría limar algunas imperfecciones, tal vez instalar un amortiguador como precaución contra variaciones de temperamento, examinar…

—¡Detalles! Estos simulacros han funcionado en circuitos internos durante semanas de tiempo de simulación, autointegrándose. Interactuemos.

Marq pensó en el piloto del deslizador, volando entre vientos traicioneros. Nunca había hecho nada tan arriesgado; no estaba en su temperamento. Sus peligros se encontraban en el campo digital. Allí era un maestro.

Pero no había llegado tan lejos siendo tonto. Al establecer contacto con el presente, esos simulacros podían sufrir alucinaciones, temor, pánico.

—¡Piensa en ello! Hablar con la preantigüedad.

Marq comprendió que era él quien sentía miedo. «Piensa como un piloto», se exhortó.

—¿Quieres que lo haga otro? —preguntó Sybyl.

Sintió el fugaz calor del muslo de ella mientras rozaba accidentalmente el suyo.

—Nadie más podría —admitió.

—Y nos pondrá delante de cualquier competidor.

—Ese tío, Seldon, pudo haberlo hecho cuando los recibió de esos payasos neorrenacentistas de Sark. Al usarnos a nosotros, bien… supongo que necesita poner cierta distancia frente a un proyecto dudoso como este.

—Distancia política —convino Sybyl—. La posibilidad de negarlo todo.

—No me parecía tan astuto políticamente.

—Tal vez quiere que pensemos eso. ¿Cómo habrá seducido a Cleon?

—Ni idea. Aunque no me disgustaría que uno de los nuestros estuviera en el poder. Un ministro matemático… ¿te imaginas?

Así que Artificios Asociados estaba por su cuenta en esto. Con sus contactos en Sark, la compañía ya había desplazado a Digitfac y Axiom Alliance en la venta y diseño de inteligencias holográficas, pero la competencia era dura en varias líneas de productos. La exploración de personalidades realmente antiguas podía darle la delantera. «El filo de cuchillo del cambio —pensó Marq felizmente—. Peligro y dinero, los dos grandes afrodisíacos.»

Se había pasado el día anterior espiando a Voltaire y estaba seguro de que Sybyl había hecho lo mismo con la Doncella. Todo había salido bien.

—Pero usaremos filtros faciales.

—¿No te sientes capaz de ocultar tus sentimientos? —Sybyl soltó una risa femenina y gutural—. ¿Te crees demasiado transparente?

—¿Lo soy? —replicó Marq, devolviéndole la pelota.

—Digamos que tus intenciones lo son.

El pícaro guiño de Sybyl le hizo contraer la nariz, con lo cual Marq recordó por qué necesitaba los filtros. Activó una expresión afable que había diseñado para sus comunicaciones con clientes. En su oficio había aprendido pronto que el mundo estaba lleno de gente quisquillosa. Sobre todo Trantor.

—Será mejor que también actives un refinador de gestos corporales —dijo ella, con toda seriedad. Sybyl nunca dejaba de sorprenderlo con su artera ambigüedad.

Ella activó sus filtros, importándolos instantáneamente de su propio tablero, que estaba en otra parte del edificio.

—¿Quieres una caja de vocabulario?

Él se encogió de hombros.

—Si hay algo que no entienden, lo atribuirán a problemas idiomáticos.

—¿En qué hablan?

—Una lengua muerta, de un mundo original desconocido. —Marq no cesaba de mover las manos, preparando la transición.

—Tiene un sonido… líquido. —Sybyl hinchó el busto mientras inhalaba, retenía el aire y lo soltaba lentamente—. Sólo espero que mi cliente no averigüe lo de Seldon. La compañía corre un gran riesgo al no hablarle a ninguno de ellos sobre el otro.

—¿Y qué? —Marq se encogió de hombros. Un vuelo en deslizador lo espantaría, pero amaba los juegos de poder. Artificios Asociados había tomado importantes cuentas de dos rivales enfrentados a muerte en esta cuestión.

—Si ambos bandos descubren que estamos manejando ambas cuentas, se largarán. Se negarán a pagar parte del anticipo… y sabes que hemos gastado mucho más que eso.

—¿Largarse? —Marq se echó a reír—. No si quieren ganar. Somos los mejores —comentó con su sonrisa presuntuosa—. Tú y yo, por si te preguntas quién. Sólo espera a ver esto.

Bajó las luces, inició la ejecución y se reclinó en la silla, apoyando las piernas en la mesa. Quería impresionarla, eso era todo. Pero desde que el esposo de Sybyl había muerto en un accidente, sin que ni siquiera los mejores médicos pudieran repararlo, él había decidido esperar un tiempo prudente antes de abordarla. ¡Qué equipo formarían! Podían crear una empresa, por ejemplo, Marq Sybyl Limitada, robarse a los mejores clientes de A2, hacerse con un nombre.

«No, dos nombres. Seamos justos.» —Conocer gente antigua…— murmuró Sybyl en la penumbra.

Descendían, internándose en el mundo replicado, cuya impecable complejidad azul se proyectaba en la pared de enfrente. La realimentación vibrotáctil con dermosellos de inductancia perfeccionaba la ilusión.

Bajaron a una ciudad primitiva donde una sola capa de edificios cubría el suelo desnudo. Una tosca aldea preimperial. Sobrevolaron calles, edificios que giraban en una precisa proyección. Aun las muchedumbres y el tráfico atascado parecían auténticos, un enmarañado abarrotamiento humano. Descendieron rápidamente a la simulación de primer plano, un café en un sitio que se llamaba Boulevard St. Germain. Olores pegajosos, el sordo crujido del tráfico, tintineo de platos, el especioso aroma de un soufflé.

Marq hizo una aproximación al marco temporal de las entidades recreadas. Un hombre delgado apareció en la pared, con ojos que irradiaban inteligencia, la boca ladeada en una sonrisa socarrona.

Sybyl silbó entre dientes. Entornando los ojos, observó la boca de la recreación, como para leerle los labios. Voltaire interrogaba al camarero mec. De mal humor, por supuesto.

—Alta resolución sensorial —dijo, con apropiado respeto—. No logro que la mía resulte tan clara. Todavía no sé cómo lo haces.

«Mis contactos en Sark —pensó Marq—. Sé que tú también tienes algunos.»

—Oye —dijo ella—, ¿qué…?

Marq sonrió satisfecho cuando la boquiabierta Sybyl vio a Juana junto a Voltaire. Imagen congelada, datos inicializados pero aún sin ejecución interactiva.

La expresión de Sybyl mezclaba la admiración con el miedo.

—Se supone que no debemos juntarlos hasta que se reúnan en el Coliseo.

—¿Quién lo dice? No figura en nuestro contrato.

—Hastor nos liquidará de todos modos.

—Quizá… si lo descubre. ¿Quieres que la excluya?

Ella torció la boca en una bonita mueca.

—Claro que no. Qué diablos, ya está hecho. Actívalo.

—Sabía que lo aceptarías. Nosotros somos los artistas, nosotros tomamos las decisiones.

—¿Tenernos capacidad de ejecución para pasar a tiempo real?

—Costoso, pero posible. Y tengo una pequeña proposición para ti. Ella enarcó las cejas dubitativamente.

—Prohibida, sin duda.

Él esperó, por el gusto de acicatearla. Y para juzgar, a partir de su reacción, cuán receptiva sería Sybyl si él intentaba cambiar la naturaleza de su larga relación platónica. Lo había intentado una vez. El rechazo de Sybyl —que estaba casada, le recordó amablemente, con un contrato de una década— sólo alimentaba el deseo de Marq. Tanto talento, y para colmo esposa fiel. Bastaba para hacerle castañetear los dientes. Y castañeteaban con frecuencia. Desde luego, podía reemplazarlos por menos del precio de una hora con un buen terapeuta.

El lenguaje corporal de Sybyl —una leve reticencia— le indicaba que aún guardaba luto por su esposo. Marq estaba dispuesto a esperar el año de costumbre, pero sólo si era necesario.

—¿Qué opinas de darles a ambos archivos masivos, más allá del estado básico? —sugirió—. Conocimientos firmes acerca de Trantor, el Imperio, todo.

—Imposible.

—No, sólo caro.

—¡Demasiado!

—¿Y qué? Piensa en ello. Sabemos lo que representaban estos dos primordiales, aunque ignoremos de qué mundo venían.

—Sus recuerdos de estratos dicen «Tierra», ¿recuerdas?

Marq se encogió de hombros.

—¿Y? Docenas de mundos primitivos se hacían llamar así.

—¿Tal como los primitivos se hacen llamar «el pueblo»?

—Claro. Además esa fábula popular contiene un error de astrofísica. La leyenda del planeta original es clara en un punto: el mundo consistía principalmente en océanos. ¿Entonces por qué se llamaba Tierra?

Ella asintió.

—Concedido, un autoengaño. Y he verificado que no tenían bases de datos sólidas en astronomía. Pero mira sus lecturas de contexto social. Estos dos representaban conceptos, ideas eternas: la Fe y la Razón.

Marq apretó ambos puños con entusiasmo pueril.

—¡Correcto! Encima de eso insertaremos lo que conocemos hoy: selección seudonatural, psicofilosofía, destinos genéticos…

—Boker no lo aceptará. Si algo no quieren los Preservadores de la Fe de Nuestro Padre es precisamente información moderna. Quieren la Doncella histórica, pura y no contaminada por ideas modernas. Tendría que programarla para leer…

—Eso es sencillísimo.

—Leer, escribir, manejar matemática avanzada. ¡Por favor!

—¿Te opones por razones éticas? ¿O sólo para eludir unos míseros siglos de trabajo?

—Para ti es fácil decirlo. Tu Voltaire tiene una mentalidad esencialmente moderna. Su creador tenía sus obras, docenas de biografías. Mi doncella es una mezcla de mito y realidad. Alguien la recreó a partir de nada.

—Entonces te opones por pereza, no por principios.

—Por ambas cosas.

—¿Al menos pensarás en ello?

—Acabo de pensarlo. La respuesta es no.

Marq suspiró.

—No tiene caso discutir. Ya verás, una vez que les permitamos interactuar.

Ella pareció pasar de la resistencia al interés, al extremo de que incluso le tocó la pierna. Él sintió esa afectuosa caricia justo cuando entraban en el simespacio.