—Desde luego —dijo la mujer del Ministerio de Culturas Mixtas—, debemos tener aportaciones de su grupo.
Hari sacudió la cabeza incrédulamente.
—¿Una… senso?
Ella se ciñó el traje formal, moviéndose en la silla de la oficina.
—Este es un programa avanzado. Todos los matemáticos deben presentar solicitudes de subsidios.
—No estamos calificados para componer…
—Comprendo su vacilación. Pero en el Ministerio entendemos que estas sensofonías serán justo lo que se necesita para estimular una forma artística que está revelando pocos progresos.
—No entiendo.
Ella sonrió a regañadientes.
—Según el modo en que encaramos esta nueva clase de sensosinfonía, los artistas (es decir, los matemáticos) transformarán las estructuras básicas del pensamiento, tales como los edificios conceptuales euclidianos o las creaciones de la teoría de conjuntos transfinitos. Estos serán traducidos por un tensor artístico…
—¿Qué es eso?
—Un filtro informático que distribuye patrones conceptuales en una amplia selección de conductos sensoriales.
—Entiendo —suspiró Hari. Esa mujer tenía poder y él tenía que escucharla. Las becas para psicohistoria estaban aseguradas, viniendo de la generosidad privada del emperador, pero el departamento no podía ignorar a la junta de subsidios ni a sus lacayos, personajes como la mujer que tenía delante. Así funcionaba el sistema.
Lejos de ser bucólicos ámbitos de serena reflexión, las universidades eran maratones intensas, competitivas, agotadoras. Los meritócratas —tanto los profesores como los científicos— trabajaban largas horas, tenían problemas de estrés, altas tasas de divorcio y pocos hijos. Dividían los resultados de sus trabajos en trozos pequeños, en busca de la mínima unidad publicable, para engrosar su lista de publicaciones.
Para obtener un subsidio de las oficinas imperiales uno realizaba la tarea básica: llenar formularios. Hari conocía bien el desconcertante laberinto de preguntas. Enumerar y analizar tipo y «textura» del subsidio. Estimar los beneficios marginales, describir la clase de laboratorio y equipo informático necesarios («¿los recursos existentes se pueden modificar en forma adecuada?»), elucidar la postura filosófica de la tarea propuesta.
La pirámide de poder permitía que los académicos más experimentados hicieran pocas tareas académicas. En cambio, hacían tareas administrativas y se prestaban al incesante juego de los subsidios. Los Grises se encargaban de que ningún casillero quedara sin marcar. Un diez por ciento de las solicitudes recibía fondos, y sólo al cabo de dos años de demora, y por la mitad del dinero solicitado.
No sólo eso, como la antelación era tan grande, era conveniente ser preciso en la solicitud. Para tener la certeza de que un estudio funcionaría, la mayor parte se realizaba antes de solicitar el subsidio. Esto aseguraba que no hubiera «lagunas» en la solicitud, ningún giro inesperado en el trabajo.
De esta manera, el estudio y la investigación habían quedado libres de sorpresas. Nadie parecía notar que esto las despojaba de su principal alegría: el estímulo de lo inesperado.
—Hablaré con mi departamento.
Habría sido más franco decir «Les ordenaré que lo hagan». Pero uno trataba de conservar las formas.
Cuando la mujer se marchó, Dors entró en la oficina, seguida por Yugo.
—¡No trabajaré con esta gente! —exclamó ella de mal talante.
Hari estudió dos grandes bloques de algo que parecía ser piedra Pero no podían ser tan pesados, pues Yugo llevaba uno en cada palma.
—¿Los simulacros? —preguntó.
—En núcleos de ferrita —dijo Yugo con orgullo—. Sepultados e un conejar, en un planeta llamado Sark.
—¿Ese mundo que tiene un movimiento «neorrenacentista»?
—Sí, es un poco complicado tratar con ellos, pero tengo los simulacros. Recién llegados, Expreso Gusano. La mujer que está a cargo allá, una tal Buta Fyrnix, desea hablar contigo.
—Dije que no quería inmiscuirme.
—Parte del trato es que hablará directamente contigo.
Hari pestañeó alarmado.
—¿Vendría hasta aquí?
—No, pero pagará una comunicación en haz angosto. Está esperando. He encauzado su comunicación. Sólo pulsa para el enlace.
Hari tuvo la clara impresión de que lo estaban incluyendo en algo arriesgado que excedía los límites de su cautela normal. El tiempo de haz angosto era caro, porque durante milenios el tráfico había sido intenso en el sistema imperial de agujeros de gusano. Usarlo para una comunicación directa le parecía decadente. Si Fyrnix pagaba tiempo de espera en escala galáctica, sólo para hablar con un matemático…
«Líbrame de los entusiastas», pensó Hari.
—Está bien, de acuerdo.
Buta Fyrnix era una mujer alta de ojos penetrantes que sonreía con simpatía cuando su imagen apareció en la oficina.
—Profesor Seldon, me alegra que su personal se haya interesado en nuestro Nuevo Renacimiento.
—Bien, entiendo que se trata de esos simulacros. —Por una vez agradeció la demora de dos segundos en la transmisión. La mayor boca de agujero de gusano estaba a un segundo luz de Trantor, y al parecer Sark estaba en situación similar.
—Desde luego. Encontramos archivos realmente antiguos. Verá usted que nuestro movimiento progresista está derribando las viejas barreras.
—Espero que la investigación resulte interesante —dijo Hari sin comprometerse. ¿Cómo lo había metido Yugo en eso?
—Estamos descubriendo cosas que le abrirán los ojos, doctor Seldon. —Ella señaló la escena que tenía detrás, un gran conejar abarrotado de antiguas ceramobandejas de almacenaje. Esperamos revelar los interrogantes de los orígenes preimperiales, la leyenda de la Tierra… todo lo que desee.
—Me alegrará mucho ver lo que resulta.
—Tiene que venir para verlo con sus propios ojos. Un matemático como usted quedará impresionado. Nuestro renacimiento es esa clase de proyecto progresista que necesitan los planetas jóvenes y vigorosos. Díganos que nos hará una visita, una visita oficial, esperamos.
Al parecer la mujer deseaba invertir en un futuro primer ministro. Tardó unos insoportables minutos en librarse de ella. Miró con el ceño fruncido a Yugo cuando la imagen se desvaneció en el aire.
—Oye, obtuve un buen trato, a cambio de que ella pudiera venderte sus ideas —dijo Yugo, extendiendo las manos.
—Con un considerable descuento, espero —dijo Hari, levantándose.
Apoyó una mano en un cubo y lo encontró asombrosamente fresco. En su oscuro interior veía laberintos de cuadrículas y sinuosas cintillas de luz refractada, como carreteras diminutas en una ciudad sombría.
—Seguro —dijo Yugo con displicente confianza—. Logré que algunos dahlitas me… facilitaran las cosas.
Hari rio entre dientes.
—Creo que no debería enterarme de ello.
—Como primer ministro, no debes —dijo Dors.
—¡No soy primer ministro!
—Podrías serlo, y pronto. Este asunto de los simulacros es demasiado arriesgado. E incluso hablaste con la fuente de Sark. No trabajaré con ellos.
—Nadie te lo pide —respondió Yugo.
Hari frotó la superficie fresca y lustrosa de un bloque de ferrita, lo alzó —era muy liviano— y tomó los dos de Yugo. Los puso en su escritorio.
—¿Qué antigüedad?
—En Sark dicen que no lo saben, pero deben de tener por lo menos…
Dors se movió bruscamente. Cogió los bloques, uno en cada mano, se volvió hacia la pared más cercana y los estrelló uno contra otro. El estrépito fue ensordecedor. Trozos de ferrita saltaron contra la pared. Las astillas salpicaron la cara de Hari.
Dors había absorbido la explosión. La energía almacenada en los bloques había estallado al rajarse la cuadrícula.
En el repentino silencio, Dors permaneció tiesa, las manos cubiertas de polvo granuloso. Le sangraban las manos, y tenía un tajo en la mejilla izquierda. Lo miró frente a frente.
—Estoy a cargo de tu seguridad.
—Vaya forma rara de mostrarlo —murmuró Yugo.
—Tenía que protegerte de un riesgo potencial.
—¿Destruyendo un artefacto antiguo? —interrumpió Hari—. Sofoqué casi toda la erupción, reduciendo tu riesgo. Pero sí, esta participación de Sark me parece…
—Lo sé, lo sé —dijo Hari, alzando las manos.
La noche anterior había regresado a casa después de su discurso y había encontrado a Dors melancólica y ensimismada. Su lecho también había sido un helado campo de batalla, aunque ella no dijo qué la molestaba. Victoria mediante la retirada, lo había llamado Hari una vez. Pero no creía que esto la afectara tanto.
«El matrimonio es un viaje de descubrimiento que nunca termina», pensó amargamente.
—Yo tomo las decisiones sobre el riesgo —le dijo, mirando las astillas—. Las obedecerás a menos que exista un peligro físico manifiesto. ¿Comprendido?
—Yo debo usar mi juicio.
—No. El trabajo con estos simulacros sarkianos puede enseñarnos algo sobre épocas oscuras y antiguas. Podría afectar la psicohistoria.
Se preguntó si ella estaría cumpliendo órdenes de Olivaw. ¿Pero por qué los robots reaccionaban de esa manera?
—Cuando estás poniendo en peligro…
—La planificación y la psicohistoria están a mi cargo.
Ella movió las pestañas, frunció los labios, abrió la boca… y no dijo nada. Al fin asintió. Hari suspiró.
Entonces entró su secretario, seguido por los Especiales, y la escena se disolvió en un caos de explicaciones. Hari miró al capitán de los Especiales a la cara y le dijo que los núcleos de ferrita habían chocado, al parecer afectando un punto de fractura débil.
Se trataba, explicó —inventando a medida que lo decía, con una voz de autoridad catedrática que dominaba desde tiempo atrás—, de estructuras frágiles que usaban la tensión para estabilizarse, reteniendo gran cantidad de información microscópica.
Para su alivio el capitán sólo frunció el ceño, miró el desastre y dijo:
—Nunca debí permitir que esa tecnología antigua entrara aquí.
—No es culpa suya —lo tranquilizó Hari—. Sólo mía.
Habría tenido que actuar un poco más, pero poco después el holo se activó con un mensaje entrante. Vio a la oficial personal de Cleon, pero la escena se disolvió antes de que la mujer pudiera hablar. Pulsó el mando de filtro facial mientras la imagen de Cleon cobraba consistencia a partir de una niebla algodonosa.
—Tengo algunas malas noticias —dijo el emperador sin saludar.
—Lamento oír eso —dijo Hari, solicitando un conjunto de posturas y gestos con la esperanza de que cubrieran el polvo de ferrita que se le adhería a la túnica. El marco rojo que rodeaba el holo le indicó que saldría un rostro digno, sincronizado con sus movimientos labiales.
—El Consejo Alto está atascado con el tema de la representación. —Cleon se mordió el labio con irritación—. Mientras no resuelvan eso, no se resolverá la designación del primer ministro.
—Entiendo. ¿El problema de la representación?
Cleon pestañeó sorprendido.
—¿No lo has seguido?
—Hay mucho que hacer en Streeling.
Cleon gesticuló airosamente.
—Desde luego, preparándote para lo que viene. Bien, no sucederá nada de inmediato, así que puedes relajarte. Los dahlitas han trabado el Consejo Bajo galáctico. Quieren una voz más fuerte, en Trantor y en toda la espiral. Lamurk se ha puesto contra ellos en el Consejo Alto. Nadie se le opone.
—Entiendo.
—Así que tendremos que esperar hasta que el Consejo Alto pueda actuar. Las cuestiones procesales de representación tienen preferencia sobre los ministerios.
—Desde luego.
—¡Malditos códigos! —estalló Cleon—. Yo debería poder nombrar a quien se me antojara.
—Estoy de acuerdo —dijo Hari, pensando: «Pero no a mí.»
—Bien, pensé que preferirías que yo te lo dijera.
—Lo agradezco, Alteza.
—Tengo algunas cosas que discutir, sobre todo la psicohistoria. Estoy ocupado.
—Muy bien, Alteza.
Cleon desapareció sin decir adiós.
Hari suspiró aliviado.
—¡Estoy libre! —gritó alegremente, alzando las manos.
Los Especiales lo miraron extrañados. Hari echó una ojeada a su escritorio, sus archivos y paredes, todo cubierto de astillas negras. Su oficina aún le parecía un paraíso, comparada con la lujosa trampa del palacio.