Al día siguiente recibió una educativa lección acerca de las realidades de la política imperial.
—¿No sabías que te estaban filmando? —preguntó Yugo.
Hari observó la reproducción de su conversación con Lamurk en el holo de la oficina. Había huido a la universidad cuando los Especiales imperiales comenzaron a tener problemas para mantener a los reporteros lejos del apartamento. Habían pedido refuerzos cuando sorprendieron a un equipo introduciendo un grabador acústico en el apartamento desde tres niveles más arriba. Hari y dos más habían salido con una escolta por un elevador de mantenimiento.
—No, no lo sabía. Sucedían muchas cosas. —Recordó que los guardaespaldas se aproximaban a alguien, lo registraban y lo dejaban pasar. La cámara 3D y el rastreador acústico eran tan pequeños que un reportero podía usarlos bajo su ropa formal. Los terroristas usaban los mismos trucos. Los guardaespaldas sabían cómo distinguir entre ambos.
—Debes estar alerta, si quieres participar en esos juegos —dijo Yugo con desenfado dahlita.
—Agradezco la preocupación —replicó Hari.
Dors se tocó el labio con los dedos.
—Creo que saliste bien librado.
—No quería dar la impresión de que me ensañaba con un dirigente mayoritario del Consejo Alto —dijo Hari acaloradamente.
—Pero eso es lo que hacías —dijo Yugo.
—Supongo que sí, pero en el momento me pareció sólo un corté alarde —concluyó, poco convencido. Editado para 3D, era un rápido pimpón verbal con navajas en vez de pelotas.
—Pero lo derrotaste en cada enfrentamiento —observó Dors.
—¡Ni siquiera me cae mal! Ha hecho cosas buenas por el Imperio —Hari hizo una pausa reflexiva—. Pero fue… divertido.
—Quizá tengas talento para esto —dijo ella.
—Preferiría no tenerlo.
—Creo que no tienes mucha opción —dijo Yugo—. Te estás haciendo famoso.
—La fama es la acumulación de malentendidos en torno de un nombre conocido —dijo Dors.
Hari sonrió.
—Bien dicho.
—Es de Eldonian el Viejo, el emperador más longevo. El único de su clan que murió de viejo.
—Pues supo describir el problema —dijo Yugo—. Tienes que esperar anécdotas, chismes, errores.
Hari sacudió la cabeza airadamente.
—No. Mira, no podemos permitir que estas cosas nos distraigan Yugo, ¿qué hay de esas constelaciones de personalidad que «adquiriste»?
—Las tengo.
—¿Traducidas para la máquina? ¿Funcionarán?
—Sí, pero ocupan gran cantidad de memoria y volumen de almacenaje. Las he afinado un poco, pero necesitan una red de procesos paralelos mayor de la que puedo darles.
Dors frunció el ceño.
—No me gusta esto. No son sólo constelaciones, son simulacros.
Hari asintió.
—Aquí estamos investigando, no tratando de crear una súper raza.
Dors se puso de pie y caminó de un lado al otro.
—El tabú más antiguo es contra los simulacros. Aun las constelaciones de personalidad obedecen leyes estrictas.
—Desde luego, historia antigua. Pero…
—Prehistoria —objetó ella—. Las prohibiciones son tan antiguas que no hay documentación sobre sus comienzos… sin duda nacieron de algunos experimentos desastrosos mucho antes de la Era de las Sombras.
—¿Qué es eso? —preguntó Yugo.
—El largo período cuya duración ignoramos, aunque sin duda fue de varios milenios, antes de que el Imperio tuviera coherencia.
—¿En la Tierra, quieres decir? —le preguntó Yugo con escepticismo.
—La Tierra es más leyenda que hechos. Pero sí, el tabú se remontaría hasta aquellos tiempos.
—Estos simulacros son irremediablemente limitados —dijo Yugo—. No saben nada sobre nuestra época. Una es una fanática religiosa de una fe que jamás oí nombrar. El otro es un escritor que se hace el listo. No representan un peligro para nadie, salvo para sí mismos.
Dors miró a Yugo con suspicacia.
—Si son tan limitados, ¿por qué son útiles?
—Porque permiten calibrar índices psicohistóricos. Tenemos ecuaciones de modelación que se basan en percepciones humanas básicas. Si tenemos una mente preantigua, aun en simulación, podemos calibrar las constantes que faltan en las ecuaciones.
Dors resopló dubitativamente.
—No entiendo la matemática, pero sé que los simulacros son peligrosos.
—Mira, nadie cree realmente en estas cosas —dijo Yugo—. Los matemáticos han ejecutado seudosimulacros durante siglos. Los tiktoks…
—¿Son personalidades incompletas, verdad? —preguntó Dors.
—Sí, claro, pero…
—Podríamos vernos en grandes problemas si estos simulacros son mejores, más versátiles.
Yugo desechó la idea con sus manazas, sonriendo perezosamente.
—No te preocupes. Los tengo bajo control. De todos modos, ya tengo un modo de resolver nuestro problema de obtener volumen de almacenaje, tiempo de máquina… y tengo una pantalla para cubrirnos.
Hari enarcó las cejas.
—¿Cuál es?
—Tengo un cliente para los simulacros. Alguien que los hará funcionar, cubrirá todos los gastos y pagará por el privilegio. Quiere usarlos con propósitos comerciales.
—¿Quién? —preguntaron Hari y Dors.
—Artificios Asociados —dijo triunfalmente Yugo.
Hari quedó atónito. Dors reflexionó, buscando un recuerdo lejano.
—Una empresa consagrada a la arquitectura de sistemas informáticos —dijo al fin.
—Correcto, una de las mejores. Tienen un mercado para los simulacros como entretenimiento.
—Nunca oí hablar de ella —dijo Hari.
Yugo sacudió la cabeza con asombro.
—No te mantienes al corriente, Hari.
—No quiero mantenerme al corriente. Quiero adelantarme.
—No me gusta usar un agente externo —dijo Dors—. ¿Y qué es eso de pagar?
Yugo sonrió.
—Pagarán los derechos de licencia. Lo he negociado todo.
—¿Tenernos algún control sobre el modo en que usarán los simulacros? —preguntó Dors, alarmada.
—No lo necesitamos —dijo Yugo a la defensiva—. Quizá los usen en publicidad o algo parecido. ¿Cuánto puedes usar un simulacro que probablemente nadie entiende?
—No me gusta. Aparte de los aspectos comerciales, es arriesgado revivir un simulacro antiguo. El escándalo público…
—Oye, eso pertenece al pasado. La gente ya no opina así sobre los tiktoks, y se están volviendo bastante listos.
Los tiktoks eran máquinas de baja capacidad mental, mantenidas rigurosamente por debajo del techo de la inteligencia por las antiguas leyes de codificación.
Hari siempre había sospechado que los auténticos robots antiguos habían creado esas leyes, de modo que el reino de la inteligencia maquinal no engendrara especimenes más especializados e imprevisibles.
Los robots verdaderos, como R. Daneel Olivaw, eran distantes, fríos y visionarios. Pero en medio de las angustias que sacudían el Imperio, los protocolos cibernéticos tradicionales se estaban desmoronando como todo lo demás.
Dors se levantó.
—Me opongo. Debemos detener esto de inmediato.
Yugo también se levantó, sobresaltado.
—Tú me ayudaste a encontrar los simulacros. Ahora…
—Mi propósito no era este —replicó ella con rostro tenso.
Hari se asombró de su vehemencia. Allí había otra cosa en juego, ¿pero qué?
—No veo motivos para no obtener ganancias con aspectos laterales de nuestra investigación —dijo en tono conciliatorio—. Y necesitamos mayor capacidad informática.
Dors hizo una mueca de irritación, pero no dijo nada más. Hari se preguntó por qué se oponía tanto.
—Habitualmente no te importan las convenciones sociales.
—Habitualmente tú no eres candidato a primer ministro.
—No permitiré que tales consideraciones desvíen nuestra investigación —dijo él con firmeza—. ¿Entiendes?
Ella asintió en silencio. Al instante él se sintió como un déspota. Siempre había un conflicto potencial entre los colegas y amantes. Habitualmente ellos sorteaban ese problema. ¿Por qué Dors era tan terminante en esto?
Continuaron con su trabajo en psicohistoria, y luego Dors mencionó la próxima cita de Hari.
—Ella es del Departamento de Historia. Le pedí que examinara los patrones de las tendencias trantorianas en los últimos diez milenios.
—Bien, gracias. ¿Puedes decirle que pase, por favor?
Sylvin Thoranax era una mujer llamativa que traía una caja de viejas pirámides de datos.
—Los descubrí en una biblioteca, en el otro extremo del planeta —explicó.
Hari cogió una.
—Nunca las había visto. ¡Cuánto polvo!
—Algunas no tienen ficha bibliográfica. Examiné los códigos y están bien. Todavía son legibles con una matriz de traducción.
—Mmm. —A Hari le agradaba el mohoso contacto de la vieja tecnología de épocas más sencillas—. ¿Podemos leerlas directamente?
Ella asintió.
—Sé cómo funcionan las ecuaciones de Seldon reducidas. Es posible realizar una comparación de matrices y encontrar los coeficientes necesarios.
—Las ecuaciones no son mías —protestó Hari—. Nacieron gracias a las investigaciones de muchos…
—Vamos, académico, todos saben que usted escribió los procedimientos, el enfoque.
Hari protestó una vez más, porque esto lo irritaba, pero Thoranax siguió hablando del uso de las pirámides, Yugo se sumó con entusiasmo y Hari olvidó el asunto. Ella se fue a trabajar con Yugo y él inició su rutina habitual.
Su plan diario revoloteaba en el holo: Conseguir oradores para el simposio, endulzar la invitación para los reacios. Escribir nominaciones para eméritos imperiales. Leer tesis estudiantil, una vez que el programa de análisis lógico la haya revisado y aprobado, Todo esto le llevó la mayor parte del día. Sólo cuando el decano entró en su oficina recordó que había prometido pronunciar un discurso. El decano tenía una expresión irónica, labios fruncidos, mirada reservada, típico aire de académico.
—¿Su ropa? —preguntó.
Hari buscó en el armarlo de la oficina, sacó la túnica de mangas abollonadas y cintura amplia y se cambió en la habitación lateral. Su secretario le entregó su cubo visor multiuso mientras salían de la oficina. Cruzó con el decano la plaza mayor, protegido por delante y por detrás por sus Especiales. Una multitud de hombres y mujeres bien vestidos les apuntaba con cámaras 3D, una de ellas planeando para registrar todo el efecto de las rayas azules y amarillas de Streeling.
—¿Ha tenido noticias de Lamurk?
—¿Qué hay de los dahlitas?
—¿Le gusta la nueva directora de sector? ¿Le importa que sea trisexual?
—¿Qué hay de los nuevos informes de salud? ¿El emperador debería imponer ejercicios en Trantor?
—Ignórelos —dijo Hari.
El decano sonrió y saludó a las cámaras.
—Sólo hacen su trabajo.
—¿Qué es esa historia del ejercicio? —preguntó Hari.
—Un estudio descubrió que el electroestímulo durante el sueño no desarrolla los músculos tanto como el anticuado ejercicio.
—No me sorprende. —En su infancia había trabajado en el campo y no le gustaba la idea de someterse a estímulos mientras dormía.
Un grupo de reporteros se aproximó, gritando preguntas.
—¿Qué piensa el emperador de lo que usted le dijo a Lamurk?
—¿Es verdad que su esposa no quiere que usted sea primer ministro?
—¿Qué hay de Demerzel? ¿Dónde está?
—¿Qué hay de las disputas zonales? ¿Puede el Imperio llegar a una solución intermedia?
Una mujer se adelantó.
—¿Qué ejercicio practica usted?
—Ejerzo la contención —ironizó Hari, pero la mujer no entendió la ironía y lo miró boquiabierta.
Cuando entraron en el Gran Salón, Hari se acordó de sacar el cubo visor para dárselo al encargado de la sala. Algunas proyecciones 3D siempre volvían más amena una charla.
—Gran multitud —le comentó al decano mientras ocupaban sus asientos en el balcón de discursos, encima del anfiteatro.
—La asistencia es obligatoria. Aquí están los miembros de todas las clases. —El decano miró la multitud—. Quería asegurarme de dar una buena impresión a los reporteros.
Hari torció la boca.
—¿Cómo se controla la asistencia?
—Todos tienen un asiento con una clave. Cuando se sientan, son contados, si su identificación interna coincide con el índice de asiento.
—Demasiado trastorno para conseguir que la gente asista.
—¡Deben hacerlo! Es por su propio bien. Y el nuestro.
—Son adultos, de lo contrario no les dejaríamos estudiar temas avanzados. Que ellos decidan lo que les conviene.
El decano apretó los labios mientras se levantaba para hacer la presentación. Cuando Hari se incorporó para hablar, dijo:
—Ahora que estáis oficialmente contados, os agradezco por invitarme, y anuncio que aquí concluye mi discurso formal.
Un murmullo de sorpresa. Hari paseó la mirada por la sala y dejó que creciera el silencio.
—Me disgusta —dijo al fin— hablar con alguien que no ha podido decidir si deseaba escuchar. Ahora me sentaré, y los que lo deseen podrán marcharse.
Se sentó. Un murmullo recorrió la sala. Algunos se levantaron para marcharse. Los demás estudiantes los abuchearon. Cuando Hari se levantó para hablar de nuevo, lo ovacionaron.
Nunca había tenido un público tan favorable. Aprovechó al máximo esa situación, dando una vibrante charla sobre el futuro de… las matemáticas. No habló del mortal Imperio, sino de las bellas y duraderas matemáticas.