R. Daneel Olivaw no se parecía a Eto Demerzel. Ya había abandonado ese papel.

Dors Vanabili lo sabía, pero aun así lo encontraba perturbador. Sabía que a través de los milenios él había cambiado muchas veces de piel y forma.

Dors lo estudió en la habitación sucia y abarrotada que estaba a dos sectores de la Universidad de Streeling. Había seguido un sinuoso camino para llegar allí y el lugar estaba protegido por complejas medidas de seguridad. Los robots eran renegados. Habían vivido durante milenios a la sombra del tabú. Aunque Olivaw era su guía y mentor, ella no lo veía con frecuencia.

No obstante, como robot humaniforme, sentía temor y respeto por aquella antigua forma metálica.

Olivaw tenía casi veinte milenios. Aunque tenía apariencia humana, no deseaba ser humano. Había alcanzado una grandeza que trascendía ese deseo.

Durante mucho tiempo Dors había vivido feliz como seudopersona. El menor recuerdo de quién era y qué era le hacía sentir un escalofrío en la espalda.

—La atención que se ha prestado recientemente a Hari… —dijo Dors.

—Temes que te detecten.

—¡Las nuevas medidas de seguridad son tan invasoras!

—Él asintió. —Tienes razón en preocuparte.

—Necesito más ayuda para proteger a Hari.

—Sumar otro de los nuestros a sus asociados duplicaría el peligro de detección.

—Lo sé, lo sé, pero…

Olivaw le tocó la mano. Ella reprimió las lágrimas y le estudió el rostro. Hacía tiempo que él había perfeccionado ciertos detalles, como un movimiento coherente de la nuez de Adán cuando tragaba. Para sentirse más cómodo en esta reunión, Olivaw había omitido esos cálculos y movimientos menores. Obviamente disfrutaba de esa momentánea libertad.

—Vivo con miedo —admitió ella.

—Y haces bien. Hari está muy amenazado. Pero estás diseñada para funcionar mejor con un nivel elevado de aprensión.

—Conozco mis especificaciones, sí, pero… Fíjate en tu última maniobra, que lo implica en los niveles más altos de la política imperial. Me impone grandes tensiones.

—Una maniobra necesaria.

—Puede distraerlo de su tarea, la psicohistoria.

Olivaw sacudió la cabeza.

—Lo dudo. Es un humano muy especial. Compulsivo. Una vez me comentó: «El genio hace lo que debe y el talento hace lo que puede.» Él consideraba que sólo tenía talento.

Dors sonrió ambiguamente.

—Pero es un genio.

—Y como todos los genios, es único. Los humanos tienen esos raros y grandes desvíos respecto de la norma. La evolución los ha seleccionado para ello, aunque no parecen darse cuenta.

—¿Y nosotros?

—La evolución no puede actuar sobre alguien que vive para siempre. En todo caso, no hubo tiempo. Sin embargo, podemos desarrollarnos, y lo hacemos.

—Los humanos también pueden ser criminales.

—Nosotros somos pocos, ellos son muchos. Y tienen un profundo espíritu animal que en definitiva no podemos sondear, por mucho que lo intentemos.

—Lo que me preocupa en primer lugar es Hari.

—¿Y el Imperio en muy segundo lugar? —Olivaw sonrió irónicamente—. A mí me interesa el Imperio sólo en la medida en que salvaguarde a la humanidad.

—¿De qué?

—De sí misma. Recuerda, Dors. Estamos en la era cúspide, tal como nosotros mismos lo previmos hace tiempo. El período más crítico de la historia.

—Conozco el término, ¿pero cuál es la sustancia? ¿Tenemos una teoría de la historia?

Por primera vez Daneel Olivaw mostró una expresión, una mueca socarrona.

—No somos capaces de una teoría profunda. Para ello tendríamos que comprender mucho mejor a los humanos.

—¿Pero tenemos algo…?

—Un enfoque distinto de la humanidad, uno que ahora está en crisis. Ese enfoque nos indujo a formar esta suprema creación de la humanidad, el Imperio.

—No sé nada sobre…

—No es necesario. Ahora necesitamos una visión más profunda. Por eso Hari es tan importante.

Dors frunció el ceño, preocupada por motivos que no podía expresar.

—Ese enfoque más simple y antiguo… ¿te dice que la humanidad necesita ahora la psicohistoria?

—Exacto. Sabemos esto a partir de nuestra tosca teoría. Pero es lo único que sabemos.

—¿Para ir más lejos debemos confiar sólo en Hari?

—Así es, lamentablemente.