VII

ZIZARI Y SUS HIJAS

CHOMIN Beltza era hombre de mediana estatura, ancho y fuerte, moreno, con la cabeza redonda, ojos abultados, brazos gruesos y unas piernas fuertes. Era capaz de estar bebiendo y cantando días enteros sin cansarse. Recibió a Adrián al principio con suspicacia, pero cuando le mostró el salvoconducto sellado en Itchasu se tranquilizó, y más cuando supo que Adrián era mejicano. Le dijo que le arreglaría en seguida el paso al otro lado de la frontera, porque aquella misma noche llegaría Zizari (‘la lombriz’), que iba a llevar a España a las chicas suyas que estaban en casa de un pariente en Añoa. Estas explicaciones las dio Chomin Beltza (‘Domingo Negro’) entre cantos, gritos, canciones americanas y vascas.

Le dijo que Zizari era agote. Adrián no había oído hablar de agotes. Chomin Beltza le indicó que había una canción de Suberoa que caracteriza a los agotes, que a veces son los tipos más guapos del país vasco, pues tienen el pelo muy rubio, la piel blanca y los ojos azules. La canción indica la manera de conocerlos.

Soizu nundik ezagutzen dien zein den agota

Lehen so egiten zaio hari belarriala

Bata handiago dizu eta aldiz bestia

Biribil eta orotarik bilhoz inguratia.

(‘He aquí cómo se conoce al que es agote: desde luego al mirarle las orejas, una es más grande y la otra es redonda y cubierta de vello espeso.’)

Adrián escuchó las canciones y las historias de Chomin Beltza, que era hombre incansable, y al comenzar la noche entró en la taberna Zizari.

Zizari era un hombre delgadito, triste, de ojos negros, vestido de harapos, de aire humilde. Tenía una frente grande y un color blanco pálido, como de papel.

Chomin Beltza los reunió a Adrián y a Zizari para que hablaran.

—¿Ha venido usted de España? —le preguntó Adrián.

—Sí.

—¿Y los caminos están muy vigilados?

—Sí, bastante. El camino de aquí a Urdax y a Zugarramurdi no está vigilado, pero en los pueblos hay guardias franceses; lo mismo pasa yendo por la regata de Sara; se entra en España fácilmente; pero al acercarse a Vera ya en los caminos hay soldados.

—Entonces, ¿qué es lo que yo podría hacer?

—Veremos si se le puede llevar a usted a Zugarramurdi. Venga usted a mi casa.

Salió Adrián de la taberna de Chomin Beltza y fueron a un callejón angosto en donde había una casa miserable y ruinosa. Si aquella casucha abandonada no era un lugar de apariciones o de fantasmas, estaba engañando con su aspecto a los viajeros cándidos.

Había en el piso bajo una cuadra, y de ella, por una escalera de madera estrecha, se subía a un camaranchón vacío con una cocina baja iluminada por un candil.

Aquella buhardilla desmantelada no tenía techo y estaba cubierta sólo por las tejas, el piso era de madera rota llena de agujeros, había unos vasares de tablas y la chimenea negra con su caldera colgada del llar y unos bancos alrededor.

En los rincones se advertían unos jergones de paja de maíz, donde dormía la familia. Esta se hallaba constituida por una vieja de aire de hechicera, y probablemente también de hechos, que tenía amaestrado un cuervo que se le ponía en el hombro y que parecía que le contaba algo confidencialmente, y por tres chicas entre catorce y nueve años, flacas, pálidas, las más pequeñas desdentadas, todas parlanchinas y chillonas, pero simpáticas, que tenían nombres muy románticos, pero que las conocían en el barrio por los motes de Chuloca, Bizcarca y Thentica, que son los nombres que dan las chicas en el país vasco a las tres posiciones del astrágalo cuando se dedican al juego de las tabas. La vieja era la madre de Zizari y las chicas hijas de éste.

Como a ellas las llamaban por sus apodos, ellas a su mismo padre le daban el mote por el cual era conocido, y al verle entrar en casa decían:

—Ahí viene Zizari.

Adrián se vio rodeado de aquellas tres chicas alborotadoras, que le hicieron mil preguntas, pero Zizari las echó de la habitación y salieron chillando como cornejas.

Zizari, hombre de poca suerte, había vivido, según dijo, en Ciburu, cerca de San Juan de Luz, y al parecer era agote, de una raza odiada y despreciada.

¿Por qué estos pobres agotes, que no habían hecho nada más que vivir oscuramente eran odiados y despreciados por los vascos, cuando no tenían estigma ninguno ni se sabía de ellos nada malo? Era difícil saberlo.

Zizari invitó a sentarse a Adrián en el banco de la cocina, y le preguntó, en castellano:

—¿Qué es lo que quiere usted hacer?

—Pues yo quisiera entrar en España.

—¿Hasta dónde quiere usted pasar?

—Quisiera pasar hasta cerca de la provincia de Vizcaya.

—¿Tiene usted papeles?

—Sí, salvoconducto para Francia.

—¿Y para España?

—Nada.

—Será difícil. Más fácil sería llegar por el mar, embarcando en San Juan de Luz, por ejemplo…; pero hay que tener algún patrón de barco amigo.

—No lo tengo.

—¿Y usted qué es, español o francés?

—Yo soy español, nacido en América.

—¿Y qué hacía usted aquí en Francia?

—Pues estaba de militar en el ejército español.

—¿Así que si le cogen le harán prisionero?

—Seguramente.

—¿Sabe usted vascuence?

—Sí.

—Yo le acompañaría a usted, porque conozco muy bien los caminos; pero dos hombres andando por estos montes producirían, si les vieran, desconfianza.

—¿Así que no puede usted acompañarme?

—Será mejor que le acompañe a usted mi hija mayor, que suele ir con frecuencia a Vera, en donde vive una hermana de su madre. Luego ella seguirá a Oyarzun sin dificultad, pero usted tendrá que esperar una buena ocasión para atravesar el Bidasoa.

—¿Por qué?

—Porque están guardadas las orillas del río por todas partes.

—¿Qué quiere usted que le dé a su chica?

—Nada.

—¡Hombre, eso no!

—Bueno, pues le da usted a mi madre un poco de dinero para que haga una buena comida.

—¡Muy bien! ¿Y cuándo saldré?

—Yo creo que mañana o pasado va a llover, y si llueve no habrá vigilancia en el monte.

Por la noche fueron Adrián y el agote a la taberna de Chomin Beltza. Adrián se quedó y al otro día fue a comer a casa de Zizari, donde se sentó a la mesa con toda la familia. Las tres chicas estuvieron chillonas y Adrián se rió mucho de sus ocurrencias. Estas chicas de Ciburu tenían fama de ser más alborotadoras que las de los otros barrios de San Juan de Luz.

Añoa es el pueblo de Juan de Perocheguy, escritor un poco fantástico, como todos los vascos, que publicó en castellano un libro titulado Origen y antigüedad de la Lengua Vascongada, y otro con el título de Origen de la Nación Vascongada y de su Lengua, de la que han dimanado las monarquías francesa, española y la República de Venecia.

Adrián pensó que por poco no salen de la nación vasca el Imperio de Persia o el de la China.

Al día siguiente, Zizari acompañó a Adrián a una ermita de un ermitaño que se llamaba Juan Bautista, ermita que estaba en el monte Eseby dedicada a Nuestra Señora del Espino. Zizari preguntó a Juan Bautista sobre el tiempo que haría el día siguiente.

«Hoy creo que lloverá», dijo el ermitaño convencido.

Luego Zizari le preguntó sobre los puntos donde se hallaban los destacamentos de soldados franceses, y Juan Bautista los señaló con exactitud.

Al bajar al pueblo, Zizari dijo:

—Esta noche saldrán ustedes.