II

ENCUENTRO

UN día, en los arcos de la Galuperie, Adrián se topó a Perico, el barbero de Azcoitia, muy elegante, que iba acompañando a una francesa alta, fuerte y rubia, con un aire atrevido de pescadora o de cascarota.

—¡Hola, Perico! ¿Qué haces por aquí? —le preguntó.

—Pues aquí estoy trabajando.

—Trabajando lo menos que se pueda, naturalmente…

—¡Ah! No creas tú…; esta gente no es muy partidaria de dar de comer al que no trabaja.

—¿Y hay alguno que sea partidario de eso?

—Tienes razón, no hay nadie.

—¿A ti te parece un error?

—¡A ver si no lo es! Es una falta de civilización.

—¿Tú crees?

—Naturalmente.

—¿Qué haces?

—Peinando a los soldados franceses.

—¿Y cuánto tiempo llevas aquí?

—¿En Francia? Hará un mes. Me hablaron en San Sebastián y me dijeron si quería venir a Bayona. Bueno, ya veremos, dije. Allí tampoco se marcha muy bien.

—Sí, en todas partes hay que trabajar para vivir…; es triste.

—¡Pero es verdad!

—Evidentemente.

—¿Y qué piensas hacer?

—¡Pche…!, no sé. Iremos viviendo como se pueda. Ahora frecuento el Club Jacobino de aquí.

—¿Tú?

—Sí.

—¿Tú eres revolucionario?

—Sí, ¿por qué no?

—Tienes razón, ¿por qué no? ¿Dónde paras?

—En la posada de Sallafranque, en este muelle de la Galuperie.

—¿Y se está bien?

—Así, así…; ahora, que si vas allí y preguntas por mí, no lo hagas por mi nombre.

—¿Pues? ¿Por qué?

—He cambiado de nombre y de apellido.

—¿Para qué?

—Para ver si tengo mejor suerte. Ahora me llamo Juan Lastaola.

—Está bien. Lo tendré en cuenta. ¿Qué pasaba allí en Azcoitia? ¿No se decía algo de la casa de Emparan?

—No sé… No me hagas caso… Pero allí se decía que la chica mayor… No sé cómo se llama.

—María.

—Sí, eso es… Se aseguraba que se casaba con un estudiante.

—Sí, ya lo sé.

—Y que la otra…

—Que la otra… ¿Qué…? Habla, no me impacientes.

—Que la otra querían casarla con aquel solterón pálido y gordo… No sé si se llama Alegría. ¡Vaya un apellido para un hombre tan triste!

—¡Eso no es posible!

—Yo no sé si es posible o no; esto es lo que dijeron.

Adrián quedó inquieto y desesperado con la noticia. Dejó a Perico el barbero y se marchó de prisa a casa fraguando varios proyectos.

Por la noche no pudo dormir, y después de pesar el pro y el contra de varios planes, decidió marchar a España en la primera ocasión propicia que encontrase, pasara lo que pasara.