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POLÍTICA DEL TIEMPO

LA mayoría de los habitantes de Bayona veían la guerra de los Pirineos unos con indiferencia y otros con antipatía, parte por sus ideas conservadoras, parte porque eran comerciantes y hacían comercio con España. Fácil era comprender que se trataba de una guerra política y no nacional.

La población de Bayona se mostró muy enemiga de los comisarios que enviaba la Convención, sobre todo de Monestier (del Puy-de-Dôme), de Pinet y de Cavaignac.

Monestier era un cínico, un hombre depravado. Pinet era fanático y cruel, y de Juan Bautista Cavaignac se contó una historia fea de cómo había prometido salvar la vida de una bella señorita de Dax, la señorita de Labarrére, si se entregaba a él, y, conseguido esto, dejó que la guillotinaran. La anécdota se demostró muchos años después que era falsa, pero en su tiempo tuvo tanta eficacia como si hubiera sido verdadera.

Los cómicos que trabajaban en el teatro de Bayona anunciaron un día una representación en honor de los soldados defensores de la patria y de la República, y los ricos de la ciudad no fueron. Pinet y Cavaignac echaron multas de diez mil francos a las personas acaudaladas enemigas del régimen.

En el país se hablaba con horror, sobre todo de Monestier, que fue el que instituyó el Comité de Salvación Pública en los departamentos de los Altos y de los Bajos Pirineos. El Comité suprimió los obispados de Lesear y de Bayona, cambió los nombres de los pueblos que tenían nombre de Santo, como San Juan de Luz, San Juan de Pie de Puerto, etc., e hizo otras cosas igualmente inútiles, aun desde el punto de vista revolucionario.

Monestier era fanático y violento, había sido cura. Meillán, diputado de los Bajos Pirineos, decía de él:

«Dos monstruos reinan en Bayona: Pinet, hombre feroz, semejante a los buitres que se alimentan de cadáveres, y Monestier (del Puy-de-Dôme), infame cura renegado, inmoral por sistema, predicando con furor la corrupción.»

Por esta época, don Vicente Santibáñez, de quien se hablaba en el Seminario de Vergara, estaba preso en Bayona por los jacobinos; también estaba en la ciudad Martínez de Ballesteros, logroñés, que peleaba en la guerra con los republicanos.

Adrián, por curiosidad, pensó ir a verlos, pero luego supo que Santibáñez tenía fama de traidor entre los franceses, y pensó que sería una imprudencia inútil visitarle. Poco después supo que por aquellos días había muerto en el hospital, un tanto desengañado de sus amigos.

Adrián fue a ver, con el abate Verneuil, a Juan Pedro Basterreche, que había influido para que le sacaran de la Ciudadela. Entonces era éste de las personas que tenían más influencia en Bayona. Basterreche, hombre alto, moreno, grave, todavía joven, hablaba con cierta pompa. Su hermano León, pequeño, contrahecho, se mostraba fanático como puede serlo un vasco. Vivía en París y cuando venía a Bayona hablaba a la manera de los incroyables, que había puesto de moda el tenor Garat, es decir, sin pronunciar las erres.

El suegro de Juan Pedro era un holandés que se llamaba Courtiaux, hombre bonachón, con unas cejas muy frondosas que hacían el efecto de una hiedra sobre una tapia.

Juan Pedro Basterreche pronunciaba discursos grandilocuentes, pero según el abate Verneuil no los hacía él, sino que se los escribían.

También había entonces en Bayona algunos muscadins (perfumados con el almizcle), a quienes heredaron los incroyables que se paseaban por las arcadas de la calle del Puerto Nuevo.

Estos llevaban el pelo peinado en orejas de perro, dos trenzas a los lados de la cabeza, el traje muy estrecho y apretado, gran corbata abultada y un bastón grueso retorcido y amenazador. Estos incroyables eran más agresivos que los muscadins, formaban la juventud dorada del tiempo, seguían a Freron y a Tallien y eran terroristas reaccionarios.

Adrián fue llevado al Ayuntamiento a saludar a Cavaignac y a Tallien, el marido de Teresa Cabarrús, y consiguió que le dieran un pase para entrar y salir libremente de la ciudad.

Encontró también a Latour d’Auvergne y vio a los jefes jóvenes como Moncey, Harispe y Mauco, que venían a conferenciar acerca de los asuntos de España con los convencionales, y que se pavoneaban con sus uniformes brillantes y llenos de oro.

Harispe, hombre sencillo, mandaba un batallón de vascos formado por los republicanos de San Juan de Pie de Puerto y de Baigorry y llevaba en su tropa a sus tres hermanos, uno de ellos tambor, de quince años.

Adrián se reía al oír los apellidos de estos vascos. Con Harispe iban los capitanes Iriart, Berindoague y otros oficiales llamados Etchebaster, Teilary, Dabiron, Etchepare, Arnespil, Dardaignaratz, Elissalt…

Los militares eran gente inocente. Tenían el alma y la petulancia de los antiguos mosqueteros, aunque su repertorio verbal era distinto.

Había entonces en Bayona mucha actividad en las Sociedades políticas. Se sospechaba de todos los militares, aristócratas y del antiguo régimen, y se esperaba mucho de los jóvenes que tenían fama de republicanos.

En el campo vasco crecía cada vez más el pánico de las gentes de los caseríos. Los aldeanos, al acercarse las tropas francesas, echaban a correr abandonando el ganado, las casas y las cosechas.