NOTICIAS DE FRANCIA
ADRIÁN no quiso decir nada por carta a su madre de lo sucedido en Azcoitia para no inquietarla. Doña Cristina fue a Itzar unos días con su hermano. Después marcharía probablemente a Pau a recoger los muebles y ropas que allí tenía. Se decía que en Francia iban a ocurrir grandes trastornos y que no sería prudente quedarse allí. También se aseguraba que el Seminario de Vergara iba a cerrarse.
Acaso su marido, el padre de Adrián, en vista de estas noticias, que en América se conocerían tan bien como en España, pensaría que madre e hijo debían volver a Méjico a instalarse definitivamente allí.
Como Zabaleta se empeñaba en que pasara con él una temporada, Adrián se dispuso a quedarse en Irún, pero se encontraron con que en el pueblo no permitían que se establecieran forasteros, porque había bastante tropa que esperaba el momento de entrar en Francia y estaban todas las casas llenas de alojados.
Como días después Adrián recibió noticias de su madre que le decía que marchaba a Pau, él no quiso volver a Itzar, y Zabaleta le propuso que fuera a casa de un pariente suyo que vivía en Oyarzun.
Adrián se dispuso a ir. Se hacía la ilusión de que en poco tiempo se resolverían todas las dificultades que le preocupaban y que podría marcharse a Méjico con su madre y casado con Dolores.
Zabaleta le presentó en Oyarzun en casa de un señor que se llamaba don Luis de Oyarzábal, que era de la Sociedad de Amigos del País y que le recibió muy amablemente y le hizo muchas preguntas sobre Méjico. También le presentó en la tertulia de la farmacia del pueblo.
El farmacéutico, don Rafael, era un señor de mediana estatura, de pelo blanco, con los ojos grises brillantes y anteojos. Además de impresor era hombre de proyectos.
De origen alavés, había aprendido muy bien el vascuence al instalarse en Oyarzun. Hacía poco que había estado en Bayona a comprar tipos de imprenta y útiles de encuadernar. Por el día solía encontrársele en su farmacia preparando alguna medicina o en el taller, próximo a la casa, haciendo composiciones tipográficas. Por la noche tenía tertulia. De sus dos hijos varones, Ignacio Ramón y Pío, el primero tenía mucha afición a la imprenta y el segundo a recoger canciones populares. La hija de don Rafael estaba para casarse con un joven del pueblo.
La botica de don Rafael se llamaba la botica vieja. ¿Desde cuándo era la vieja? No se sabía.
En la tertulia se hablaba a todas horas de los avances de la Revolución en Francia. ¿Qué iba a salir de allí? Nadie lo sabía. Se hacían mil cábalas sobre el futuro y se discutía y se divagaba.
El caso era que tanto en España como en Francia se iban acumulando tropas, que había combates de avanzadas y que el mejor día comenzarían seriamente las hostilidades.
Empezaban a contarse horrores de los revolucionarios y se decía que en Gascuña y en el país vascofrancés se perseguía duramente a los aristócratas y a los curas.
Se aseguró que los convencionales Pinet, Cavaignac y Monestier suscribieron una alocución violentísima contra los vascos de Labourt, considerándolos como antipatriotas, espías y traidores, y asegurando que sólo por procedimientos terroristas se podría someter a los enemigos del Gobierno.
Se dijo que el Bilzar o cámara popular labortana, que se reunía en Ustáritz, y que era algo como un parlamento aldeano de la comarca vascofrancesa, se había mostrado contrario a la abolición de los privilegios de los habitantes del país, dictada por la Convención, y que había enviado un emisario al general Caro, jefe de las fuerzas españolas, para ponerse de acuerdo con él.
En España, la guerra no era popular. Solamente Godoy la defendía.
Al parecer, el conde de Aranda, en un Consejo de ministros y de generales celebrado en Madrid, afirmó que la guerra contra Francia era injusta, impolítica y ruinosa y superior a las fuerzas del país y que ponía en peligro la Monarquía. Aseguró que los caballos de los franceses beberían en las fuentes del Prado.
Godoy, que tenía esperanzas de medro personal puestas en la guerra contra Francia, desterró al conde de Aranda a Granada.
Un poco antes de aquella poca, el Gobierno español hizo un esfuerzo para salvar a Luis XVI, y ofreció el reconocimiento de la República en Francia y la mediación cerca de otras potencias para traer la paz, si se respetaba la vida del rey destronado. La Convención Nacional respondió con una declaración de guerra.
La gente del país vascofrancés iba teniendo gran terror al ejército revolucionario, y como en los pueblos los convencionales habían prohibido decir misa, muchos aldeanos de la frontera entraban los domingos en España para ir a la iglesia.
Se contaba que una muchacha de Sara, llamada Magdalena, había pasado un domingo por la mañana al pueblo de Echalar con el fin de oír misa y de confesarse. Después tomó el camino de su aldea pensando llegar sin dificultad al caserío por senderos y caminos poco frecuentados. Desgraciadamente para ella, las tropas revolucionarias habían hecho un movimiento de avance por tierras españolas y la muchacha cayó dentro de una compañía del ejército francés.
La llevaron ante el oficial que mandaba la columna, que la interrogó.
La muchacha dijo la verdad. Había ido a misa a Echalar. El oficial le indicó que cuando la llevaran ante el tribunal revolucionario declarara que, asustada por el movimiento de tropas, había salido de casa y entrado sin saberlo en España; pero Magdalena protestó y dijo al oficial que no quería mentir.
Llevada presa a San Juan de Luz, que en esta época, entre los revolucionarios, se llamaba Chauvin-Dragon, fue juzgada y condenada a muerte. Le prometieron la vida si abjuraba, aunque fuera aparentemente, de sus creencias religiosas, pero ella se negó y fue a la guillotina cantando una salve.
Se detuvo a todos los habitantes de Sara, Itchasu y Ascain y a los sospechosos de otros pueblos cercanos sólo por considerarlos en relación con los españoles. Con tal motivo, los Ayuntamientos de estos pueblos fueron declarados infames por decreto del 4 Ventoso del año II de la República.
Sara quedó durante cerca de veinte años desierto; la población fue trasladada a las Landas y sólo volvió la aldea a tener habitantes al finalizar la guerra de la Independencia española, en 1814, cuando Wellington pasó a Francia después de hacer retroceder a Soult. En Sara quedó la tradición de que había sido el general Mina el que había entrado en el pueblo al son de las campanas; pero, al parecer, no fue él, sino el brigadier don Juan O’Downie, el que entró al mando de los españoles, el extravagante escocés de quien un poeta andaluz dijo:
Del que es honor de la escocesa gente
Y émulo digno de Fingal valiente