I

GOLPE TRAIDOR

EN los días sucesivos, Adrián y sus compañeros fueron varias veces a casa de Emparan. Casi todas las tardes, al anochecer, se reunían allí.

La simpatía entre María y Zurbano se hizo ya manifiesta y todo el mundo la notó. García Castejón se ponía a mirar a Margarita Olano con una insistencia descarada y grosera.

Castejón dijo con cierto entusiasmo que Margarita Olano era una moza muy alta y muy fuerte y que en todas partes llamaría la atención.

—Ya ves, parece que le gustas mucho y te requiebra —le dijeron a Margarita sus amigas.

—Sí, con requiebros de gañán —replicó ella con desdén.

—Cada cual dice las galanterías a su modo.

—Estas son galanterías como la de aquel tratante del pueblo que fue al caserío de un campesino rico y le encontró a la puerta con su hija, que era muy guapa y muy lucida, y entonces, volviéndose a él, le dijo: Si los cerdos suyos se parecen a su hija, deben ser muy hermosos y deben de valer mucho.

Un día se improvisó en casa de Emparan un baile de máscaras que tuvo un gran éxito. Las muchachas sacaron de las arcas trajes antiguos de sus madres, y los jóvenes, chupas, casacas y pantalones antiguos.

Este día, Margarita Olano estaba hablando con Adrián, cuando se acercó a ella García Castejón con aire agresivo y preguntó:

—¿Se puede saber de qué hablan ustedes?

—Eso a usted no le importa nada —contestó ella de una manera seca.

Y después, volviéndole la espalda, siguió hablando con Adrián y riéndose.

Aquella noche, García Castejón marchó a su posada preso de una cólera sombría, meditando alguna venganza contra sus compañeros más brillantes y más amables que él, sobre todo contra Adrián de Erláiz. A Zurbano también le odiaba y había conseguido que éste le huyera.

Adrián y Zurbano, durante la fiesta en casa de Emparan, notaron con claridad que Castejón tenía gana de decir algo que fuera desagradable, y los dos, sin ponerse de acuerdo, hicieron lo posible para evitarlo. Lo consiguieron con marcada habilidad y lo celebraron después entre los dos.

Zabaleta no se dio cuenta de estas pequeñas maniobras, embebido en las cuestiones musicales. Castejón lo notó y se dispuso a decir algo mortificante e impertinente a la primera ocasión que se presentara.

Hubiera tenido una gran satisfacción en mostrarse agresivo, y si hubiera podido ser agresivo y gracioso, mejor; pero sólo con ofender se tenía por contento.

En aquellos días con el único que se veía Castejón era con Pedro Emparan, el hermano de María y de Dolores, que tendía a ser un fanático y un pedante, quizá a causa de su poca inteligencia.

Tanto García Castejón como Pedro tenían mucha antipatía por Adrián, que les parecía un hombre osado y sin preocupaciones. También les unía el que Margarita Olano les hubiera despreciado a los dos.

La noche de este día, Castejón, al ir a la cama, no podía dormir. El desprecio de Margarita hizo que la rabia que tenía reconcentrada tomara distintas formas, y en la soledad de su cuarto forjó varios proyectos contra sus compañeros para satisfacer su sed de venganza.

Después de muchas vacilaciones se levantó, se sentó a la mesa, cogió la pluma y el tintero y en una hoja de papel escribió varias líneas. Después tomó un sobre y puso en él: «Señor don Pedro de Emparan y Altuna».

Hecho esto se tendió en la cama. Durmió unas horas, y al amanecer se levantó, cogió su maletín, lo llenó con su ropa y preguntó a la patrona si salía algún coche o carro camino de Tolosa.

La patrona, después de preguntar en la calle, le dijo que salía un carricoche con un recadero que iba hacia allá. Castejón mandó preguntar si podría ir con él; le contestaron que sí. El estudiante quedó un tanto ofendido al notar que la patrona no tenía el menor sentimiento de que él se marchase.

Castejón desayunó, pagó a la patrona y le encargó que llevara la carta a casa de Emparan.

Quizá tenía vergüenza de lo que había hecho; pero la misma impresión de su vileza le hacía sonreír como si su acción tuviera cierto mérito.

Estas gentes con alma susceptible de jorobado se legitiman por razonamientos y tienen a veces la satisfacción de sentirse miserables y viles. La maldad, aunque no vaya acompañada de la inteligencia, tiene siempre algo sutil, y el tonto malo se crea una semiinteligencia que no puede crearse el tonto bueno, que por eso parece más íntegramente tonto, aunque no lo sea.