IV

COMENTARIOS SOBRE UN POETA BAILARÍN

AQUELLOS bailes de los pueblos vascos no estaban por entonces reglamentados, ni tenían, por tanto, una técnica común. En unos pueblos, los bailarines se agarraban de la mano; en otros, el medio de unión era un pañuelo; aquí, las cabriolas y zapatetas eran simples, y allí, complicadas.

Por entonces vivía un hombre que intentaba la unificación y la reglamentación del baile vascongado, que sin duda le parecía empresa ardua e importante. Este hombre era un guipuzcoano de Zaldivia llamado Juan Ignacio de Iztueta.

Guipúzcoa es la única comarca vasca que tiene algo de genial, quizá por ser sitio de paso, por la mezcla de razas que ha habido en ella. En el siglo XVI da hombres universales: Loyola, Elcano, Urdaneta, Legazpi; en el XVII y en el XVIII, buenos marinos, como Oquendo, Lezo, Buenaechea, Churruca y algunos eruditos, y en el XIX, sus hombres más notables, además de algunos militares como Zumalacárregui, Jáuregui y Urbiztondo, son gente de caserío, gente humilde, y entre éstos los más destacados: Iztueta, Iparraguirre y Vilinch. Los tres son poetas y un poco músicos; los tres autodidactos, que lo que saben lo han aprendido ellos mismos, sin una educación previa. Después de ellos no hay en el país más que mediocridades.

¿Quién era este Iztueta? Los cronistas vascongados consideran a Juan Ignacio como persona respetable; sus padres, de Lazcano, tenían en Zaldivia una casa llamada Iztuetanea, al final del casco del pueblo, camino del monte Aralar. A juzgar por las escasas noticias que quedan de él, Juan Ignacio se casó con doña María Joaquina Linzuain, de buena familia acomodada. Todo esto se hermana mal con la tradición de vida mísera de Iztueta, que quedó en el país y con los oficios que tuvo, que fueron: colchonero, carpintero, trabajador en capisayos para pastores, cordonero de abarcas y, por último, consumero en el portazgo de San Sebastián.

Juan Ignacio Iztueta publicó dos libros en vascuence en tres partes. El primero tituló Relación de los antiguos bailes guipuzcoanos, con su antigua música y su letra en verso e instrucciones o reglas para bailarlos bien. A pesar de la indicación de su título, el volumen no tenía música. Esta se publicó en un volumen aparte dos años después, con la anotación musical y los versos al margen. El segundo libro es una historia de Guipúzcoa, en vascuence.

También publicó un escrito titulado Carta de don Juan Ignacio de Iztueta a don Juan José Moguel.

Estas distintas obras salieron a la estampa en la imprenta de don Ignacio Ramón Baroja, en San Sebastián, y la última apareció dos años después de la muerte de Iztueta.

En las aprobaciones oficiales de la primera obra hay informes solemnes de personas sesudas: de don Santiago de Unceta, de Vergara; de don José Ramón Elorza, de Azpetia, y de don Martín Xavier de Murquiz, corregidor de la provincia de Guipúzcoa, que elogia a Iztueta de una manera pomposa, por intentar restablecer los antiguos bailes del país y luchar con el desenfreno, las indecencias y las inmoralidades de las danzas libidinosas de la época.

No se sabe si el aludido se sonreiría con malicia al oír tales elogios a sus intenciones morales y coreográficas.

Iztueta, además de las obras señaladas, hizo algunas poesías en vascuence. Naturalmente, como hombre de talento, no se preocupó del casticismo del idioma. Una de sus canciones comienza así:

Nere maite polita

Nola zara bizi

Zortzi egun honetan

ez zaitut ikusi.

(‘Mi amada hermosa, ¿cómo estás? En estos ocho días no te he visto.’)

Otra canción suya se llama Conchezi-ri (‘a Concha’).

Con relación a la vida de Iztueta, parece que hay una carta del cuáquero español Luis Usoz del Río, en la cual, contestando a un erudito vascófilo extranjero, le habla de Juan Ignacio Iztueta, y dice de él que estaba preso en la cárcel por ladrón de caballos y que había vivido con una bella guipuzcoana, ligera de cascos, lo que al parecer había sorbido el seso al poeta colchonero y bailarín de Zaldivia.

La dama, no sabemos por qué, había parado también en la cárcel.

En esta poesía de Iztueta Conchezi-ri se habla de una mujer adorable y el poeta señala sus iniciales, C. B., que alguno identificó en su tiempo, descubriendo su nombre y apellido: Concha Bengoechea.

La canción no es completamente traducible, porque el sentido se escapa a veces. Eso sí, da la impresión de ser muy sincera. Empieza diciendo:

Maitebat maitazen det maitagarria

(‘Quiero y más quiero a una mujer adorable’.)

Luego hay en las distintas estrofas partes que indican la dificultad de ver a la amada por la lejanía o por el encierro:

Hogeita lau leguaz nago aparte

Bitartean badauzkat milloi bat ate

Guztiak itxirik

(‘Veinticuatro leguas estoy separado de ella. Entre nosotros dos hay un millón de puertas, todas cerradas’.)

También parece confirmar la idea de la cárcel el que diga el poeta:

Egunaz argi gutxi

Gauean iluna

(‘De día poca luz y de noche a oscuras’)

y que añada:

Zu ikusitzera nik joan nahi

Libre banengo

Hor nintzake egun bigarrengo

(‘Quisiera verte; si estuviera libre, en dos días estaría a tu lado.’)

La última estrofa comienza diciendo:

Esperantzetan bizi maite gozo

noiz bat kunplituko da gure plazoa

(‘Vive siempre en la esperanza, dulce amada, de que alguna vez se cumplirá nuestro plazo’.)

Esto tiene también, sin duda alguna, un aire de tiempo de condena.

Por más que los que han tratado de Iztueta le hayan querido dar un aire respetable, no parece que ese fuera su carácter, ni su especialidad; más parece que el colchonero versificador era un poco arlote y un poco golfo, casi de la escuela de Villón, metido en un ambiente campesino y con un idioma pobre, anquilosado y milenario.

La miseria, cuando no mata la inteligencia de los hombres, la aguza; el ambiente hostil puede influir casi siempre, más que la comodidad, en el talento y la inspiración. De todas maneras, parece algo milagroso y genial que un aldeano oscuro, mísero, desgraciado como Iztueta, llegara en un ambiente sin cultura, sobre todo para el pobre, a escribir libros y a comentar con ingenio a los clásicos y a los autores de su tiempo.