Polletti estaba conduciendo un Buick-Olivetti XXV que le había prestado el generoso sobrino de un amigo de uno de los novios de su hermana. Odiaba el automóvil porque estaba pintado de color fucsia, un color que Polletti siempre había asociado con la fiebre tifoidea. Pero era el único automóvil que había tenido a mano en aquel momento.
Dos kilómetros más allá de Roma paró en una estación de servicio. Le indicó con un gesto al empleado que llenara el depósito, abrió la portezuela y se apeó.
Oyó un salvaje chirriar de frenos, se giró y vio un Lotus color café precipitándose sobre él. Polletti permaneció clavado en el suelo, sin saber hacia qué lado saltar, suponiendo que fuera capaz de saltar.
El Lotus le esquivó limpiamente trazando un semicírculo Immelman perfecto y se detuvo. Caroline se apeó, y su perfume almizcleño se impuso al hedor a goma quemada.
—Hola —dijo.
Había muchas respuestas posibles a una afirmación como aquella, pero Polletti no utilizó ninguna de ellas.
—¿Por qué me está siguiendo? —preguntó bruscamente—. ¿Qué es lo que quiere?
Caroline se acercó más a él, precedida por su turbador perfume; dándose cuenta de ello, Polletti volvió a subir inmediatamente a su automóvil.
—¿Puede dedicarme un par de minutos? —preguntó Caroline.
—No.
—¿Un minuto?
—Voy con retraso, no tengo tiempo —dijo Polletti, pagando al empleado y poniendo su automóvil en marcha.
—Escuche…
—Llámeme la semana próxima —dijo Polletti.
—Será demasiado tarde —dijo Caroline—. Mire, estoy en Roma para realizar una investigación sobre la conducta sexual del varón italiano. Mi empresa está interesada en cualquier aspecto anormal…
—En tal caso no me necesita a mí —dijo Polletti.
—… pero, desde luego, estamos más interesados todavía en cualquier aspecto normal —se apresuró a añadir Caroline.
Polletti frunció el ceño.
—Dentro de una estructura concreta de particularidad altamente individual, desde luego —dijo Caroline—. Por eso estoy interesada en usted. Sería una entrevista televisada en el Coliseo. Yo le haría algunas preguntas…
—¿Solamente a mí? —inquirió Polletti.
Caroline asintió.
—Creí que había dicho que se trataba de una investigación.
—Me refería a una investigación individual —explicó Caroline—. Una encuesta en profundidad, y no un mero análisis superficial.
Polletti parpadeó un par de veces.
—No comprendo por qué me desea a mí, en particular, para esa entrevista.
Caroline sonrió y se apartó ligeramente. Cuando habló, su voz reflejaba cierta timidez.
—Porque me atrae usted —dijo—. Hay algo en usted… cierta debilidad evasiva, una inasequible fragilidad…
Polletti asintió comprensivamente y sonrió. Caroline alargó la mano hacia la manecilla de la portezuela. Polletti pisó a fondo el acelerador y no tardó en perderse de vista.