XI

El Club de Caza romano era un edificio de agradables proporciones y de construcción neo-Barcarola. Polletti entró, cruzó las salas públicas y tomó el ascensor hasta el tercer piso. Allí se encaminó hacia una puerta con una placa que decía: ANEXO N.° 1 PARA MIEMBROS (SOLAMENTE HOMBRES). Este era uno de los pocos lugares en Roma donde un hombre podía relajarse, fumar, conversar, leer periódicos, discutir temas de Caza, e incluso dormir, sin que su esposa pudiera aparecer inesperadamente. Además, un hombre siempre podía decir que había estado allí, no importa donde hubiera estado. En la sala no había ningún teléfono, y los miembros del Club consideraban la lealtad como el compendio de todas las virtudes.

Las Cazadoras femeninas se habían quejado de aquel exclusivismo masculino, de modo que el Club les había proporcionado su propia sala en el primer piso, señalada como ANEXO N.° 2 (SOLO PARA MUJERES). La solución no las había dejado satisfechas, en realidad. Pero, como observó Voltaire en cierta ocasión, ¿qué satisfacía a una mujer, en realidad?

Polletti se dejó caer en una butaca y respondió a los saludos de seis o siete amigos. Todos deseaban saber cómo marchaba su Caza, y Polletti les dijo sinceramente que no tenía la menor idea.

—Eso es malo —dijo Vittorio di Lucca, un canoso milanés con ocho asesinatos en su haber.

—Es posible —dijo Polletti—. Pero aún estoy vivo —puntualizó.

—Es cierto —dijo Cario Savizzi, un joven rollizo con el que Marcello había ido a la escuela—. Pero no puedes atribuirte ningún mérito por ello, ¿no te parece?

—Supongo que no —dijo Marcello—. Pero no creo que pudiera hacer mucho más de lo que he hecho.

—Podías hacer mucho más —afirmó un anciano robusto, de cabellos grises y rostro como cuero mal curtido.

Polletti y los otros esperaron. El anciano era Giulio Pombello, el único Vencedor Absoluto de que Roma podía alardear. Y había que mostrarse respetuoso con un Vencedor Absoluto aunque dijera tonterías, como solía hacer Pombello.

—Deberías organizar una defensa —dijo Pombello, agitando su mano derecha defensivamente—. Hay muchas defensas buenas, del mismo modo que hay muchas tácticas de Caza buenas. La selección es fundamental, desde luego: por ejemplo, una Víctima no debe escoger una táctica de Cazador, y un Cazador haría mal en pensar en términos de defensa. ¿Consideráis esto correcto, o he planteado mal la situación?

Todo el mundo murmuró que las palabras del Maestro (a Pombello le gustaba que le llamaran Maestro) eran adecuadas, sabias, interesantes y concretas. Todo el mundo, también, deseó que Pombello se quedara mudo de repente, o recibiera una urgente llamada telefónica reclamando su presencia en Córcega.

—De modo que hemos reducido el problema a sus términos fundamentales —dijo el Maestro—. Tú eres una Víctima, Marcello, y en consecuencia necesitas una defensa. Nada podría ser más simple. Sólo nos queda decidir cuál de las numerosas y excelentes defensas a tu alcance debes escoger.

—No poseo una mentalidad defensiva —dijo Polletti—. Ni tampoco ofensiva —añadió, como una reflexión tardía.

El Maestro ignoró sus palabras, como había ignorado las palabras de todo el mundo después de su Décimo Asesinato.

—Tu mejor posibilidad —dijo— sería utilizar la Secuencia del Campo Concéntrico Profundo de Hartman.

Los otros asintieron lentamente. El viejo sabía mucho acerca de la Caza, pensándolo bien.

—Es muy fácil de desarrollar —dijo el Maestro—. Ante todo se escoge una aldea no demasiado pequeña, o quizás un pueblo. Hay que estar razonablemente seguro de que ni el Cazador ni sus parientes viven en aquel pueblo en particular, dado que ese factor haría ineficaz la defensa. Pero un pueblo neutral no resulta demasiado difícil de encontrar; de hecho, las probabilidades están abrumadoramente a tu favor.

—Es cierto —dijo Vittorio—. La semana pasada leí…

—Bien —continuó el Maestro—; una vez encontrado el pueblo, te vas a vivir allí durante una semana, o un mes, o el tiempo que tu Cazador necesite para descubrir dónde estás. Luego, cuando se presente en busca tuya, le matas. No puedes ser más sencillo.

Todo el mundo manifestó su aprobación. Polletti preguntó:

—¿Qué pasa si el Cazador le descubre a uno primero, disfrazado, quizás, o…?

—Oh, ahora me doy cuenta de que no he mencionado el punto clave de la Secuencia del Campo Concéntrico Profundo de Hartman —dijo el Maestro, sonriendo ante su propio descuido—. El Cazador no puede descubrirte antes que tú a él, por ingenioso que sea su disfraz. No puede pasar inadvertido. En cuanto entra en el pueblo, está a tu merced.

—¿Por qué? —preguntó Polletti.

—Porque —dijo el Maestro— tú habrás pagado previamente a todos los hombres, mujeres y niños del pueblo para que actúen de Localizadores, y además habrás prometido una prima especial para el primero de ellos que localice al Cazador. Sencillo, ¿eh? Eso es lo único que hay que hacer.

El Maestro se echó hacia atrás en su butaca, irradiando satisfacción. Los otros murmuraron su aprobación.

—¿Pagar a todos los hombres, mujeres y niños? —dijo Polletti—. Eso representa una considerable suma de dinero. Suponiendo que sea un pueblo de mil habitantes…

El Maestro agitó sus manos impacientemente.

—Se necesitarían unos cuantos millones de liras, pagadas por adelantado. Pero ¿qué significa eso a cambio de la propia vida?

—Absolutamente nada —se apresuró a contestar Polletti—. Pero yo no tengo unos cuantos millones de liras.

—Mala suerte —dijo el Maestro—. Personalmente, creo que la Secuencia de Hartman es la mejor de todas las defensas.

—Tal vez si pudiera conseguir un crédito…

—Pero no hay que desesperar —dijo el Maestro—. Me parece recordar haber oído algunas cosas excelentes acerca de la Defensa Estática de Carr, aunque yo nunca la he utilizado.

—Leí algo sobre el tema la semana pasada —dijo Vittorio—. En la Defensa Estática de Carr, hay que encerrarse en una habitación con las paredes, el suelo y el techo de acero, junto con un regenerador de oxígeno, un reconversor de agua, una abundante provisión de alimentos y un buen material de lectura. La casa Abercrombie & Fitch vende un equipo completo, con paredes de acero superreforzado de siete centímetros de espesor, garantizado incondicionalmente contra cualquier explosión de hasta un megatón.

—¿Me venderían uno a crédito? —preguntó Polletti.

—Es posible —dijo Cario—. Pero será mejor que te advierta que la casa Fortnum & Masón vende ahora un vibrador múltiple garantizado incondicionalmente para destruir todo lo que pueda encontrarse en el interior de una de esas cajas. —Suspiró y se pasó la mano por la frente—. Eso fue lo que le ocurrió a mi pobre primo, Luigi, en su primera defensa.

Todo el mundo murmuró su condolencia.

—Por mi parte —dijo el Maestro—, nunca me han gustado las defensas estáticas. Son demasiado estáticas, carecen de flexibilidad. Sin embargo, un sobrino mío utilizó en cierta ocasión una ingeniosa Defensa de Campo Abierto.

—Nunca he oído hablar de ella —dijo Polletti.

—Es una forma oriental —dijo el Maestro—. Los japoneses la llaman «Invulnerabilidad A Través de Vulnerabilidad Aparente». Los chinos se refieren a ella como «El Centímetro Que Contiene Diez Mil Metros». Creo que hay también un nombre hindú para ella, aunque en este momento no puedo recordarlo.

Todo el mundo esperó. Finalmente, el Maestro dijo:

—Bueno, los nombres no importan. La esencia de la defensa, tal como mi sobrino me la explicó, es el Campo Abierto. ¡Campo Abierto!

Todo el mundo asintió y se inclinó hacia adelante.

—Para su defensa, mi sobrino alquiló unos cuantos kilómetros cuadrados de terreno desértico en los Abruzzos por muy poco dinero. Instaló una tienda de campaña en el centro… Desde ella podía ver kilómetros y kilómetros en todas direcciones. Tomó prestado un aparato de radar de uno de sus amigos, y compró un par de cañones antiaéreos a un vendedor de armas de segunda mano. Ni siquiera tuvo que pagarlos en metálico: cambió su automóvil por ellos. Creo que también consiguió unos focos en alguna parte, y lo instaló todo en dos días. ¿Qué opinas de eso, Marcello?

—Ingenioso —dijo Marcello pensativamente—. El sistema parece bueno.

—Eso mismo pensé yo —dijo el Maestro—. Pero, por desgracia, el Cazador de mi sobrino se limitó a comprar una excavadora de túneles de desecho de la Aramco, excavó un túnel hasta llegar debajo de la tienda del muchacho, colocó una carga explosiva y le hizo pedazos.

—Triste, muy triste —dijo Vittorio.

—Fue un golpe para toda nuestra familia —dijo el Maestro—. Pero la idea básica sigue siendo aprovechable. Verás, Marcello, si se parte del mismo concepto con algunas modificaciones, por ejemplo, alquilando una llanura de granito en vez de un desierto de arena y piedra caliza, y si se instala también equipo sismográfico, la defensa podría funcionar perfectamente. Seguiría teniendo ciertos fallos, desde luego; los cañones antiaéreos antiguos no son muy eficaces contra los modernos cohetes. Y siempre existe la posibilidad de que el Cazador compre un mortero o un tanque, en cuyo caso el hecho de que la defensa sea a campo abierto constituiría una desventaja.

—Sí —dijo Polletti—. Y además, no creo que yo pudiera disponer a tiempo de todo lo necesario.

—¿Qué me dices de una emboscada? —inquirió Vittorio—. Conozco varias emboscadas soberbias. Pero las mejores requieren tiempo y dinero, desde luego…

—No tengo dinero —dijo Polletti, poniéndose en pie—, y probablemente no tengo tiempo, tampoco. Pero quiero daros las gracias a todos por vuestras sugerencias, especialmente al Maestro.

—No tiene importancia —dijo el Maestro—. Pero ¿qué es lo que vas a hacer?

—Nada, absolutamente nada —dijo Marcello—. Después de todo, hay que permanecer fiel al propio temperamento.

—¡Marcello, estás loco! —exclamó Vittorio.

—En absoluto —dijo Polletti, parándose junto a la puerta—. Soy simplemente pasivo. Buenas tardes a todos, caballeros.

Polletti se inclinó ligeramente y se marchó. Los otros permanecieron en silencio unos instantes, mirándose unos a otros con expresiones en las que se mezclaban la consternación y el hastío.

—Está aquejado de una fascinación fatal por la muerte —declaró finalmente el Maestro—. Esto, en mi experiencia, es un estado mental típicamente romano contra el cual uno debe luchar con todo su ser. Los síntomas de esta enfermedad, ya que se trata de una enfermedad, son muy evidentes para un observador experto. Consisten…

Los otros escuchaban con expresiones heladas y vacías. Vittorio deseaba fervientemente que el Viejo fuese atropellado por un automóvil, preferiblemente un Cadillac, y tuviera que permanecer hospitalizado durante un par de años. Cario se había quedado dormido con los ojos abiertos; incluso en aquel estado seguía murmurando «Hmmm» cada vez que el Maestro hacía una pausa, y dando una ocasional chupada a su cigarrillo. Nunca había revelado a nadie cómo había aprendido a hacer esto.