ESCENA III

Entran ROSALINA y CELIA.

ROSALINA

CELIA

Entra SILVIO.

Mira quién viene.

SILVIO

Os traigo una carta, gentil muchacho.

Mi noble Febe me dijo que os la diese.

No sé lo que os dice, mas, a juzgar

por su ceño y los gestos de enojo

que hacía al escribirla, seguro

que el tono es de ira. Perdonadme.

Solo soy un inocente mensajero.

ROSALINA

Hasta la paciencia se alarmaría

con esta carta y se pondría bravucona.

Soporta esto y sopórtalo todo.

Dice que guapo no soy, que no tengo modales.

Me llama orgulloso y no me amaría

aunque el hombre escaseara más que el Fénix[48].

¡Válgame! Su amor no es la liebre que persigo.

¿Por qué me escribe esto? Vaya, vaya, pastor.

Fuisteis vos quien escribió la carta.

SILVIO

No, os lo juro. No sé lo que dice.

La escribió Febe.

ROSALINA

Vamos, vamos. Sois un bobo y el amor

os tiene desquiciado. Le vi las manos.

Tiene manos de cuero, manos terrosas.

De verdad que pensé que se había

puesto los guantes, pero eran sus manos.

Manos de fregona. Pero no importa.

La idea de la carta no fue suya.

El tema es de hombre, igual que la carta.

SILVIO

Seguro que es de ella.

ROSALINA

¡Pero si tiene un estilo furioso y mordaz,

un estilo desafiante! Me reta

como el turco al cristiano. Una mente de mujer

no produce semejante grosería,

tan negras palabras; y más negras de efecto

que de aspecto. ¿Queréis oír la carta?

SILVIO

Sí, os lo ruego, pues aún no la he oído,

y sí demasiado del rigor de Febe.

ROSALINA

Pues me febea. Mirad qué tono más cruel.

[Lee] «¿Sois un dios hecho pastor

que a doncella enamoró?».

¿Reprende así una mujer?

SILVIO

¿A eso llamáis reprender?

ROSALINA

[Lee] «Y, hecho hombre, ¿hacéis la guerra

a un corazón de doncella?».

¿Quién oyó tal reprensión?

«Cortejarme un ser humano

nunca pudo hacerme daño».

Luego soy una bestia.

«Si esos ojos de desprecio

a los míos sedujeron,

¿qué de milagros no harán

si me miran con bondad?

Si reprendiéndome os quiero,

¿qué no harían vuestros ruegos?

Quien esta carta os entrega

de mi amor nada sospecha.

Dadle respuesta sellada

de si vuestra joven alma

acepta mi ofrecimiento

y los que aún puedo haceros,

pues, si mi amor no admitís,

veré cómo he de morir».

SILVIO

¿A eso llamáis reñir?

CELIA

¡Ah, pobre pastor!

ROSALINA

Sale SILVIO.

Entra OLIVER.

OLIVER

Buenos días, bellos jóvenes. ¿Sabéis

dónde hay en los aledaños de este bosque

una choza rodeada de olivos?

CELIA

Al oeste, en la próxima hondonada.

Se llega dejando a la derecha

la fila de mimbreras que bordean el arroyo.

Pero a estas horas la cabaña

se guarda a sí misma, pues no hay nadie dentro.

OLIVER

Si la vista se guía por la palabra

debía reconoceros por las señas;

tales ropas, tal edad: «El muchacho

es guapo, tiene un aire femenil,

y parece la hermana mayor. La muchacha

es baja y más morena que el hermano».

¿No sois los dueños de la casa que busco?

CELIA

Responder que lo somos no es jactancia.

OLIVER

A los dos Orlando se encomienda,

y al muchacho al que llama Rosalina

envía este pañuelo ensangrentado. ¿Sois vos?

ROSALINA

Soy yo. ¿Qué significa esto?

OLIVER

Aunque en parte me avergüence, os contaré

quién soy yo, y cómo, dónde y por qué

se ensangrentó este pañuelo.

CELIA

Contadlo, os lo ruego.

OLIVER

Cuando os dejó el joven Orlando,

os hizo la promesa de volver

en menos de una hora. Y, andando por el bosque,

pensando en el gusto agridulce del amor,

ved qué le sucede. Miró hacia un lado

y oíd lo que encontró: bajo un roble

con las ramas cubiertas de musgo

y la copa reseca y pelada en su vejez,

dormía un desdichado, envuelto

en andrajos y pelambre. Enroscada

en su cuello, una serpiente de color

verde y dorado, con la cabeza ondeando

amenazante, se le acercaba a la boca.

Pero, así que vio a Orlando, le soltó

y, deslizándose en recodos, fue a parar

bajo un arbusto, a cuya sombra una leona,

con las mamas secas, tendida y la cabeza

pegada sobre el suelo, felinamente

esperaba a que el durmiente se moviera,

pues la regia condición de este animal

le impide acometer lo que parece muerto.

Ante lo cual, Orlando se acercó a este hombre

y vio que era su hermano, su hermano mayor.

CELIA

Yo le he oído hablar de ese hermano,

y le presenta como el hombre más cruel

que haya existido.

OLIVER

Y bien puede decirlo, pues es cierto

que era un desalmado.

ROSALINA

¿Y Orlando? ¿Le dejó para pasto

de aquella leona sin leche y hambrienta?

OLIVER

Se lo había propuesto, y dos veces se alejó.

Pero la bondad, más noble que la venganza,

y los sentimientos, más fuertes que la tentación,

le hicieron enfrentarse a la leona,

a la que pronto venció. El tumulto

me despertó de mi sueño infortunado.

CELIA

¿Sois vos su hermano?

ROSALINA

¿Sois vos quien él salvó?

CELIA

¿Quien tantas veces quería matarle?

OLIVER

Era yo, mas no soy yo. Ahora que soy otro,

deciros el que fui no me avergüenza:

tan dulce sabe mi conversión…

ROSALINA

¿Y el pañuelo ensangrentado?

OLIVER

A eso iba. Después que las lágrimas bañaron

de principio a fin nuestras historias

y tras contar cómo llegué a estas soledades…

En suma, me llevó ante el noble duque,

que me dio ropa nueva y alimento,

encomendándome al cariño de mi hermano,

que al instante me llevó a su cueva.

Allí, al desnudarse, vio que la leona

le había arrancado carne de su brazo,

con mucha pérdida de sangre. Se desmayó,

invocando en su desmayo a Rosalina.

En fin, le reanimé, vendé su herida

y, al poco rato, sintiéndose repuesto,

me envió a vos, aun siendo yo un extraño,

para contaros la historia, excusarle

por faltar a su promesa y entregar este pañuelo,

teñido de su sangre, al joven pastor

al que en su juego llama Rosalina.

[ROSALINA se desmaya.]

CELIA

OLIVER

CELIA

OLIVER

ROSALINA

CELIA

OLIVER

ROSALINA

OLIVER

ROSALINA

OLIVER

ROSALINA

CELIA

OLIVER

ROSALINA

Salen.