Entra ORLANDO.
ORLANDO
Pendan mis versos, amorosas prendas.—
Diosa triforme[24] de la noche, mira
y vela con pudor desde tu esfera
por tu virgen y reina de mi vida.
¡Rosalina! El bosque será mi libro,
y en él mi sentimiento escribiré,
para que todos vean de continuo
cantada tu excelencia por doquier.
Corre, Orlando, y graba en todos los árboles
a la bella, la pura, la inefable.
Sale.
Entran CORINO y PARRAGÓN.
CORINO
Bueno, ¿qué os parece la vida pastoril, maese Parragón?
PARRAGÓN
A decir verdad, pastor, en sí misma es buena vida, pero al ser vida de pastor, muy poca cosa. Al ser retirada, me gusta, pero, al ser solitaria, es un asco. Al ser vida de campo, me agrada, pero al no ser vida de corte, me aburre. Al ser vida sobria, fíjate, se ajusta a mi carácter, pero, al no ser abundante, me quita las ganas. ¿Tú entiendes de filosofía, pastor?
CORINO
Solo la que enseña que, cuanto más se enferma, peor se está; que a quien no tiene medios, dinero y sosiego, le faltan tres buenos amigos; que condición de la lluvia es mojar y del fuego quemar; que el buen pasto engorda a la oveja; que la causa mayor de la noche es la falta de sol; que quien, por arte o por naturaleza no ha aprendido nada, si no lamenta su ignorancia es que es de familia muy torpe.
PARRAGÓN
Ese es un pensador de lo simple. ¿Tú has estado en la corte, pastor?
CORINO
Pues no.
PARRAGÓN
Entonces vas a condenarte.
CORINO
Espero que no.
PARRAGÓN
A condenarte y quemarte por un lado, como un huevo mal cocido.
CORINO
¿Por no haber estado en la corte?
PARRAGÓN
¡Claro! Si nunca has estado en la corte no has visto buenas costumbres; si no has visto buenas costumbres, es que las tuyas son malas; y lo malo es pecado, y por pecar te condenas. Estás en peligro, pastor.
CORINO
Nada de eso, Parragón. Las costumbres que son buenas en la corte son tan cómicas en el campo como ridículos son en la corte los usos del campo. Me dijisteis que en la corte no os saludáis sin besaros las manos. Si los cortesanos fuesen pastores, vuestra ceremonia sería poco limpia.
PARRAGÓN
La prueba, rápido. Anda, la prueba.
CORINO
Nosotros siempre andamos con nuestras ovejas y ya sabéis que su piel es muy grasa.
PARRAGÓN
Y a los cortesanos, ¿no les sudan las manos? Y la grasa del borrego, ¿no es tan sana como la del hombre? Torpe, torpe. Anda, otra prueba mejor. Venga.
CORINO
Y tenemos callos en las manos.
PARRAGÓN
Antes las sentirán vuestros labios. Torpe otra vez. Una prueba más clara, vamos.
CORINO
Y están impregnadas de brea, de curar a las ovejas. ¿Queréis que besemos la brea? Los cortesanos se perfuman las manos con algalia.
PARRAGÓN
¡Serás torpe! Tú, carnaza podrida al lado del hombre, aprende del sabio y pondera: la algalia es de origen más vil que la brea y secreción indecente de un gato[25]. Mejora la prueba, pastor.
CORINO
Vuestro ingenio es muy cortesano para mí. Termino.
PARRAGÓN
¿Dónde, en el infierno? Dios te asista, hombre torpe. Dios te injerte, que estás muy agreste.
CORINO
Señor, soy un trabajador. Me gano el sustento y la ropa; ni odio a nadie ni envidio la dicha de nadie; me alegro del bien ajeno y me conformo con mi sino. Y mi mayor orgullo es ver pastar a mis ovejas y mamar a mis corderos.
PARRAGÓN
Otro pecado de simpleza: juntar ovejas y carneros y pretender ganarte la vida apareando ganado; ser alcahuete de un morueco y engañar a una oveja de un año con un viejo cornudo de cabeza deforme en un absurdo acoplamiento. Si no te condenas por esto, es que ni el diablo quiere pastores. Si no, no veo que puedas librarte.
CORINO
Aquí viene el joven maese Ganimedes, el hermano de mi nueva ama.
Entra ROSALINA [leyendo un papel].
ROSALINA
«Desde el oeste a la China
no hay joya cual Rosalina.
El viento llama divina
la virtud de Rosalina.
Ni la pintura más fina
aventaja a Rosalina.
De tu recuerdo elimina
a quien no sea Rosalina».
PARRAGÓN
Así os rimo yo ocho años seguidos, menos las horas de comer, cenar y dormir. Suena a desfile de lecheras que van al mercado.
ROSALINA
¡Quita, bobo!
PARRAGÓN
Una muestra:
Si el asno busca pollina,
que él busque a su Rosalina.
Como al gato la minina,
le maullará Rosalina.
En invierno, la esclavina,
y a cubrir a Rosalina.
Cosecha y después trajina,
y al carro con Rosalina.
Hay piel basta en fruta fina,
y esa fruta es Rosalina.
Y si en rosa él halla espina,
se clavará en Rosalina.
Así es el medio galope del verso. ¿Por qué dejáis que os
contagie?
ROSALINA
¡Calla, so torpe! Los encontré en un árbol.
PARRAGÓN
¡Qué mal fruto da ese árbol!
ROSALINA
Te injertaré en él, que será como injertarle un níspero. Será el primero en dar fruto, pues cuando madures ya estarás podrido[26]. Así es la condición del níspero.
PARRAGÓN
Eso lo decís vos. Si tiene o no sentido, que lo juzgue el bosque.
Entra CELIA con un papel.
ROSALINA
Calla. Aquí viene mi hermana leyendo. Apártate.
CELIA [lee]
«¿Es esto un lugar salvaje
porque no lo habiten? No.
Dejo versos en los árboles
de civilizada voz.
Unos dirán que la vida
recorre un breve camino
y que el total de sus días
en un palmo está medido.
Otros contarán promesas
que los amigos deshacen,
pero en las ramas más bellas
y al final de cada frase
“Rosalina” es la palabra
que yo siempre escribiré,
la quintaesencia de almas
que el cielo quiso extraer.
Pues Dios ordenó a Natura
reunir en una mortal
bondades que no se juntan,
y así pudo combinar
la majestad de Cleopatra
y el bello rostro de Helena
con el alma de Atalanta
y el recato de Lucrecia.
En asamblea de dioses
fue creada Rosalina
de las prendas y facciones
que en el mundo más se estiman.
El cielo quiso hacerla preeminente
y a mí su esclavo en vida y muerte».
ROSALINA
¡Ah, nobilísimo Júpiter! ¡Qué pesadez de sermón amoroso, que aburre al feligrés sin rogarle paciencia!
CELIA
¿Qué es esto? Atrás, amigos. Retiraos, pastor. Y tú vete con él.
PARRAGÓN
Vamos, pastor. Hagamos una honrosa retirada; si no con armas y bagajes, sí con bolsa y dineraje.
Sale [con CORINO].
CELIA
¿Has oído esos versos?
ROSALINA
Sí, todos y otros más, pues algunos tenían más pies de los que llevaría un verso.
CELIA
No importa. Los pies podrían con el verso.
ROSALINA
Sí, pero iban cojos, y no podían sostenerse sin el verso, así que el verso cojeaba.
CELIA
Pero, ¿has podido oír sin asombrarte que tu nombre estaba colgado y grabado en estos árboles?
ROSALINA
Antes que llegases ya casi había salido de mi asombro. Mira lo que he encontrado en una palmera[27]. Jamás me han rimado tanto desde los tiempos de Pitágoras, cuando yo era una rata irlandesa[28], de lo cual ni me acuerdo.
CELIA
¿Adivinas quién lo ha hecho?
ROSALINA
¿Un hombre?
CELIA
Con una cadena al cuello que tú solías llevar. ¿Se te muda el color?
ROSALINA
¿Me dirás quién?
CELIA
¡Señor, señor! Aunque los amigos puedan separarse, los terremotos mueven las montañas y las juntan.
ROSALINA
Pero, ¿quién es?
CELIA
¿Será posible?
ROSALINA
Te lo ruego, suplico e imploro: dime quién es.
CELIA
¡Oh, maravilla y maravilla de las maravillas! ¡Maravilla más maravillosa que el colmo de las maravillas!
ROSALINA
¡Por mi condición! ¿Crees que porque vaya vestida de hombre llevo calzas y jubón en el carácter? Una pizca más de dilación será un Mar del Sur por descubrir[29]. Te lo ruego, dime quién es y dilo ya. Ojalá fueras tartamuda; el nombre que me ocultas saldría como el vino cuando la botella es de boca estrecha: o mucho de golpe o nada. Te lo ruego, descórchate la boca, que beba tu secreto.
CELIA
Acabarás con un hombre dentro.
ROSALINA
¿Es criatura de Dios? ¿Qué clase de hombre? Su cabeza, ¿es digna de un sombrero y su cara de una barba?
CELIA
Apenas tiene barba.
ROSALINA
Si lo merece, Dios le dará más. Esperaré a que le crezca la barba si dejas de guardarte el nombre de su cara.
CELIA
Es el joven Orlando, el que de un golpe tumbó al luchador y a ti el corazón.
ROSALINA
Al diablo con tus bromas. Habla en serio y con lealtad.
CELIA
De veras que es él.
ROSALINA
¿Orlando?
CELIA
Orlando.
ROSALINA
¡Válgame! ¿Qué hago yo ahora con el jubón y las calzas? ¿Qué hizo cuando le viste? ¿Qué dijo? ¿Qué aire tenía? ¿Qué ropa llevaba? ¿Y qué hace él aquí? ¿Preguntó por mí? ¿Dónde vive? ¿Cómo se alejó? ¿Cuándo le verás? Respóndeme con una palabra.
CELIA
Necesitaría la boca de Gargantúa. Sería una palabra muy grande para cualquier boca de las de hoy en día. Decir sí o no a esas preguntas es más que responder al catecismo.
ROSALINA
Pero, ¿sabe que estoy en el bosque y vestida de hombre? ¿Está tan despierto como el día de la lucha?
CELIA
Tan fácil es contar las motas del polvo como responder a las preguntas de un enamorado. Pero aquí tienes una muestra de cómo le encontré y saboréala bien: le encontré bajo un árbol cual bellota caída.
ROSALINA
Si da ese fruto será el árbol de Júpiter[30].
CELIA
Señora, prestad atención.
ROSALINA
Proseguid.
CELIA
Estaba echado en el suelo como un caballero herido.
ROSALINA
Doloroso espectáculo, pero adorna el suelo.
CELIA
Vamos, fréname la lengua, que da saltos a destiempo. Iba vestido de cazador.
ROSALINA
¡Oh, presagio! Viene a matarme el corazón.
CELIA
Déjame cantar sin estribillo. Me desafinas.
ROSALINA
¿No sabes que soy mujer? Lo que me viene lo digo. Sigue, querida.
Entran ORLANDO y JAIME.
CELIA
¡Si no me dejas! Espera. ¿No es él quien viene?
ROSALINA
Es él. Ponte a un lado y obsérvale.
JAIME
Gracias por vuestra compañía, aunque, la verdad, hubiera preferido estar solo.
ORLANDO
Y yo, aunque, por cumplir, yo también os agradezco vuestra compañía.
JAIME
Quedad con Dios. A ver si nos vemos lo menos posible.
ORLANDO
Tendré mucho gusto en desconoceros.
JAIME
Os lo suplico, no estropeéis más árboles grabándoles canciones amorosas.
ORLANDO
Os lo suplico, no estropeéis más mis versos leyéndolos de un modo tan infame.
JAIME
Vuestra amada, ¿se llama Rosalina?
ORLANDO
Exacto.
JAIME
Ese nombre no me gusta.
ORLANDO
Nadie pensó en complaceros cuando la bautizaron.
JAIME
¿Cómo es de alta?
ORLANDO
Me llega al corazón.
JAIME
Respuestas bonitas no os faltan. ¿A que os entendéis con esposas de orfebres y os aprendéis la inscripción de los anillos?[31]
ORLANDO
Pues no. Os respondo con leyendas de emblemas baratos[32], de los que vos habéis sacado las preguntas.
JAIME
Sois ágil de mente; habrá salido de los talones de Atalanta[33]. ¿Os sentáis conmigo y los dos echamos pestes de nuestro señor mundo y de todas nuestras penas?
ORLANDO
No pienso censurar a más ser viviente que a mí mismo, por reunir tantos defectos.
JAIME
Y el peor es estar enamorado.
ORLANDO
Defecto que no cambiaría por vuestra mejor virtud. Ya me habéis cansado.
JAIME
La verdad es que cuando os encontré iba en busca de un bufón.
ORLANDO
Se ahogó en el arroyo. Buscadle allí y le veréis.
JAIME
Allí veré mi propia cara.
ORLANDO
Que, para mí, es la de un bufón o un don nadie.
JAIME
No me quedo ni un minuto más. Adiós, signor amore.
ORLANDO
Me alegra que os vayáis. Adiós, monsieur mélancolie.
[Sale JAIME.]
ROSALINA
Le hablaré como un lacayo atrevido y así me reiré de él.— ¡Eh, cazador! ¿Me oís?
ORLANDO
Perfectamente. ¿Qué queréis?
ROSALINA
Decidme, ¿qué hora es?
ORLANDO
¿Y cómo voy saberlo si no hay reloj en el bosque?
ROSALINA
Entonces en el bosque no hay un solo enamorado, pues, si no, un suspiro cada minuto y un lamento cada hora indicarían el pie perezoso del tiempo igual que un reloj.
ORLANDO
¿Y por qué no el pie presuroso del tiempo? ¿No sería lo apropiado?
ROSALINA
De ningún modo, señor. El tiempo cabalga a marcha distinta según la persona. Yo os diré con quién va al paso, con quién trota, con quién galopa y con quién se para.
ORLANDO
Decidme, ¿con quién trota el tiempo?
ROSALINA
Pues trota muy lento con una soltera entre el compromiso y el día de la boda. Si median siete días, el trote del tiempo es tan lento que parecen siete años.
ORLANDO
¿Y con quién va al paso?
ROSALINA
Con un cura que no sabe latín y un rico que no tiene la gota. El uno duerme a gusto porque no puede estudiar y el otro vive feliz porque no siente dolor. El uno, sin el peso del estudio agotador; el otro, sin el peso de penurias angustiosas. El tiempo va al paso con ellos.
ORLANDO
¿Y con quién galopa?
ROSALINA
Con el ladrón que va a la horca, pues, aunque marche a
paso de buey, creerá que ha llegado muy pronto.
ORLANDO
¿Y con quién se para el tiempo?
ROSALINA
Con el juez en vacaciones, que se duerme entre sesión y sesión y no se da cuenta de cómo pasa el tiempo.
ORLANDO
¿Dónde vivís, mi apuesto doncel?
ROSALINA
Con esta pastora, mi hermana, aquí, en la linde del bosque, como fleco en una falda.
ORLANDO
¿Sois de este lugar?
ROSALINA
Como el conejo que vive donde nace.
ORLANDO
Tenéis un acento más fino del que se adquiere en lugar tan remoto.
ROSALINA
Me lo han dicho muchos. La verdad es que me enseñó a hablar un tío mío religioso, hombre de ciudad en su juventud y buen conocedor del galanteo, pues allí se enamoró. Le oí decir muchos sermones contra él, y gracias a Dios que no soy mujer y no me aquejan las muchas veleidades de que él acusaba al otro sexo.
ORLANDO
¿Recordáis alguna de las faltas principales que él imputaba a las mujeres?
ROSALINA
Principal no había ninguna, pues todas se asemejaban como un huevo a otro y cada una parecía enorme hasta que su compañera la igualaba.
ORLANDO
Os lo ruego, decidme algunas.
ROSALINA
No: yo solo pienso administrar mi medicina a los enfermos. Hay uno que ronda este bosque y maltrata los árboles jóvenes grabando «Rosalina» en la corteza; en los espinos cuelga odas y en las zarzas, elegías, y siempre, ¡válgame!, glorificando el nombre de Rosalina. Si yo me encontrase con ese vendeamores le daría algún buen consejo, pues por lo visto padece de fiebre continua de amor.
ORLANDO
Yo soy ese febril enamorado. Os ruego que me digáis vuestro remedio.
ROSALINA
No veo en vos las señales que decía mi tío, que me enseñó a reconocer a un enamorado. Pero seguro que vos no estáis preso en esa jaula de cañas.
ORLANDO
¿Y qué señales son?
ROSALINA
Mejillas hundidas, que vos no tenéis; ojeras y bolsas, que vos no tenéis; carácter retraído, que vos no tenéis; barba descuidada, que vos no tenéis… aunque disculpadme, pues tenéis tan poca barba como rentas un hermano menor. Además, tendríais que llevar las calzas caídas, el sombrero sin cinta, las mangas desabrochadas, las cordoneras sueltas y, en suma, ofrecer un aspecto de incuria y congoja. Pero vos no estáis así: la pulcritud de vuestro atuendo es la del que está más enamorado de sí mismo que de otros.
ORLANDO
Gentil muchacho, ¡ojalá pudiera convenceros de que amo!
ROSALINA
¡Convencerme! Más os vale convencer a la que amáis, pues seguro que se deja aunque no llegue a confesarlo. Es uno de los casos en que las mujeres encubren lo que sienten. Pero, de verdad, ¿sois vos quien va colgando en los árboles esos versos que a Rosalina tanto ensalzan?
ORLANDO
Muchacho, os juro por la blanca mano de mi Rosalina que yo soy ese infortunado.
ROSALINA
¿Y estáis tan enamorado como dicen vuestros versos?
ORLANDO
No hay verso ni frase que pueda expresarlo.
ROSALINA
El amor no es más que una locura y, como los locos, merece el cuarto oscuro y el látigo. Y si de este modo tampoco se les cura y corrige es porque esta locura es tan general que hasta los del látigo están enamorados. Pero yo soy experto en curarlos mediante el consejo.
ORLANDO
¿Habéis curado a alguien así?
ROSALINA
Sí, a uno, y del modo siguiente: él tenía que creerme su amada, su dueña, y cortejarme todos los días. Entonces yo, que soy un joven voluble, me ponía triste, afeminado, mudadizo, anhelante y caprichoso, altivo, fantasioso, afectado, frívolo, inconstante, lloroso y risueño, mostrándome un poco de todo, y en nada sincero, pues muchachos y mujeres suelen ser aves de este plumaje. Tan pronto le quería como le odiaba, le acogía como le echaba, le lloraba como le escupía. Así que llevé a mi pretendiente de su frenético rapto de amor a un auténtico rapto de locura, es decir, a renunciar a la vorágine del mundo y retirarse a un monástico rincón. Así le curé, y así me propongo lavaros el corazón hasta dejarlo más limpio que el de una oveja y sin una sola mancha de amor.
ORLANDO
Entonces no quiero curarme.
ROSALINA
Yo os curaré si me llamáis Rosalina y venís todos los días a cortejarme a mi cabaña.
ORLANDO
Por mi amor inalterable que iré. Decidme el camino.
ROSALINA
Venid conmigo y os lo mostraré. Y mientras caminamos me decís en qué parte del bosque habitáis. ¿Venís?
ORLANDO
Con mil amores, muchacho.
ROSALINA
No: llamadme Rosalina. Vamos, hermana, ¿vienes?
Salen.