ESCENA VII

Entran el antiguo DUQUE,[AMIENS] y NOBLES, vestidos de forajidos[18].

DUQUE

Se habrá transformado en animal,

pues en forma humana no lo encuentro.

NOBLE 1.º

Señor, acaba de salir.

Se había puesto contento de oír una canción.

DUQUE

Si a este ser inarmónico le atrae la música,

pronto habrá disonancia en las esferas[19].

Buscadle y decidle que quiero hablar con él.

Entra JAIME.

NOBLE 1.º

Su presencia me ahorra el trabajo.

DUQUE

¿Qué tal, monsieur? ¿Qué vida es esta

que tus pobres amigos han de solicitar

tu compañía? Vaya, ¿estás alegre?

JAIME

¡Un bufón! ¡He visto un bufón en el bosque,

un bufón de colores[20]! ¡Mundo triste!

Tan verdad como que el pan me alimenta

he visto un bufón, que se acuesta, toma el sol

y, en lenguaje bien medido, se queja

de doña Fortuna; y era un bufón de colores.

«Buenos días, bufón», le digo. Y él: «No, señor;

bufón no me llaméis hasta que el cielo

mejore mi suerte». Entonces saca del bolsillo

un reloj de sol, lo mira con ojo apagado

y, muy sesudo, dice: «Son las diez.

Así podemos ver», dice, «cómo anda el tiempo.

Hace una hora que eran las nueve

y pasada una hora serán las once;

y así de hora en hora maduramos,

y así de hora en hora nos pudrimos,

y eso encierra una lección». Cuando oí

al bufón coloreado filosofar sobre el tiempo,

mis pulmones dieron brincos de alegría

de ver lo reflexivos que eran los bufones;

y estuve riendo sin parar una hora

de las de su reloj. ¡Noble bufón!

¡Gran bufón! El color es lo que viste.

DUQUE

¿Y quién es el bufón?

JAIME

Un gran bufón. Ha sido cortesano

y dice que la dama que es joven y hermosa

tiene un don para saberlo. Y en su cerebro,

más seco que la galleta sobrante

de una travesía, almacena un sinfín

de observaciones, que suelta de forma

quebrada. ¡Ah, quién fuera bufón!

Suspiro por un traje de colores.

DUQUE

Lo tendrás.

JAIME

No pido más, con tal de que arranquéis

de vuestro buen criterio la opinión,

crecida en demasía, de que soy

juicioso. Quiero libertad y el privilegio

tan grande como el viento de soplarle

a quien yo guste, como el de los bufones.

Y a los que más hayan crispado mis bobadas,

más haré reír. ¿Y por qué? El porqué

está más claro que la luz del día.

Cuando un bufón te pincha sabiamente

serás necio si, por mucho que te duela,

no pareces insensible a su pinchazo. Si no,

hasta la indirecta más fortuita

revelará la necedad del sabio.

Vestidme de color. Dadme licencia

para decir lo que pienso, que yo purgaré

nuestro mundo infectado hasta el final

si tiene la paciencia de tomar mi medicina.

DUQUE

¡Quita! Sé muy bien lo que harías.

JAIME

Por un céntimo, ¿qué haré sino el bien?

DUQUE

Pecado feo y perverso es censurar el pecado.

Tú mismo has sido un libertino,

más lascivo que el impulso animal,

y sobre el mundo entero arrojarías

todas las pústulas y llagas tumefactas

que cogiste en tu licencia y desenfreno.

JAIME

¿Quién que condene el lujo

ofende a alguien concreto?

¿No fluye tan copioso como el mar

hasta que refluye, agotados sus recursos?

¿A qué mujer de la ciudad he nombrado

al decir que la mujer de ciudad

lleva sobre hombros indignos ropa de príncipes?

¿Quién puede decirme que aludo a esta

cuando su vecina es como ella?

¿O qué hombre de baja condición

no dirá que yo no he pagado sus galas,

creyendo que aludo a él y confirmando

con su propia necedad el tenor de mi discurso?

Pues ya está. Entonces, ¿qué? A ver en qué

le ofende mi lengua. Si lo pinto cabalmente,

se ha ofendido a sí mismo; si no es culpable,

mi censura vuela como el ganso bravo,

que a nadie pertenece. Pero, ¿quién viene aquí?

Entra ORLANDO [espada en mano].

ORLANDO

¡Alto y no sigáis comiendo!

JAIME

Si aún no he empezado.

ORLANDO

Ni lo haréis; primero está el hambriento.

JAIME

¿De qué especie es este gallo?

DUQUE

¿Es la penuria lo que así os embravece

o despreciáis zafiamente los buenos modales

con ese incivil comportamiento?

ORLANDO

Habéis acertado en lo primero: la espina

de la flaca penuria me ha impedido

mostrar mi cortesía. Mas me educaron

en palacio y recibí buena crianza.

No comáis. Morirá quien toque esos frutos

antes que se atienda a mi persona y privación.

JAIME

Moriré si el remedio no es fructífero.

DUQUE

¿Qué pretendéis? Vuestra cortesía se impondrá

antes que a la fuerza impongáis la cortesía.

ORLANDO

Me muero de hambre. Dadme de comer.

DUQUE

Sentaos y comed, y bienvenido a nuestra mesa.

ORLANDO

Habláis con nobleza. Os lo ruego, perdonad.

Pensé que aquí todo era salvaje

y puse gesto imperioso. Mas quienquiera

que seáis que, en esta soledad inaccesible,

a la sombra del ramaje melancólico

dejáis pasar las horas perezosas,

si habéis gozado de tiempos mejores,

si las campanas os llamaban a la iglesia,

si os han convidado a una mesa honorable,

si habéis derramado alguna lágrima y sabéis

lo que es compadecer y ser compadecido,

que la cortesía responda a mi violencia.

Lo espero con sonrojo y envaino mi espada.

DUQUE

En verdad, he gozado de tiempos mejores,

a la iglesia me ha llamado la campana,

he comido en mesas honorables y he vertido

lágrimas nacidas de la santa compasión.

Así que sentaos como ser civilizado

y tomad a voluntad cuanto tenemos

y pueda socorrer vuestra carencia.

ORLANDO

Entonces dejad de comer por un momento,

mientras yo, como una cierva, voy en busca

del cervato para darle de comer.

Es un pobre anciano que, por puro cariño,

me acompaña fatigoso. No pienso tocar nada

hasta que él sea atendido, pues le tienen

postrado el hambre y la edad.

DUQUE

Id a buscarle, que nada comeremos

hasta que volváis.

ORLANDO

Gracias. Dios os pague este socorro.

[Sale.]

DUQUE

Ya ves que en la desdicha nunca estamos solos.

Este gran escenario universal

ofrece espectáculos más tristes

que la obra en que actuamos[21].

JAIME

El mundo es un gran teatro,

y los hombres y mujeres son actores.

Todos hacen sus entradas y sus mutis

y diversos papeles en su vida.

Los actos, siete edades. Primero, la criatura,

hipando y vomitando en brazos de su ama.

Después, el chiquillo quejicoso que, a desgana,

con cartera y radiante cara matinal,

cual caracol se arrastra hacia la escuela.

Después, el amante, suspirando como un horno

y componiendo baladas dolientes

a la ceja de su amada. Y el soldado,

con bigotes de felino y pasmosos juramentos,

celoso de su honra, vehemente y peleón,

buscando la burbuja de la fama

hasta en la boca del cañón. Y el juez,

que, con su oronda panza llena de capones,

ojos graves y barba recortada,

sabios aforismos y citas consabidas,

hace su papel. La sexta edad nos trae

al viejo enflaquecido en zapatillas,

lentes en las napias y bolsa al costado;

con calzas juveniles bien guardadas, anchísimas

para tan huesudas zancas; y su gran voz

varonil, que vuelve a sonar aniñada,

le pita y silba al hablar. La escena final

de tan singular y variada historia

es la segunda niñez y el olvido total,

sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada[22].

Entra ORLANDO con ADÁN.

DUQUE

Bienvenidos. Dejad vuestra carga venerable

y que coma.

ORLANDO

Os lo agradezco muy de veras.

ADÁN

Menos mal. Yo apenas puedo hablar

para daros las gracias.

DUQUE

Bienvenidos y buen provecho. No pienso molestaros

por ahora preguntándoos por vosotros.

Vamos, música. Cantad, noble amigo.

[AMIENS] Canción[23].

Sopla, viento invernal,

pues daño nunca harás

como la ingratitud.

Tu diente es menos cruel,

porque nadie te ve,

por rudo que seas tú.

¡Eh, oh! ¡Eh, oh, el verde del bosque!

Amor es ceguera; amigos, traiciones.

¡Eh, oh, el bosque!

Es vida y es goce.

Hiela, aire glacial,

pues no podrás cortar

como lo hace el olvido.

Puedes el agua herir,

mas no eres tan hostil

como el pérfido amigo.

¡Eh, oh! ¡Eh, oh, el verde del bosque!

Amor es ceguera; amigos, traiciones.

¡Eh, oh, el bosque!

Es vida y es goce.

DUQUE

Si sois hijo del buen don Roldán,

como habéis asegurado al susurrarme

y como veo que atestigua su retrato,

fielmente copiado en vuestra cara,

sed muy bienvenido. Yo soy el duque

que tanto quiso a vuestro padre. El resto

de la historia venid a contármela a mi cueva.

Buen anciano, bienvenido seas como tu amo.—

Llevadle del brazo.— Dadme la mano

y hacedme saber la suerte que corristeis.

Salen.