ESCENA III

Entran ORLANDO y ADÁN.

ORLANDO

¿Quién va?

ADÁN

¡Ah, mi joven amo! ¡Mi noble amo,

querido amo! ¡Retrato fiel

de don Roldán! ¿Qué hacéis aquí?

¿Por qué sois ejemplar? ¿Por qué tan querido?

¿Por qué sois noble, fuerte y valeroso?

¿Cómo fuisteis tan necio que vencisteis

al robusto luchador del veleidoso duque?

Vuestra fama se os ha adelantado.

Amo, ¿no sabéis que las virtudes

de algunos son sus enemigos? Pues así

las vuestras. Noble amo, vuestros méritos

no son para vos más que santos traidores.

¡Ah, qué mundo, si todo lo digno

envenena al poseedor!

ORLANDO

Pero, ¿qué pasa?

ADÁN

¡Ah, infortunado! No paséis. El enemigo

de vuestras virtudes vive en esta casa.

Vuestro hermano… no, hermano no; el hijo…

tampoco el hijo; no pienso llamarle hijo…

de quien iba a llamarle su padre,

ha oído hablar de vuestra fama, y esta noche

se propone incendiar vuestro aposento

mientras vos dormís. Si no lo consigue

hallará otra manera de mataros:

le oí cuando hablaba de su intriga.

Esta casa no es lugar: es un matadero.

Detestadla, temedla y no paséis.

ORLANDO

¿Y adónde quieres que vaya, Adán?

ADÁN

Adonde sea, con tal que no sea aquí.

ORLANDO

¡Cómo! ¿Quieres que vaya a mendigar

o que por la fuerza de vil y ruda espada

me gane la vida como un forajido?

Así he de vivir o no sé qué haré.

Mas no robaré, por mal que lo pase.

Prefiero exponerme a la maldad

de un hermano pervertido e inhumano.

ADÁN

No lo hagáis. Tengo quinientas coronas

de la paga que ahorré con vuestro padre

para que fuesen mi cuidado y protección

cuando mis miembros no pudieran dar servicio

y echasen a un rincón mi vejez desatendida.

Tomadlas, y que Aquel que a los cuervos alimenta

y cuya providencia mantiene al gorrión,

me asista en la vejez. Aquí está el dinero,

os lo doy todo. Dejadme que os sirva.

Pareceré viejo, pero estoy sano y fuerte,

pues en mi juventud jamás vertí

licores turbulentos en la sangre,

y nunca ansié los goces deshonestos

que debilitan y consumen.

Así que mi vejez es un invierno sano:

frío, pero benigno. Dejad que os acompañe;

os serviré como un hombre más joven

en cualquier necesidad y menester.

ORLANDO

¡Ah, buen anciano! ¡Qué bien demuestras

el servicio fiel del mundo antiguo,

que sudaba por lealtad y no por paga!

No naciste para el uso de estos tiempos,

en que solo se suda por medrar

y el servicio se extingue con el medro

en cuanto se alcanza. Tú no eres así.

Pobre anciano, cuidando un árbol enfermo

que ni una triste flor puede dar ya

en pago de todos tus trabajos y desvelos.

En fin, vamos; iremos los dos juntos,

y antes que gastemos tus ahorros juveniles

tendremos una humilde labor que nos mantenga.

ADÁN

En marcha, amo, que yo os seguiré

hasta el último aliento con toda mi lealtad.

He vivido aquí desde mis diecisiete años

hasta ahora, casi ochenta, pero ya no más.

A los diecisiete muchos buscan su fortuna,

pero a los ochenta ya es muy tarde.

Mas de la fortuna no quiero otro pago

que morir bien no siendo deudor de mi amo.

Salen.