Entran ORLANDO y ADÁN.
ORLANDO
¿Quién va?
ADÁN
¡Ah, mi joven amo! ¡Mi noble amo,
querido amo! ¡Retrato fiel
de don Roldán! ¿Qué hacéis aquí?
¿Por qué sois ejemplar? ¿Por qué tan querido?
¿Por qué sois noble, fuerte y valeroso?
¿Cómo fuisteis tan necio que vencisteis
al robusto luchador del veleidoso duque?
Vuestra fama se os ha adelantado.
Amo, ¿no sabéis que las virtudes
de algunos son sus enemigos? Pues así
las vuestras. Noble amo, vuestros méritos
no son para vos más que santos traidores.
¡Ah, qué mundo, si todo lo digno
envenena al poseedor!
ORLANDO
Pero, ¿qué pasa?
ADÁN
¡Ah, infortunado! No paséis. El enemigo
de vuestras virtudes vive en esta casa.
Vuestro hermano… no, hermano no; el hijo…
tampoco el hijo; no pienso llamarle hijo…
de quien iba a llamarle su padre,
ha oído hablar de vuestra fama, y esta noche
se propone incendiar vuestro aposento
mientras vos dormís. Si no lo consigue
hallará otra manera de mataros:
le oí cuando hablaba de su intriga.
Esta casa no es lugar: es un matadero.
Detestadla, temedla y no paséis.
ORLANDO
¿Y adónde quieres que vaya, Adán?
ADÁN
Adonde sea, con tal que no sea aquí.
ORLANDO
¡Cómo! ¿Quieres que vaya a mendigar
o que por la fuerza de vil y ruda espada
me gane la vida como un forajido?
Así he de vivir o no sé qué haré.
Mas no robaré, por mal que lo pase.
Prefiero exponerme a la maldad
de un hermano pervertido e inhumano.
ADÁN
No lo hagáis. Tengo quinientas coronas
de la paga que ahorré con vuestro padre
para que fuesen mi cuidado y protección
cuando mis miembros no pudieran dar servicio
y echasen a un rincón mi vejez desatendida.
Tomadlas, y que Aquel que a los cuervos alimenta
y cuya providencia mantiene al gorrión,
me asista en la vejez. Aquí está el dinero,
os lo doy todo. Dejadme que os sirva.
Pareceré viejo, pero estoy sano y fuerte,
pues en mi juventud jamás vertí
licores turbulentos en la sangre,
y nunca ansié los goces deshonestos
que debilitan y consumen.
Así que mi vejez es un invierno sano:
frío, pero benigno. Dejad que os acompañe;
os serviré como un hombre más joven
en cualquier necesidad y menester.
ORLANDO
¡Ah, buen anciano! ¡Qué bien demuestras
el servicio fiel del mundo antiguo,
que sudaba por lealtad y no por paga!
No naciste para el uso de estos tiempos,
en que solo se suda por medrar
y el servicio se extingue con el medro
en cuanto se alcanza. Tú no eres así.
Pobre anciano, cuidando un árbol enfermo
que ni una triste flor puede dar ya
en pago de todos tus trabajos y desvelos.
En fin, vamos; iremos los dos juntos,
y antes que gastemos tus ahorros juveniles
tendremos una humilde labor que nos mantenga.
ADÁN
En marcha, amo, que yo os seguiré
hasta el último aliento con toda mi lealtad.
He vivido aquí desde mis diecisiete años
hasta ahora, casi ochenta, pero ya no más.
A los diecisiete muchos buscan su fortuna,
pero a los ochenta ya es muy tarde.
Mas de la fortuna no quiero otro pago
que morir bien no siendo deudor de mi amo.
Salen.