Entran CELIA y ROSALINA.
CELIA
Vamos, prima; vamos, Rosalina. Cupido me libre, ¿ni una palabra?
ROSALINA
Ni para tirársela a un perro.
CELIA
Tus palabras valen mucho para tirárselas a los perros. Tírame algunas a mí; vamos, lísiame a palabras.
ROSALINA
Entonces habría que recluir a las dos primas: la una lisiada con palabras, y la otra loca sin ninguna.
CELIA
Pero, ¿todo esto es por tu padre?
ROSALINA
No, una parte es por el padre de mi hijo[8]. ¡Ah, cuántas espinas tiene nuestro mundo cotidiano!
CELIA
Prima, no son más que cardos festivos que te tiran jugando; si nos salimos del camino trillado, se nos pegan a las faldas.
ROSALINA
Entonces me los podría sacudir; pero los llevo muy dentro.
CELIA
Pues tose y échalos.
ROSALINA
Lo haría si, tosiendo yo, viniera él.
CELIA
Vamos, vamos; lucha con tus sentimientos.
ROSALINA
¡Ah, están de la parte de un luchador que me supera!
CELIA
Pues, buena suerte: seguro que luchas con él aunque vaya a tumbarte. Pero, cortemos el hilo de las bromas y hablemos en serio. ¿Es posible que así, tan de repente, te hayas encariñado tanto con el hijo menor de don Roldán?
ROSALINA
El duque, mi padre, quería entrañablemente a su padre.
CELIA
¿Y por esa razón tú debes quererle entrañablemente? Siguiendo esa lógica yo tendría que odiarle, pues mi padre odiaba a su padre entrañablemente. Pero yo no odio a Orlando.
ROSALINA
Ah, no le odies; hazlo por mí.
CELIA
¿Por qué? ¿No se lo merece?
Entra el DUQUE [FEDERICO] con nobles.
ROSALINA
Déjame que le quiera por eso, y tú quiérele porque yo le quiero. Mira, ahí viene el duque.
CELIA
Con los ojos llenos de ira.
DUQUE FEDERICO
Mujer, por tu seguridad
vete de mi corte a toda prisa.
ROSALINA
¿Yo, tío?
DUQUE FEDERICO
Tú, sobrina. Si de aquí a diez días
te encuentran a solo veinte millas
de mi corte, morirás.
ROSALINA
Alteza, os lo suplico: permitid
que me aleje conociendo mi culpa.
Si tengo comunicación conmigo misma
o conocimiento de mis propios deseos;
si no sueño y, como espero,
no estoy loca, entonces, querido tío,
jamás he concebido el pensamiento
de agraviar a Vuestra Alteza.
DUQUE FEDERICO
Así hablan los traidores. Si solo
con palabras pudieran exculparse,
serían tan inocentes como el cielo.
Bástete saber que no me fío de ti.
ROSALINA
Desconfianza no es prueba de traición.
Decidme en qué se fundan las sospechas.
DUQUE FEDERICO
Eres la hija de tu padre, y basta.
ROSALINA
Lo era cuando vos tomasteis el ducado;
lo era cuando vos le desterrasteis.
La traición no se hereda, Alteza, y aunque
de los nuestros la heredásemos, a mí,
¿en qué me afecta? Mi padre no fue un traidor.
Así que, Alteza, no os engañéis creyendo
que mi pobreza es traición.
CELIA
Mi querido señor, escuchadme.
DUQUE FEDERICO
Celia, por ti se quedó con nosotros,
o, si no, andaría errante con su padre.
CELIA
No se quedó porque yo lo suplicara.
Fue vuestro deseo y vuestra compasión.
Yo era entonces muy pequeña para apreciarla,
mas ahora la conozco. Si ella es traidora,
yo también. Juntas siempre hemos dormido;
juntas nos hemos levantado, estudiado,
jugado y comido, y, adondequiera que íbamos,
cual cisnes de Juno íbamos juntas y unidas.
DUQUE FEDERICO
Ella es más lista que tú, y su dulzura,
silencio y mansedumbre,
llegan a la gente, y es compadecida.
Eres una ingenua: te está quitando el rango.
Cuando ya no esté, tú lucirás
más excelencia y distinción. Conque no hables.
La sentencia que he dictado es firme
e irrevocable: está desterrada.
CELIA
Extended a mí también vuestra sentencia,
señor, pues no sé vivir sin su compañía.
DUQUE FEDERICO
No seas boba.— Tú, sobrina, haz los preparativos.
Si rebasas el plazo, por mi honor
y el poder de mi palabra, que morirás.
Salen el DUQUE y acompañamiento.
CELIA
¡Ah, mi pobre Rosalina! ¿Adónde irás?
¿Cambiamos de padre? Te doy el mío.
Y te lo ordeno: no te aflijas más que yo.
ROSALINA
Más motivo tengo.
CELIA
No, prima. Vamos, alégrate. ¿No sabes
que el duque ha desterrado a su hija?
ROSALINA
No ha hecho tal.
CELIA
Ah, ¿no? Entonces te falta el cariño
que te enseña que somos uña y carne.
¿Vamos a dividirnos, separarnos, niña mía?
No: que mi padre se busque otra heredera.
Conque piensa conmigo el modo de escapar,
adónde ir y lo que vamos a llevarnos;
y no intentes cargar con el peso de tu suerte,
llevar sola tus penas y excluirme,
pues, por el cielo, que se oscurece de lástima,
que, digas lo que digas, nos vamos las dos.
ROSALINA
¿Y adónde iremos?
CELIA
Al Bosque de Arden a buscar a mi tío.
ROSALINA
¡Ah! Y, siendo muchachas, ¿qué peligros
nos acechan en un viaje tan largo?
Más mueve al ladrón la belleza que el oro.
CELIA
Llevaré una ropa sencilla y humilde
y me mancharé la cara de un tono ocre;
tú también. Así podremos seguir
nuestro camino sin que nadie nos asalte.
ROSALINA
¿No será mejor, puesto que soy
más alta de lo corriente, que me vista
del todo como un hombre? Con intrépida
espada al costado, venablo en mano
y, guardado en el pecho el temor de mujer,
tendré una presencia ufana y marcial,
como tantos cobardes bravucones
que blasonan con las meras apariencias[9].
CELIA
¿Y cómo he de llamarte cuando seas hombre?
ROSALINA
Por el nombre del paje de Júpiter,
conque habrás de llamarme Ganimedes[10].
¿Y cuál será tu nombre?
CELIA
Uno que aluda a mi estado.
Celia ya no, sino Aliena[11].
ROSALINA
Prima, ¿y si intentamos llevarnos
al bufón de la corte de tu padre?
¿No sería una distracción en el camino?
CELIA
Me seguiría al fin del mundo;
deja que yo me lo gane. Vamos ya,
reunamos nuestros bienes y joyas,
pensemos en la hora propicia y en el modo
más seguro de evadir la persecución
que vendrá tras mi fuga. Y ahora marchemos
gozosas a la libertad, que no al destierro.
Salen.