Entran ROSALINA y CELIA.
CELIA
Vamos, Rosalina, querida prima, alégrate.
ROSALINA
Querida Celia, demuestro más alegría de la que siento, ¿y aún me quieres más alegre? Si no me enseñas a olvidar a un padre desterrado, no intentes enseñarme a recordar ninguna dicha extraordinaria.
CELIA
Veo que no me quieres con tanto cariño como yo a ti. Si mi tío, tu padre desterrado, hubiera desterrado a tu tío, mi padre el duque, y tú te hubieses quedado conmigo, le habría enseñado a mi cariño a aceptar a tu padre como mío. Lo mismo harías tú, si tu cariño por mí fuese tan firme y bien dispuesto como el mío por ti.
ROSALINA
Entonces olvidaré mi situación para alegrarme con la tuya.
CELIA
Sabes que mi padre no tiene más hijos que yo, ni es probable que tenga más, y te juro que, a su muerte, tú serás su heredera: pues lo que a tu padre le quitó por la fuerza, yo te lo devolveré con el cariño. Por mi honra que lo serás, y, si falto al juramento, que me vuelva un monstruo. Conque alegre, mi buena y querida Rosalina.
ROSALINA
Desde ahora voy a estarlo y a inventar juegos. A ver… ¿Qué tal el de enamorarse?
CELIA
Sí, sí, anda. Será gracioso. Pero no te enamores muy en serio, ni tampoco juegues tanto al amor que luego no puedas enrojecer y retirarte con honra.
ROSALINA
Entonces, ¿cuál será nuestro juego?
CELIA
Sentarnos y reírnos de doña Fortuna hasta echarla de su rueda, para que en adelante reparta sus dones con más equidad.
ROSALINA
Ojalá pudiéramos, pues nunca acierta al asignarlos, y con quien más se equivoca esta ciega dadivosa es con las mujeres.
CELIA
Cierto, pues cuando les da belleza apenas les da decencia, y a las que da decencia las hace muy poco atractivas.
ROSALINA
Tú mezclas el cometido de la Fortuna con el de la Naturaleza: la Fortuna decide los dones mundanos, no los rasgos naturales.
Entra [PARRAGÓN[5]] el gracioso.
CELIA
No: cuando la Naturaleza ha creado a un ser hermoso, ¿no puede echarlo al fuego la Fortuna? Y aunque la Naturaleza nos da ingenio para reírnos de la Fortuna, la Fortuna, ¿no nos manda a este bufón para zanjar el asunto?
ROSALINA
Pues sí: la Fortuna le puede a la Naturaleza cuando hace que la natural bufonería estorbe al ingenio natural.
CELIA
Eso tal vez no sea obra de la Fortuna, sino de la Naturaleza, que juzga a nuestra razón natural demasiado torpe para hablar de tales diosas y nos envía a este bobo como piedra de amolar, pues la torpeza del bobo aguza el ingenio. Hola, Ingenio, ¿adónde vas?
PARRAGÓN
Señora, debéis ir a ver a vuestro padre.
CELIA
¿Os ha hecho mensajero?
PARRAGÓN
No, por mi honor: solo me ha enviado a vos.
ROSALINA
¿Quién te ha enseñado ese juramento, bufón?
PARRAGÓN
Cierto caballero que juró por su honor que las tortas estaban buenas y juró por su honor que la mostaza no valía nada. Yo sostengo que las tortas no valían nada y que la mostaza estaba buena, y, sin embargo, el caballero no juró en falso.
CELIA
¿Cómo demuestras eso con tu pozo de ciencia?
ROSALINA
Eso, desata tu sabiduría.
PARRAGÓN
Adelantaos, acariciaos el mentón y jurad por vuestras barbas que soy un granuja.
CELIA
Por nuestras barbas (si tuviéramos), que lo eres.
PARRAGÓN
Por mi granujería (si la tuviera) lo sería. Pero quien jura por lo que no hay, no jura en falso. Tampoco ese caballero al jurar por su honor, pues honor nunca tuvo; o, si tuvo, se le fue en juramentos antes de ver tortas ni mostaza.
CELIA
Oye, ¿a quién te refieres?
PARRAGÓN
A alguien querido de tu padre el buen viejo Federico.
CELIA
El afecto de mi padre basta para honrarle. No hables más de él o un día de estos te azotarán por maldiciente[6].
PARRAGÓN
Lástima que el bobo no pueda decir con cordura las bobadas que hace el cuerdo.
CELIA
A fe mía que tienes razón, pues desde que hicieron callar al poco ingenio del bufón, la poca bufonería del cuerdo luce mucho. Aquí viene monsieur Le Beau.
Entra LE BEAU.
ROSALINA
Con la boca llena de noticias.
CELIA
Que nos embuchará como hacen las palomas con sus crías.
ROSALINA
Pues nos va a cebar bien.
CELIA
Mejor: seremos más vendibles.— Bon jour, monsieur Le Beau. ¿Qué hay de nuevo?
LE BEAU
Mi bella princesa, os perdéis muy buenas diversiones.
CELIA
¿Diversiones? ¿De qué tono?
LE BEAU
¿De qué tono, señora? ¿Cómo he de responderos?
ROSALINA
Como decidan ingenio y fortuna.
PARRAGÓN
O como dicten los hados.
CELIA
Muy bien dicho, y de un brochazo.
PARRAGÓN
Si no estoy a mi altura…
ROSALINA
Estarás por los suelos.
LE BEAU
Me asombráis, señoras. Quería hablaros de una buena lucha que os habéis perdido.
ROSALINA
Pues contadnos cómo fue.
LE BEAU
Os contaré el principio y, si place a Vuestras Altezas, podréis ver el fin, pues lo mejor viene ahora y vendrán aquí mismo a ejecutarlo.
CELIA
Un principio ya muerto y enterrado.
LE BEAU
Esto es un hombre mayor con sus tres hijos…
CELIA
Así empieza un cuento muy viejo.
LE BEAU
Tres muchachos apuestos, de buen talle y presencia…
ROSALINA
Con un letrero en el cuello que dice: «Se hace saber a los presentes…».
LE BEAU
El mayor de los tres luchó contra Carlos, el luchador del duque, que pronto le derribó y le rompió tres costillas, al punto que casi no tiene esperanzas de vida. Y así con el segundo, y después con el tercero. Ahí yacen, y su pobre y anciano padre profiere tales quejas y lamentos que cuantos lo contemplan se le unen en su llanto.
ROSALINA
¡Ay de mí!
PARRAGÓN
Pero, monsieur, ¿cuál es la diversión que se han perdido las damas?
LE BEAU
Pues la que he dicho.
PARRAGÓN
Día que pasa, algo que aprendes. No sabía que romper costillas fuera diversión para damas.
CELIA
Ni yo, te lo aseguro.
ROSALINA
Pero, ¿quién más desea asistir a este recital de fragmentos? ¿Todavía hay quien suspira por la rotura de costillas?— ¿Vemos esa lucha, prima?
LE BEAU
La veréis si permanecéis aquí, pues este es el lugar designado para la lucha, y ya están preparados para ella.
CELIA
Ahí vienen, desde luego. Nos quedamos a verla.
Clarines. Entran el DUQUE [FEDERICO], nobles, ORLANDO, CARLOS y acompañamiento.
DUQUE FEDERICO
¡Vamos! Si el joven no atiende a ruegos, que se arriesgue su ímpetu.
ROSALINA
¿Es aquel?
LE BEAU
El mismo, señora.
CELIA
¡Ah, es muy joven! Pero tiene un aire de victoria.
DUQUE FEDERICO
¿Qué tal, hija y sobrina? ¿Os habéis escabullido de casa para ver la lucha?
ROSALINA
Sí, Alteza, si nos dais licencia.
DUQUE FEDERICO
Mucho no creo que os divierta: le lleva tal ventaja… Por lástima a la edad del contrincante me afané en disuadirle, pero él no atiende a ruegos. Habladle vosotras; procurad convencerle.
CELIA
Llamadle, mi buen monsieur Le Beau.
DUQUE FEDERICO
Habladle. Yo me aparto.
LE BEAU
Señor contrincante, os llama la princesa.
ORLANDO
Me pongo a sus órdenes con todo respeto.
ROSALINA
Joven, ¿habéis retado al luchador Carlos?
ORLANDO
No, bella princesa: es él quien reta. Yo me presento como todos, para probar mi fuerza juvenil.
CELIA
Joven caballero, vuestro ánimo es desmesurado para vuestra edad. Habéis comprobado la fuerza de este hombre; si lo han visto vuestros ojos y vuestro entendimiento, la enormidad de vuestro riesgo os aconsejará una lucha más igual. Por vos mismo os rogamos que os mantengáis a salvo y renunciéis a vuestro empeño.
ROSALINA
Hacedlo, joven. Vuestro honor no sufrirá menoscabo. Suplicaremos al duque que detenga la lucha.
ORLANDO
Os lo ruego, no me juzguéis descortés porque incurra en la culpa de negar alguna cosa a tan bellas y excelentes damas. Que vuestros bellos ojos y nobles deseos me acompañen en la prueba: si me vence, será un deshonor para quien no fue afortunado; si me mata, morirá quien a ello está dispuesto. No causaré dolor a los míos, pues no tengo quien me llore; ni haré daño al mundo, pues en él nada poseo: en este mundo solo ocupo un lugar que estará mejor ocupado cuando yo lo desaloje.
ROSALINA
Ojalá pudiera daros la poca fuerza que tengo.
CELIA
Y yo la mía para aumentarla.
ROSALINA
Buena suerte. Ojalá me haya engañado con vos.
CELIA
¡Cúmplase vuestro anhelo!
CARLOS
Vamos, ¿dónde está ese joven gallardo que tanto desea
yacer con su madre tierra?
ORLANDO
Aquí, señor, pero su deseo es más decente.
DUQUE FEDERICO
Combatiréis a un solo asalto.
CARLOS
Vuestra Alteza no tendrá que convencer del segundo a quien no pudo disuadir del primero.
ORLANDO
Si pensáis burlaros de mí después, no debéis burlaros antes. ¡Vamos ya!
ROSALINA
¡Que Hércules te asista, joven!
CELIA
Ojalá fuera invisible para agarrar al forzudo de la pierna.
Luchan.
ROSALINA
¡Ah, muchacho sin par!
CELIA
Si pudiera fulminar con los ojos, ya sé quién caería.
[Cae CARLOS.] Aclamación.
DUQUE FEDERICO
¡Basta, basta!
ORLANDO
No, Alteza, os lo ruego: aún no he entrado en calor.
DUQUE FEDERICO
¿Cómo estás, Carlos?
LE BEAU
No puede hablar, señor.
DUQUE FEDERICO
Sacadle de aquí.
[Se llevan a CARLOS.]
¿Cómo te llamas, muchacho?
ORLANDO
Orlando, Alteza, el hijo menor
de don Roldán de Boys.
DUQUE FEDERICO
Ojalá fueras hijo de otro hombre.
Tu padre gozó de gran estima,
mas yo siempre vi en él un enemigo.
Tu hazaña más me habría satisfecho
si tú procedieras de otra casa.
Mas queda con Dios; eres un joven gallardo…
Ojalá hubieras nombrado a otro padre.
Sale el DUQUE [con LE BEAU, PARRAGÓN, nobles y acompañamiento].
CELIA
En el lugar de mi padre, prima,
¿habría hecho yo esto?
ORLANDO
Más orgullo siento ahora de ser hijo
de don Roldán, el menor, y de nombre no voy
a cambiar, aunque el duque me haga su heredero.
ROSALINA
Mi padre quería a don Roldán más que a su alma,
y todos compartían su sentir.
Si sé que este joven era hijo suyo,
a mi súplica le añado mis lágrimas
antes de que corra un riesgo así.
CELIA
Démosle las gracias noble prima,
y confortémoslo. Me duele en el alma
la aspereza y desafecto de mi padre.—
Señor, merecéis todo elogio. Si cumplís
vuestras promesas de amor igual que ahora
habéis rebasado con creces la promesa,
haréis dichosa a vuestra amada.
ROSALINA [quitándose del cuello una cadena]
Señor, llevad esto por mí, esta huérfana
de la Fortuna, que más daría
si en la mano más tuviera.— ¿Vamos, prima?
CELIA
Sí.— Quedad con Dios, noble caballero.
ORLANDO
¿No puedo decir «gracias»? Derriban
lo mejor de mí, y lo que sigue en pie
es solo un estafermo, un bulto sin vida.
ROSALINA
Nos llama. Mi orgullo cayó con mi suerte:
voy a preguntarle lo que quiere.— ¿Llamabais?
Señor, habéis luchado bien y no solo
al adversario habéis rendido.
CELIA
¿Vamos, prima?
ROSALINA
Ya voy.— Quedad con Dios.
Sale [con CELIA].
ORLANDO
¿Qué emoción me oprime la lengua?
No puedo hablarle, y ella quería conversar.
Entra LE BEAU.
¡Ah, pobre Orlando, te han derribado!
Si no Carlos, algo más débil te domina.
LE BEAU
Mi buen señor, por mi amistad os aconsejo
que salgáis de este lugar. Aunque habéis recibido
alabanzas, aplausos y cariño,
el ánimo del duque es ahora tal
que tergiversa todo cuanto hicisteis.
El duque cambia. Lo que le ocurre conviene
que vos lo imaginéis, no que yo lo diga.
ORLANDO
Os lo agradezco, señor. Servíos decirme
cuál de las dos que estaban en la lucha
era la hija del duque.
LE BEAU
Ninguna, si juzgamos su conducta,
aunque, en realidad, la hija es la más alta[7].
La otra es la hija del duque desterrado,
y aquí la ha retenido el duque usurpador
para hacerle compañía a su hija,
pues se quieren mucho más que dos hermanas.
Mas os diré que el duque últimamente
está molesto con su noble sobrina,
y la única razón en que se funda
es que la gente alaba sus virtudes
y la compadece por la suerte de su padre;
y, por mi vida, que su mala voluntad
se va a manifestar muy pronto. Señor, adiós.
Algún día, cuando vengan tiempos mejores
procuraré vuestro afecto y amistad.
ORLANDO
Os quedo muy agradecido. Adiós.
[Sale LE BEAU].
Huyo del relámpago y doy en el rayo:
de un duque cruel a un cruel hermano.
Mas, ¡celestial Rosalina!
Sale.