Entran ORLANDO y ADÁN.
ORLANDO
Recuerdo muy bien, Adán, que a mí me legó nada más que mil coronas y, como dices, al bendecir a mi hermano le encargó que me educase bien. Y ahí empiezan mis penas: envía a la universidad a mi hermano Jaime[2], y es muy elogiado su aprovechamiento; pero a mí me tiene en la casa a lo rústico, o, mejor dicho, me retiene aquí sin educar. Pues, ¿llamas educar a un caballero a lo que no se distingue de guardar un buey en el establo? Sus caballos están mejor cuidados, pues, además de que les luce el pienso, los adiestran, y el adiestramiento lo pagan muy bien. Pero yo, su hermano, con él sólo me gano el crecimiento, lo cual también le deben los animales de sus estercoleros. Además de esta nada que él me da en abundancia, su actitud parece que me quita lo que me dio la naturaleza. Me hace comer con los sirvientes, me niega el lugar de un hermano y, no educándome, pretende anular mi condición. Esto, Adán, es lo que me aflige, y el alma de mi padre, que creo que vive en mí, empieza a sublevarse contra esta esclavitud. No lo soporto más, aunque no sé la manera de evitarlo.
Entra OLIVER.
ADÁN
Ahí viene el amo, vuestro hermano.
ORLANDO
Adán, ponte a un lado y verás cómo me ofende.
OLIVER
Tú, ¿qué haces aquí?
ORLANDO
Nada: no me enseñan a hacer nada.
OLIVER
Entonces, ¿qué deshaces?
ORLANDO
Pues con la inacción te estoy ayudando a deshacer lo que hizo Dios, a este pobre hermano tuyo.
OLIVER
Pues ocúpate mejor y ¡fuera de aquí!
ORLANDO
¿Quieres que guarde tus cerdos y coma algarrobas con ellos? ¿Tan pródigo he sido para haber llegado a esta miseria?
OLIVER
¿Tú sabes dónde estás?
ORLANDO
Perfectamente: aquí, en tu huerto.
OLIVER
¿Y sabes ante quién?
ORLANDO
Sí, mejor que el que tengo delante sabe quién soy yo. Sé que eres mi hermano mayor y que debías reconocerme el primogénito, pero esa misma tradición no me roba mi sangre, así hubiera veinte hermanos entre tú y yo. De nuestro padre tengo tanto como tú, aunque admito que, al precederme, tú te acercas más a su nobleza[3].
OLIVER [amenazándole]
¡Mocoso!
ORLANDO [agarrándole del cuello]
Vamos, hermano mayor, que en esto eres un niño.
OLIVER
¿Me pones las manos encima, villano?
ORLANDO
No soy un villano. Soy el hijo menor de don Roldán de Boys. Él fue mi padre, y tres veces villano quien diga que tal padre engendró villanos. Si no fueras mi hermano, no soltaría esta mano de tu garganta hasta que esta otra te hubiera arrancado la lengua por decirlo. Te injurias a ti mismo.
ADÁN
Calmaos, queridos amos. Haya paz, por la memoria de vuestro padre.
OLIVER
¡Suéltame ya!
ORLANDO
Cuando me plazca. Y ahora óyeme. Nuestro padre dispuso en su testamento que me dieras buena crianza, y tú me adiestras como a un rústico, ocultándome los modos de todo caballero. En mí se robustece el alma de nuestro padre, y no lo soporto más. Así que concédeme la ocupación adecuada a un caballero o entrégame la triste parte que nuestro padre me dejó en testamento para que yo disponga mi suerte.
OLIVER
Y luego, ¿qué harás? ¿Mendigar cuando la hayas gastado? Muy bien, entra. De ti ya no me ocuparé; tendrás la parte que quieres. Te lo ruego, déjame.
ORLANDO
No te molestaré con nada ajeno a mi derecho.
OLIVER
Y tú vete con él, viejo perro.
ADÁN
¿Me pagáis con «viejo perro»? Gran verdad: me he quedado sin dientes sirviéndoos. Dios bendiga al antiguo amo: él no habría dicho esas palabras.
Salen ORLANDO y ADÁN.
OLIVER
Conque sí, ¿eh? ¿Empezando a propasarte? Yo curaré tu insolencia y no te daré las mil coronas. ¡Eh, Dionís!
Entra DIONÍS.
DIONÍS
¿Llamabais, señor?
OLIVER
¿No ha venido a verme Carlos, el luchador del duque?
DIONÍS
Si os complace, espera a la puerta y solicita que le recibáis.
OLIVER
Que pase.
[Sale DIONÍS.]
Será un buen medio; y mañana es la lucha.
Entra CARLOS.
CARLOS
Buenos días tenga Vuestra Señoría.
OLIVER
Mi buen señor Carlos, ¿qué nuevas hay en la nueva corte?
CARLOS
En la corte no hay más nuevas que las viejas: que el viejo duque está desterrado por su hermano menor el nuevo duque, y que le acompañan en destierro voluntario tres o cuatro nobles adeptos suyos, cuyos predios y rentas enriquecen al nuevo duque. Por eso les dio plena libertad para marchar.
OLIVER
¿Sabes si Rosalina, la hija del duque, está desterrada con su padre?
CARLOS
No, porque la quiere tanto su prima, la hija del duque, pues desde la cuna se criaron juntas, que, o la sigue al destierro o se muere al quedarse sola. Está en la corte, y su tío no la quiere menos que a su hija. Jamás se vio tanto cariño entre dos damas.
OLIVER
¿Y dónde vivirá el antiguo duque?
CARLOS
Dicen que ya está en el Bosque de Arden, con muchos seguidores, y allá viven igual que aquel Robin Hood de Inglaterra. Y dicen que día tras día se unen a él multitud de jóvenes, y todos pasan el tiempo sin preocupaciones, como en la Edad de Oro[4].
OLIVER
Oye, tú luchas mañana ante el nuevo duque.
CARLOS
Vaya que sí, señor, y venía a informaros de algo. Me han dado a entender en secreto que vuestro hermano menor, Orlando, piensa presentarse disfrazado para luchar contra mí. Señor, mañana defiendo mi fama, y el que salga sin un hueso roto podrá hablar de suerte. Vuestro hermano es un muchacho bisoño, y por vos no quisiera tumbarle, como mi honor exigirá si se presenta. Así que, por la estima que os profeso, he venido a avisaros para que le apartéis de su propósito o aceptéis el perjuicio que le espera, pues se lo habrá buscado él mismo y contra mi voluntad.
OLIVER
Carlos, te agradezco tu estima, a la que corresponderé como es debido. Yo ya tenía noticia de la intención de mi hermano, y discretamente me he esforzado en disuadirle; pero él sigue firme. Has de saber, Carlos, que es el muchacho más terco de Francia; un ambicioso, un envidioso de los méritos ajenos, que intriga vilmente contra mí, su legítimo hermano. Así que decide tú: tanto me da que le rompas el cuello como el dedo. Y lleva cuidado, porque si le causas algún daño leve o él no se encumbra a tu costa, atentará contra ti con veneno, te atrapará con alguna artimaña y no te dejará hasta quitarte la vida con uno u otro subterfugio. Pues te aseguro (y lo digo casi con lágrimas) que no hay nadie en el mundo que sea tan joven e infame. Hablo de él como hermano, pero, si te lo revelase por extenso, lloraría de vergüenza y tú te pondrías pálido de asombro.
CARLOS
Me alegra mucho haber venido. Si mañana se presenta, tendrá lo que merece: si no sale cojo, en la vida vuelvo a luchar. Dios guarde a Vuestra Señoría.
Sale.
OLIVER
Adiós, querido Carlos.— Y ahora, a incitar a nuestro atleta. Espero presenciar su fin, pues mi alma (y no sé por qué) le odia más que nada. Pero es caballeroso; sin escuela, aunque instruido; de noble pensamiento, hechiza a todo el mundo; y tanto le quiere la gente, sobre todo la mía, que es quien mejor le conoce, que yo me veo menospreciado. No será por mucho: el luchador lo arreglará. Solo resta enardecer al muchacho, que es lo que ahora me propongo.
Sale.