ACTO QUINTO

ESCENA I

Entran LORENZO y YÉSICA.

LORENZO

¡Cómo brilla la luna! En noche como esta,

en que un aire suave besaba los árboles

y los dejaba en silencio, en noche así

subió Troilo a los muros de Troya, y el alma

se le iba en suspiros a las tiendas griegas,

donde Crésida dormía aquella noche[53].

YÉSICA

En noche así, Tisbe pisaba medrosa

el rocío, cuando, al ver la sombra del león,

huyó asustada.

LORENZO

En noche así, con el sauce en la mano

estaba Dido a la orilla de la mar bravía

rogando a su amor que volviese a Cartago.

YÉSICA

En noche así, Medea cogió las mágicas hierbas

que reavivaron al viejo Esón.

LORENZO

En noche así, Yésica huyó del rico judío

y con su pródigo amor escapó de Venecia

hasta Bélmont.

YÉSICA

En noche así, el joven Lorenzo juró

que la quería, robándole el alma

con promesas de amor, y ninguna sincera.

LORENZO

En noche así, la linda Yésica

calumnió a su amado como una viborilla,

pero él la perdonó.

YÉSICA

Te ganaría en noches si nadie viniera,

pero, escucha: oigo los pasos de un hombre.

Entra [ESTEBAN,] un mensajero.

LORENZO

¿Quién viene tan deprisa en el silencio de la noche?

ESTEBAN

Un amigo.

LORENZO

¿Un amigo? ¿Qué amigo? ¿Cómo te llamas, amigo?

ESTEBAN

Me llamo Esteban y vengo a deciros

que mi ama estará en Bélmont

antes del amanecer. Se va parando

en las cruces del camino y de rodillas

implora un feliz matrimonio.

LORENZO

¿Quién viene con ella?

ESTEBAN

Solo un santo ermitaño y la dama.

Decidme, ¿ha vuelto mi amo?

LORENZO

No, ni sabemos nada de él.

Pero entremos, Yésica, y preparemos

alguna solemne bienvenida

para la dueña de la casa.

Entra [LANZAROTE,] el gracioso.

LANZAROTE

LORENZO

LANZAROTE

LORENZO

LANZAROTE

LORENZO

LANZAROTE

[Sale.]

LORENZO

Ven, vida mía, vamos a esperarlos dentro.

No, déjalo. ¿Para qué vamos a entrar?

Amigo Esteban, entra en la casa

a anunciar que tu amo ya se acerca

y di a los músicos que salgan.

[Sale ESTEBAN.]

¡Qué apacible reposa la luna en esta loma!

Sentémonos aquí, y que la música

nos acaricie los oídos. La calma suave

y la noche convienen a las dulces melodías.

Siéntate, Yésica. Mira cómo está engastado

el firmamento de claras patenas de oro.

En su giro, la más pequeña esfera

canta como un ángel, uniéndose a las voces

de tantos querubines de ojos vivos.

Así es la armonía del alma inmortal,

pero envuelta en esta caduca

vestidura de barro no la oímos[54].

[Entran los músicos.]

Venid. Despertad a Diana con un himno.

Con vuestros dulces acordes llegad

al oído del ama y atraedla con música.

Suena la música.

YÉSICA

Nunca estoy alegre oyendo una música dulce.

LORENZO

Porque tienes ocupados los sentidos.

Observa un rebaño indómito y salvaje

o una manada de potros aún sin desbravar,

saltando locamente, bufando y relinchando,

como es propio de la sangre que les bulle.

Si oyen un toque de trompeta

o llega a sus oídos una melodía,

verás cómo todos se paran al instante

y se aquieta su briosa mirada

con el grato poder de la música.

Por eso fingió el poeta que Orfeo

movía los árboles, las piedras y los ríos[55].

Pues nada hay tan robusto, duro ni violento

que no cambie por efecto de la música.

El hombre sin música en el alma,

insensible a la armonía de dulces sonidos,

solo sirve para intrigas, traiciones y rapiñas.

Sus impulsos son más turbios que la noche

y sus propósitos, más oscuros que el Erebo[56].

No te fíes de ese hombre. Escucha la música.

Entran PORCIA y NERISA.

PORCIA

Esa luz que vemos arde en mi casa.

¡Qué lejos llegan los rayos de esa vela!

Así brilla la buena acción en un mundo cruel.

NERISA

Cuando brillaba la luna no veíamos la vela.

PORCIA

El brillo mayor oscurece al menor.

El emisario luce tanto como el rey

mientras el rey no se acerca, y entonces

se vacía su grandeza como un riachuelo

en el mar. Escucha. ¡Música!

NERISA

Señora, son los músicos de vuestra casa.

PORCIA

Veo que no hay nada bueno por sí solo:

los sonidos parecen más gratos que de día.

NERISA

Señora, el silencio les confiere esa virtud.

PORCIA

Cuando cantan solos, tan grato es el canto

del cuervo como el de la alondra, y creo

que si el ruiseñor cantase de día

cuando graznan las ocas, no diríamos

que es más armonioso que el jilguero.

¡Cuántas cosas deben al momento propicio

su justa alabanza y completa perfección!

¡Silencio! Con Endimión duerme la luna[57]

y no desea que la despierten.

Cesa la música.

LORENZO

Mucho me equivoco o esa es

la voz de Porcia.

PORCIA

Me conoce como el ciego al cuco:

por la mala voz.

LORENZO

¡Querida señora, bienvenida!

PORCIA

Hemos rezado por el bien de nuestros maridos

y esperamos que se cumplan las plegarias.

¿Han vuelto ya?

LORENZO

Aún no, señora. Pero ha venido un mensajero

anunciando su llegada.

PORCIA

Entra, Nerisa. Ordena a los criados

que no mencionen para nada nuestra ausencia.

Tampoco vos, Lorenzo; ni vos, Yésica.

Toque de trompeta.

LORENZO

Se acerca vuestro esposo: oigo su trompeta.

No somos delatores, señora. No temáis.

PORCIA

La noche parece un día apagado;

está algo más pálida. Es como el día,

un día en que el sol se ha escondido.

Entran BASANIO, ANTONIO, GRACIANO y acompañamiento.

BASANIO

Tendremos el día, como en las antípodas,

si quieres salir en ausencia del sol.

PORCIA

Quisiera lucir, mas no demasiado:

la que todo lo luce ofusca al marido,

y eso no lo quiero para el mío…

Pero, Dios disponga. Sé bienvenido, mi señor.

BASANIO

Gracias, señora. Acoge a mi amigo:

este es Antonio, el hombre

con quien tanto estoy en deuda.

PORCIA

Y debes estarlo plenamente, pues creo

que él se endeudó mucho por ti.

ANTONIO

Nada de que no me haya librado.

PORCIA

Señor, sois muy bienvenido a nuestra casa.

Se verá en algo más que en las palabras,

así que voy a ahorraros ceremonias.

GRACIANO [a NERISA]

¡Por esa luna, te juro que me ofendes!

Es verdad que se lo di al escribiente.

Que lo castren y quedo satisfecho,

ya que tú te lo tomas tan a pecho.

PORCIA

¡Riñendo tan pronto! ¿Qué pasa?

GRACIANO

Es la sortija de oro, un mísero anillo

que me regaló, con un lema igual

que un verso en la hoja de un cuchillo:

«Ámame y no me dejes».

NERISA

¿Por qué hablas del lema o el valor?

Cuando te lo di, me juraste

llevarlo hasta la hora de la muerte

y de él no separarte ni en la tumba.

Si no por mí, por tu ferviente juramento

debiste poner más cuidado en conservarlo.

¡Dárselo a un escribiente! Bien sabe Dios

que a ese escribiente jamás le saldrá barba.

GRACIANO

Le saldrá cuando se haga un hombre.

NERISA

Sí, cuando una mujer se haga hombre.

GRACIANO

Palabra de honor que se lo di a un joven;

un muchacho, más bien menudo,

no más alto que tú; el escribiente del juez,

un mocito parlanchín que lo pidió en recompensa.

No tuve corazón para negárselo.

PORCIA

Para ser sincera, has hecho mal

en dar el primer regalo de tu esposa

con tanta ligereza. En tu dedo lo pusiste

con ese juramento y en tu carne se clavó

con tus promesas. A mi amor le di un anillo

haciéndole jurar que siempre lo conservaría.

Aquí está él, y por él puedo jurar que a nadie

lo dará, ni del dedo se lo arrancará

por todas las riquezas de este mundo.

La verdad, Graciano, que has apenado cruelmente

a tu esposa. A mí me habría enfurecido.

BASANIO [aparte]

Más me valdría cortarme la mano izquierda

y jurar que perdí el anillo defendiéndolo.

GRACIANO

El noble Basanio le dio el anillo

al juez que lo pidió y que bien lo merecía;

entonces su joven escribiente,

que tanto se afanó con los escritos,

quiso el mío, y ni amo ni ayudante

querían nada más que los anillos.

PORCIA

¿Qué anillo le diste, mi señor?

Espero que no fuese el que te di.

BASANIO

Si a la falta pudiera añadir una mentira,

lo negaría; pero ya ves que mi dedo

no lleva el anillo: no lo tengo.

PORCIA

Ni tiene fidelidad tu corazón.

Por el cielo, que contigo no iré al lecho

hasta que vea el anillo.

NERISA

Ni yo contigo hasta que vea el mío.

BASANIO

Querida Porcia,

si supieras a quién di el anillo,

si supieras por quién di el anillo

y entendieras por qué di el anillo

y de qué mala gana me quité el anillo

cuando solo me aceptaban el anillo,

el rigor de tu enojo cedería.

PORCIA

Si tú hubieras sabido la importancia del anillo,

o la mitad del valor de quien te dio el anillo,

o tu propio deber de conservar el anillo,

no te habrías desprendido del anillo.

Si hubieras querido defenderlo con tesón,

¿quién habría sido tan poco razonable

y descortés que se empeñara

en que le dieses algo tan sagrado?

Nerisa me ha enseñado la verdad:

muera yo si el anillo no lo tiene una mujer.

BASANIO

Señora, por mi honor y por mi alma

que no lo di a mujer, sino a un doctor en leyes

que no quiso los tres mil ducados

y pidió el anillo. Yo se lo negué

y permití que ofendido se alejase

quien salvó la vida de mi amigo.

¿Qué quieres que diga, mi señora?

Me sentí obligado a enviárselo,

sonrojado por mi descortesía.

No iba yo a empañar mi honor

con tamaña ingratitud. Perdóname, señora,

mas, por las santas luminarias de la noche,

que, si allí hubieras estado, me habrías pedido

el anillo para dárselo al doctor.

PORCIA

Que ese doctor no se acerque a mi casa:

ya que tiene la joya que yo amaba

y que tú juraste conservar,

seré tan dadivosa como tú.

No pienso negarle nada que sea mío,

ni mi cuerpo, ni el lecho de mi esposo.

Voy a conocerle, de ello estoy segura.

No duermas ni una noche fuera de casa.

Vigila como Argos[58]. Si no lo haces

y yo quedo sola, por mi honra (que aún es mía)

que yo dormiré con el doctor.

NERISA

Y yo con su escribiente, conque atento

si dejas que me cuide de mí misma.

GRACIANO

Pues, muy bien. Pero, que no me lo encuentre,

o le corto la pluma al escribiente.

ANTONIO

Yo soy la triste causa de estas riñas.

PORCIA

No os apenéis. Sois bienvenido pese a todo.

BASANIO

Porcia, perdóname un agravio tan forzado.

En presencia de todos mis amigos,

te juro por tus bellos ojos,

en los cuales veo mi reflejo…

PORCIA

¿Habéis oído? Se ve doble en mis ojos:

uno en cada ojo. Pues jura con doblez

y serás digno de crédito.

BASANIO

¡Escúchame! Perdóname y te juro

que ya nunca faltaré a mis juramentos.

ANTONIO

He prestado mi cuerpo por su bien

y habría acabado mal de no haber sido

por quien se fue con vuestro anillo.

Me comprometo una vez más bajo fianza

de mi alma a que conscientemente

vuestro esposo ya nunca faltará a su palabra.

PORCIA

Seréis su garantía. Dadle este anillo

y pedidle que lo cuide mejor que el otro.

ANTONIO

Toma, Basanio. Jura que lo conservarás.

BASANIO

¡Por el cielo! ¡Pero si es el que le di al doctor!

PORCIA

Él me lo dio. Perdóname, Basanio:

por recobrarlo tuve que dormir con el doctor.

NERISA

Y perdóname tú, gentil Graciano,

pues anoche, a cambio de este, durmió

conmigo ese mocito, el escribiente del doctor.

GRACIANO

Pero, ¡bueno! Esto es como arreglar caminos

en verano, cuando están en buen estado.

¿Así que cornudos antes de merecerlo?

PORCIA

No seas tan basto.— Estáis desconcertados.

Tomad esta carta, leedla sin prisas.

Viene de Padua, de parte de Belario.

Por ella sabréis que Porcia era el doctor

y Nerisa el escribiente. Lorenzo es testigo

de que salí al tiempo que vosotros

y que acabo de volver. En mi casa

aún no he entrado. Antonio, bienvenido:

la noticia que os reservo es mejor

de lo esperado. Abrid esta carta:

os dirá que tres de vuestros galeones

han llegado a puerto de improviso

con su rico cargamento. Mas no

queráis saber qué insólito accidente

puso en mis manos esta carta.

ANTONIO

Estoy sin habla.

BASANIO

¿Eras el doctor y no te conocí?

GRACIANO

¿Y tú el escribiente que va a ponerme cuernos?

NERISA

Sí, pero que no tiene esa intención,

a no ser que se haga hombre.

BASANIO

Querido doctor, dormirás conmigo.

Si estoy ausente, duerme con mi esposa.

ANTONIO

Querida señora, me dais vida y fortuna,

pues la carta asegura que mis barcos

llegaron a buen puerto.

PORCIA

Y ahora, Lorenzo: mi escribiente

os trae también un buen consuelo.

NERISA

Sí, y se lo doy sin honorarios.—

Lorenzo y Yésica, aquí tenéis,

de parte del rico judío, un acta especial

por la que os dona sus bienes cuando muera.

LORENZO

Mis bellas señoras, echáis maná

delante del hambriento.

PORCIA

Es casi de día, y estoy segura

de que aún no entendéis lo sucedido.

Vamos a entrar, y allí podréis

interrogarnos: todas las preguntas

tendrán cumplida respuesta.

GRACIANO

Muy bien, pues lo primero que Nerisa

habrá de responderme es si prefiere

seguir hasta la noche de mañana

o acostarse a una hora tan temprana;

que, si es de día, estaré muy impaciente

por dormir con el joven escribiente.

Y desde hoy jamás tomaré a risa

guardar bien el anillo de Nerisa[59].

Salen.