Bárbara Miranda sale al patio caminando con dificultad, no en vano va encadenada de manos y pies. Tres hombres la rodean, a cierta distancia, sin dejar de apuntarle con sus escopetas. Cuando llega al coche de caballos, la ayudan a subir. Un herrero, que ha preparado un dispositivo especial a tal efecto, la sujeta con candados a dos postigos de acero que cruzan el interior del habitáculo. Al instante, dos guardias civiles suben con ella al carruaje. Cuatro agentes de la Benemérita a caballo rodean el coche y un segundo carruaje con cuatro inspectores de policía armados con escopetas completan la escolta.
El Ministerio de la Gobernación se ha tomado muy en serio el asunto.
La comitiva sale de la Cárcel Modelo y sigue hasta alcanzar el camino de Santa María de Xaranco. Una vez allí, giran hacia Oviedo cruzando la vía del ferrocarril para adentrarse en la amplia calle Uría despertando la curiosidad de los viandantes, que nunca han visto nada como aquello. El convoy pasa junto al Campo de San Francisco y ataca la calle Fruela. El gentío que comienza a agolparse para ver el traslado de la asesina comienza a ser considerable. Muchos insultan a la prisionera pero no saben en qué coche va, de manera que aunque algunos toman piedras del suelo no se atreven a lanzarlas.
Cuando llegan a la calle de la Magdalena, los miembros de la comitiva siguen hacia la Puerta Nueva Baja hasta alcanzar la carretera de Castilla donde avivan el paso. Tienen por delante un largo viaje hasta Madrid. En los pescantes de ambos coches hay dos policías armados con sendas escopetas, no debe haber problemas.
Cuando la ciudad queda atrás y no es más que una pintoresca postal en mitad de aquel paisaje verde y frondoso por las profusas lluvias, pasan junto a una arboleda. Nadie se percata de que en la umbría aguarda una quincena de hombres a caballo. Visten como los bandidos que se echan al monte; cuero, polainas y algunos pañuelos envuelven sus cabezas. Uno de ellos, que parece el jefe, dice por lo bajo:
—Aguardad un poco, no hay prisa. Ahora, más adelante.
Murcia, 28 de agosto de 2012