Corredor de la quinta de Verónica. Cuadros en las paredes. Se llega por una escalera algo imprevista, ya que no está donde se supone que debe estar una escalera. Al fondo, gran ventana; relámpagos. Lejano ruido de fiesta. Entran, del brazo, el astrólogo y Esteban.
ÉL:
Y ahora, ¿cómo sigue? ¿Tengo que mostrarte a Helena de Troya, a París, al dormidito en su frasco?, ¿rompen a cantar los insectos del parque?, ¿bajamos a buscar a las Madres, esas diosas fatídicas?
ESTEBAN:
No seas imbécil.
ÉL:
(Suspirando). Tengo la desgracia de que todos ustedes me insultan. En eso me parezco a Shylock. Y ahora que lo pienso, Shakespeare, no Marlowe sino Shakespeare debería haber escrito el Fausto. Y todos los que vinieron atrás se habrían dejado de joder conmigo. Con el respeto debido a éste, aquél y al de más allá. ¿Conversábamos de qué?, como dice tu otro custodio.
ESTEBAN:
De mí, de lo que significa todo esto. Estoy borracho, o realmente…
ÉL:
Más o menos realmente. Pero no empecemos otra vez; todo esto ya lo discutimos en el ómnibus.
ESTEBAN:
Entonces es cierto.
ÉL:
Sí y no. Es un poco complicado para un logos argentino, al menos por ahora. Se dice que mi idioma materno es el alemán y mi segunda lengua es el inglés. Esa gente gutural, ya se sabe, puede hacer con toda naturalidad que una cosa sea y no sea, acordate de Berkeley y de Kant. Ustedes, los de origen románico e hispánico, tienen la manía de lo absoluto.
ESTEBAN:
(Irónico). En el ómnibus no decían ustedes sino nosotros. ¿En qué quedamos?
ÉL:
La nacionalización de lo demoníaco, pichón, es tu asunto, no el del paisano aquí presente. Yo he venido a embarullar, corromper e inducir, también podríamos llamarlo seducir. Te voy a dar una pista. Si yo fuera Esteban ya me estaría contestando que el idioma del diablo no es ni remotamente germánico o sajón. Es griego y latino. Una alocada y terrible traducción de un verso fenicio. ¡Oh tú, estrella de la mañana! y todo el chorro que sigue: ahí empezó esta historia que, en progresión decreciente, ha venido a parar al Cerro de las Rosas. Y espiritualmente la única lengua del todo apropiada al caso que nos ocupa es el venerable, simétrico, monumental y angélico latín de la Vulgata. O lo que es lo mismo, la lengua madre del diablo es católica y protocastellana. Todo eso argumentaría yo si fuera vos, y lo engalanaría con unos cuantos proverbios y coplas criollas. Pero veo que no te podes tener ni parado, cuantimenos polemizar.
ESTEBAN:
Independientemente de mí, no te concedo ninguna existencia. Por lo tanto, todo lo que digas lo digo yo. Lo que ahora necesito saber es otra cosa.
ÉL:
¿Y a quién vas a preguntárselo?
ESTEBAN:
A vos.
ÉL:
Pero si somos uno solo y el mismo yo no hace ninguna falta en este corredor. Mejor me voy con Custodio. (No se mueve).
ESTEBAN:
La naturaleza del castigo. Eso quiero conocer.
ÉL:
No sé si entendí bien.
ESTEBAN:
El castigo, animal. Cuál es el castigo.
ÉL:
La palabra es infierno, ¿o me equivoco? La palabra es Gehenna, Orco, Tártaro. Hablamos del embudo bajo la ciudad de Jerusalén, de la gruta de Cumas. Hablamos de ayes, parrillas, fuego frío, caca, círculos, bolsones de maldad, resbalosas cornisas. En suma, decimos infierno. ¿Lo decirnos?
ESTEBAN:
Lo decimos.
ÉL:
En cuanto a esa lamentable pregunta, debo contestar que estoy desilusionado y entristecido.
ESTEBAN:
No entiendo.
ÉL:
(Casi gritando). Que estoy decepcionado.
ESTEBAN:
Dije que no entiendo, no que no oigo.
ÉL:
Entendés. Si yo no soy más que sombra de tu propio pensamiento, un eco en un pasillo, si soy un poquito de tu locura puesto misteriosamente en el espacio, un idola theatri, si no existo, en suma, no te queda otro remedio que entender. Claro que si las cosas son de otra manera, antes de continuar esta conversación deberás aceptar mi existencia, y aceptar no sólo que soy sino que, además, estoy. Matiz muy español. No hablamos ni alemán ni inglés. Ser y además estar son nociones muy claras, aceptado lo cual, y no hace falta que intervengas, aceptado lo cual te digo que el motivo de mi decepción es que has perdido la gran oportunidad de tu vida. Pudiste ser arrogante, pudiste tener hybris, no preguntar nada. Nadie, ninguno de tus ilustres antecesores, dejó de pasar por esto.
ESTEBAN:
¿¿¿¿Por????
ÉL:
Por la pregunta, cabeza de chorlito. Qué manga de catequistas cretinos y literatos. Cuánto miedo y cuánto convencionalismo. Es lo que no le perdono al viejo Mann, esa payasada del fuego frío y los gemidos. Claro que él era un clásico y debía preservar la tradición; eso es lo peligroso de ser un clásico. (Pausa). No hay castigo.
ESTEBAN:
¿Cómo?
ÉL:
No hay Castigo Eterno. No parrillas. No fuego helado.
ESTEBAN:
Entonces…
ÉL:
Entonces un corno. No hay castigo en el sentido tradicional, en el ominoso y elocuente sentido dantesco, ni, para ser precisos, en el oxidado sentido occidental cristiano. ¿Cómo puedo explicártelo? Hay un karma, una infalible y fría ley de las retribuciones. Sus operaciones son interiores, secretas y decisivas.
ESTEBAN:
Lo que la abuela llamaba remordimiento, subproducto de la conciencia moral. Algo así como la justicia inmanente.
ÉL:
Algo así como la Justicia Poética, hijito querido, sólo que atroz. Pero, antes de que me enoje, vamos a precisar los términos. Nada de moral ni de justicia. Sabrás que soy filólogo y lingüista; sabrás que, en cierto modo, mi entera existencia depende de una debatida cuestión semántica, aquello del astro matutino o estrella rutilante, Lucifer, hijo de la aurora, desmoronado por el suelo a causa de su soberbia. Soy, aunque autodidacta, una autoridad en materia de palabras. Así que nada de moral ni de justicia, inmanente o no. La moral es un basurero donde todos los decaídos, malformados, incumplidos y pestilentes excretan la mala digestión de su conciencia para que las Personas de Bien vayan y coman. Y la justicia es una mascarita inconstante, inconsistente, errabunda, caprichosa, olvidadiza, evasiva, más bien putilla, y limitada humanamente por la muerte. Karma es horrenda como una Mantis Religiosa platónica, enorme e inevitable como la fatalidad; impasible, infalible e incorruptible…
ESTEBAN:
Como Dios.
ÉL:
Como tu abuela. Y te hago notar que si persistís en esa maníaca tendencia a la teología escolástica te abandono para siempre en este pasillo. La condenación, ahijadito querido, el Infierno, el castigo, está en vos. Como el man; en la vaina, como el whisky en esa botella. Como la perla en la ostra desdichada y luminosa que por azar engendró una perla y debe pagar por ella con la vida. Karma es in potentia; está latente y al acecho, como tu alcoholismo de los próximos trece años, para expresarlo de manera profética e inexplicable, según se mire. El Infierno está en Esteban como Esteban ya está en el Infierno. Es Esteban. Pero ¿cómo decirlo sin confundirte o alarmarte? Sobre todo es más que Esteban. Con tu permiso. (Saca un librito del bolsillo del gabán, se cala unos lentes redondos, busca parsimoniosamente una página. Está apoyado, con las piernas cruzadas, en una baranda de madera que, por alguna razón, da a la sala de la fiesta. Esteban comprueba, sin ningún asombro, que el astrólogo no sólo está apoyado en esta baranda sino también allá abajo, discutiendo animadamente con el padre Cherubini. No se ve por ninguna parte a Graciela, tampoco al adolescente de mirada sombría). ¿Me viste allá? Diabolus ubique, pero no te me distraigas con el mundo fenoménico, estamos en el ombligo mismo de la cosa-en-sí. Sobre todo, decíamos, Karma es más que Esteban. (Hojeando el librito). Esteban es pequeño, envalentonado y efímero; ella es grande, imperturbable y eterna.
ESTEBAN:
Por favor, no digamos disparates. Hace unos minutos no había castigo eterno, ni siquiera había eternidad.
ÉL:
No en el sentido tradicional, pierrot. No como en el catecismo o en el inmueble de Parménides. Ni tampoco como en la espeluznante calesita de nuestro tremendo bigotudo de Sils María. Ni como en los ciclos brahamánicos ni, para resumir, de ninguna manera que hayas oído hasta conocerme a mí. Karma es eterna porque el hombre es eterno mientras vive. Eterno como la Efímera, volátil que te preocupa tanto. Como el nadita aquella de la isla de Poe: la que se extinguía y daba vueltas y vueltas en un atardecer liliputiense. Como cualquier cosa microcósmica o titánica que tenga conciencia de que existe. ¿No te das cuenta? Basta negar la vida después de la muerte para ser eterno. Lo único que hay es la plena certidumbre de existir ahora y aquí, con ese cuerpo y con esa memoria. Y ahora es siempre. Fue ayer y será mañana, suponiendo que mañana amanezca. Hasta en la agonía se tiene conciencia de estar vivo, hasta en el momento de tragarse el raticida. Nadie siente su muerte, como nadie sabe que duerme. Sabemos que hemos dormido porque recordamos los sueños o las vueltas que dimos en la cama; vale decir, porque nos despertamos. Morir del todo y para siempre, sin conciencia de haber sido algo, es lo mismo que ser eterno. Es ser eterno ahora.
ESTEBAN:
No estoy seguro de experimentar una gran consolación. La perspectiva tradicional me hacía sentir mejor.
ÉL:
¿Las arpas? ¿La contemplación cara a cara? ¿El videmus nunc per speculum et in aenigmate? No descartamos la posibilidad. Sólo que, como diría Custodio, rari nantes in gurgite vasto, ya estamos embarcados en otra secuencia de la fatalidad y no hay tu tía. ¿O tal vez debo recordarte que tu pregunta era sobre la naturaleza del Infierno?
ESTEBAN:
Que, planteado así, ha vuelto a ser eterno.
ÉL:
(Ecuánime). Planteado así, sí. Y planteado a la manera antigua, también. Sólo que, a la manera antigua, admitía el cielo. Bastaba arrepentirse, y a soplar la cornamusa. Karma paga y cobra sus cuentas aquí abajo, y no hay arrepentimiento que valga. Nada perdona y nada se le escapa. Ni una veleidad, ni un abandono, ni un sueño culpable, ni una bufonada. Y de ningún modo te juzga desde tu ignorancia presente, sino desde el punto más alto de tu conciencia ética. Un ejemplo mínimo, ¿recordamos la alegría victoriosa de aquel cascotazo que dejó tullido a un inocente pajarito, allá en la edad dorada? ¿Fue un hondazo certero o un acto criminal? No hables, no te defiendas. Apechugue a lo varón, hijo de puta. El niño candoroso de excelente puntería sigue riendo en el pasado. Es inocente. Pero ¿cuánto duró la inocencia, la irresponsabilidad, la cristalina risa pueril? Lo que dura el perfume de un jazmín en la palma de la mano que lo corta, lo que dura un camote en el hocico de un chancho. Nada, menos que nada. Porque el niño, inmediatamente atacado de Karma, infernalizado para siempre, condenado al fuego eterno por asesino de pajaritos, supo que más le valiera no haber nacido. Soñó esa noche, tuvo fiebre. Sueña todavía. Tendrá pesadillas con ratas y verá aguavivas al borde de su cama, pero nada será peor que esa ala rota, que esa derrengada vida mínima.
ESTEBAN:
Lo maté. Lo maté inmediatamente para que no sufriera.
ÉL:
Lo mataste para no verlo sufrir, y lo mataste bien muerto, lo que echa alguna luz sobre tu idea de la misericordia. Casi lamento haber abolido lo de las parrillas y la caca. Y ahora bien, si un acto originariamente inocente o irresponsable es suficiente para habilitar un nuevo bolsón del Infierno, ¿cómo juzgará tu Karma otras relaciones menos excelentes, más adultas, absolutamente inmundas, perniciosas, inconfesables y del todo innobles? Ésa es, querido hijo mío, una parte de la naturaleza del castigo.
ESTEBAN:
¿Una parte?
ÉL:
Correcto. La porción correspondiente a lo que hemos llamado tu eternidad personal. Claro que hay más, siempre hay más, y por eso te pedí hace un momento que no confundieras esto con la justicia inmanente, ni con ninguna otra clase de justicia meramente humana, esas arrastraditas que operan sólo hasta el límite de la tumba. Porque a la hora de tu muerte, cuando la suma parezca consumada, Karma echará a reír con grandes risas, y entonces empezará a obrar de verdad, sólo que de otra manera.
ESTEBAN:
Pero eso es otra vez el Infierno más allá de la vida. Eso es lo mismo que la existencia del alma.
ÉL:
El whisky y el miedo te ponen místico, ¿lo notaste? No, matador de pajaritos, no, el alma no existe. O, para no ser taxativo, en este caso particular no hay, en tu alma, nada que pueda llamarse alma, puesto que Esteban no cree en ella. ¿O sí cree? Cree en un complicadísimo y sutil entretejido de luminarias, reacciones químicas, estructuras enrarecidas hasta poder ser llamadas espirituales, pero, como Sócrates el día de la cicuta, no se atreve a afirmar que eso lo sobreviva en el más allá. Lo que sí admite es cierto tipo de trascendencia, triunfando del Gusano Conquistador. Triunfando, claro, es un modo de hablar. Digamos, más bien, que existe un cierto tipo de trascendencia sobre la que nuestra Mantis Religiosa infernal, fría e inexorable, sigue operando. Una novela póstuma, verbi gratia. O una de esas viudas que dan conferencias en el Rotary. O, para que no imagines nada personal en la elección de los ejemplos, un hijo malandrín o justiciero. ¿Te has fijado en la cantidad de vástagos esfumadizos, imperceptibles, decididamente mongólicos o meramente rencorosos de sus padres que dan los grandes hombres?
Karma. O el malentendido que la posteridad urde y trama sobre la memoria y la obra de ciertos difuntos: Karma. Una fotografía dormida en un cajón, y en la foto el memorable finado con una niña o jovenzuela en una plazoleta equívoca: Karma. ¿Qué otra cosa sino el Infierno fue lo que se precipitó sobre papá cuando ciertas cartas y un retrato cayeron sobre su cabezota? Karma para ella y Karma para él. Mantis de cabecita poliédrica y giratoria, escudriñando el corazón de todo el mundo. Videmus nunc per speculum, e domani te viderán cum la lupa et lo microscopio, diría Custodio. «El Infierno es la mirada de los otros», sí señor. Y sobre todo es la memoria de los otros. Karma es, en resumen, la cárcel que en su vida y más allá de la muerte construye todo hombre con sus canallerías, mezquindades, deslealtades, traiciones, olvidos, cobardías, desaprensiones y jodiendas. Por eso las cosas que le pasan a un hombre se parecen siempre a él; lo que llamamos casualidad o suerte perra son atributos de la persona, autofatalidades, son algo así como la trenza con que cada uno va tejiendo la soga con que se ahorca. O, para no generalizar: que Esteban es responsable de todo lo que es, y, como su naturaleza viene un poco cargada de Schuld, Sorge, mesianismo y pecado hispánico de haber nacido, es responsable de todo por todos ante todo el universo, frase que te suena, sí, pero que te suena demasiado bajito, hasta el día que estalle como un trueno y, por decirlo así, te parta el alma. ¿Está claro?
ESTEBAN:
No. Huele a Teosofía de zapatero anarquista. Huele a viejo libro editado por Tor.
EL:
A azufre, huele a azufre de alta calidad y olor penetrante.
ESTEBAN:
De cualquier modo, hemos venido a parar al apellidado problema del Bien y el Mal. Te guste o no, estamos en plena Razón Práctica, versión argentina. Me suponía más original. ¿O debo decir te suponía?
ÉL:
Escúchame bien, payaso. ¿Cómo podemos haber ido a parar al problema del Bien y el Mal si a vos nunca te importó ese problema? Yo soy una ilusión de tu locura o un interlocutor real, existo o no, pero en ningún caso puedo transgredir mi propio código. No puedo articular una sola palabra que, en cierto modo, no provenga de vos.
ESTEBAN:
(Algo molesto). Eso mismo lo dije yo, hace un momento.
ÉL:
Dijiste algo parecido, no esto mismo. Hay que tener en cuenta las formas adverbiales, los tonos, las intenciones. Hoy querías a todo trance negar mi realidad, y yo no puedo permitir eso. Ahora, misteriosamente asustado, preferirías estar dialogando con el Fulminado en persona a estar hablando solo. Tampoco puedo permitirlo. Mi esencia es la contradicción, la ambigüedad. Soy el Adversario, etimológicamente hablando. Soy malo, el Malo. De ahí que, exista o no, nuestro problema no puede ser el Bien. El Bien nunca existió como problema. El Bien, suponiendo que la palabra signifique algo, es como el Ser; ahí están esa piedra o ese planeta, y esas cosas son, está bien que sean. ¿Qué hay de malo en una nebulosa, en aquel árbol zarandeado por la tormenta? El gatito se come al ruiseñor, qué bien. Nadie puede inculparlo de nada, ni a él ni al virus de la lepra ni a las arañitas que salen del huevo y devoran a su madre, como ella, antes, benévolamente se comió a su esposo. Eso es así. Llueve para abajo, el mar es salado, el Vesubio entra en erupción y sepulta a la alegre Julia Felice y al resto de los cachonderos vecinos de Pompeya. ¡Fa male! Fa bene!, ¿qué otra cosa puede hacer un volcán? Eso es el bien, el puro suceder de la inocencia ciega, sin culpa, armoniosa y equilibrada a su manera, impasible, desinteresada, bonachonamente catastrófica. Todo lo demás es el Mal. Y todo lo demás es el hombre. El homo de los griegos, el que mide, el homo que homologa y valúa. Lo que habría que preguntarse no es qué son, metafísicamente hablando, el bien y el mal, sino cuánta cantidad de mal humano le está permitido causar a un hombre, sin contravenir a la naturaleza y a sus leyes, sin romper algún delicado equilibrio.
ESTEBAN:
¿Cómo?, ¿cómo? (Inquieto). Ésa no puede ser una idea más, esas palabras no provienen de mí.
ÉL:
(Mirándolo por encima de los anteojos). Ya van a provenir. Momentáneamente, debo desaparecer. Va a hacer su entrada Etelvina. (Sale).
CORO DE LOS INSECTOS:
(Desde el parque).
¡Hossanna! ¡Hossanna!
Todo lo que es, es como es.
Y la estrella lejana,
la mariposa y el ciempiés.
Sólo una cosa está mal.
UN PAJARITO:
(En la ventana, clavándole los ojos a Esteban).
¿Cuál?
(El pajarito, que es un pinzón, se espulga un poco, se sacude, salta de la ventana al suelo y, sin cambiar demasiado, se transforma en la señorita Cavarozzi, quien, por lo visto un poco ebria, parece buscar un baño).
CORO DE LOS INSECTOS:
Juguemos en el bosque
mientras el Mal no está.
¿Mal está?
UN MAMBORETÁ:
(Comiéndose impasiblemente al coro).
Está.
(Algo, una sombra, aparece de pronto. Ha llegado por la escalera que está a espaldas de Esteban, quien bebe del pico de la botella. Durante unos segundos, el otro observa con sigilosa inexpresividad).
ESTEBAN:
(Sin darse vuelta). No seas mamarracho, sé perfectamente que estás ahí.
ÉL:
Sí, suelo emitir una corriente algo fría que se me adelanta. No te des vuelta. Puedo tener un aspecto impresionante, si no tomo precauciones.
ESTEBAN:
(Volviéndose rápidamente). Qué aspecto.
ÉL:
(Riéndose). Era una broma. Muy bien, hemos debatido sobre algunas cuestiones y te he revelado, hasta donde me es posible, la naturaleza del infierno. Qué nos falta. No es necesario que contestes; mis mejores preguntas casi siempre son retóricas. Poseo un discurso en cierto modo coral, lo que no tiene nada de extraño ya que uno de mis nombres es Legión. Vos limitate a beber, nosotros podemos hablar solos durante trece años, y en realidad vamos a hacerlo. Una de las cuestiones es ésta. Me has vendido o venderás el alma, ¿canjeado?, la palabra justa es canjeado.
Sólo que uno de los interlocutores de este prosologión apenas cree en el alma, lo cual plantea una dificultad. La otra cuestión es que todo canje supone una retribución. Muy bien. Prescindamos del alma en su acepción tradicional. Observarás que no digo neguemos. Tal vez soy, como parece, el Ángel Negador, pero hay algo que me está negado a mí: negar el alma. Alma, en este contexto o pasillo en penumbras, significa espíritu. Tus luminarias, el enrarecido y sutilísimo producto de ciertas combinatorias a las que denominamos imaginación, memoria, inteligencia, sensibilidad, pasiones. La conciencia existencial y la conciencia ética. Todo, en suma, lo que no es meramente visceral o zoológico. Eso me pertenece a mí. Lo humano y valuador, lo no simiesco del mono. Y yo a mi vez soy tu servidor y esclavo. Tu alma a mi servicio y yo al servicio de ella, en el fondo es lo mismo. Y esa colaboración o amistad morganática durante un determinado período o plazo inexorable, que no hace falta precisar ahora para no estropear una de las cosas lindas de esta vida, su incertidumbre, el olvido cotidiano de la muerte.
ESTEBAN:
No.
ÉL:
No a qué.
ESTEBAN:
No al trato. No hay trato ni veo trato alguno.
ÉL:
El trato ya está certificado y en regla; el trato fue hecho en el pasado y el pasado es irreversible. Nunca dependió de tu voluntad. Hay trato y ya hubo canje. Lo que no hay, y esto lo supiste siempre, son garantías. ¿O vamos a estar hablando toda la noche de lo mismo? Prosigo. Con todo esto se hará un libro, cosa que ya también sabías y que acabas de anunciarle, como primicia, al pinzón de la ventana. Tu obligación es escribir lo que oíste de mí, y lo que oirás. Te dejo embarullar todo y mentir cuanto quieras. Pero no falsear algo.
ESTEBAN:
Qué.
ÉL:
A mí. Yo debo ser así. O sea, casi no ser. Todo lo que concierne a nosotros, quizá, no sucede más que ahí dentro. (Le toca la frente, se alarma). Vos tenés fiebre, querido.
ESTEBAN:
Sí, siempre tengo fiebre y me duele la cabeza y, en ciertas ocasiones, me zumban los oídos. Debe significar algo, ¿no?
ÉL:
Seguramente.
ESTEBAN:
Y qué más debo o no debo hacer. No es que me importe, pero estoy esperando que termines para volver a lo esencial.
ÉL:
¿Lo esencial? Nunca hemos abandonado lo esencial. No te dejes engañar por mi tono bromista y carnavalesco. Aprendí Theologiam y Metaphisis en los más altos claustros, pero, supongo que deberías saberlo, mi habla proviene de las casas públicas, de los mercados, de las cárceles, mi reino es enteramente de este mundo y en este mundo todo puede ser dicho con vulgar eloquio.
ESTEBAN:
¿Claustros? ¿Estudiar? Hace un rato éramos autodidactas.
ÉL:
Altos claustros, dije. Cátedras fulgurantes de eminente y vertiginosa altura.
ESTEBAN:
No estarás insinuando que…
ÉL:
¿… soy en efecto un Ángel? ¿Educado en los pináculos del cielo? ¿Te gustaría? (Suspirando). Yo mismo no lo sé; me pasa conmigo lo que a Agustín con el tiempo. Volvamos a lo esencial, lugar del que nunca hemos salido. ¿Qué entendés como esencial?
ESTEBAN:
Mi libertad.
ÉL:
(Sentándose abrumado). Qué palabrota, qué manera brutal de decir lo que se piensa. Vamos a ver, ¿te referís a tu libertad para aceptar o no mis condiciones?, ¿a tu libertad existencial?, ¿al libre arbitrio?, ¿a la kantiana libertad para elegir tu ser aunque no puedas elegir tus actos?, ¿a la libertad llamada de indeterminación? ¿Es una pregunta teológica, filosófica, medieval, renacentista, moderna? ¿Tal vez una pregunta contemporánea que se ubica más allá de la decadente modernidad y exige un nuevo sistema de valores? ¿Tal vez oí mal?
ESTEBAN:
(Violentamente). Voy a agarrarte del pescuezo. Voy a acogotarte y tirarte por esa ventana, seas quien seas, y aunque no estés ahí. Voy a hacer algo absolutamente original e inesperado y del todo nacional y latinoamericano. Voy a darte una patada en el culo como nadie imaginó nunca. (Se acerca).
ÉL:
(Apreciativo). Muy bueno; rasgos como éste te han ganado nuestra simpatía, hace mucho tiempo. Ya podes calmarte y escuchar. Sos libre, en efecto. Libre en el sentido y la acepción que quieras.
ESTEBAN:
Y qué significa, entonces, eso de que haga yo lo que haga nuestro trato está dispuesto desde antes y es irrevocable. Qué significa que mi voluntad no cuenta.
ÉL:
Te lo dije al principio, el idioma español no está aún trabajado por el pensamiento, no es elástico ni lo bastante polisémico, metafísicamente hablando. (Esteban hace ademán de acercársele). Está bien, está bien: no te levantes ni pongas tu mano sobre mí. Evitaré los circunloquios… Me das miedo, te juro. Jacob combatió con Gabriel una noche entera, todo es posible. ¿Qué era lo que te preocupaba? No me ayudes, no digas nada. Primo: voluntad y libertad no son la misma cosa, ni ahora ni antes ni en ninguna parte. Nuestro contacto no fue voluntario, como no es tu voluntad que ciertos microlaberintos de tu parénquima y ciertas funciones de tu excelente hígado hayan venido al mundo extraordinariamente interconectadas, como te explicarán algún día. Secondo: Nada estaba dispuesto con anterioridad, si por dispuesto entendés el Destino, la Moira o cualquier fatalidad clásica en ese estilo. Vos estabas dispuesto, ávido, preparado, vos clamabas por nosotros de profanáis y a grito pelado desde el vientre de tu madre. Tu estructura más íntima, tu dibujo genético, tu mariposa embrionaria ya volaba hacia esta luz como una polilla nocturna hacia la vela. Tertio: Nada de lo anterior menoscaba tu libertad. Esteban pudo negarse, torcer el rumbo, elegir la otra puerta. Fínale con fuocco: Pero, hagas lo que hagas, elijas lo que quieras, me patees el culo o me lo beses, según el antiguo rito sabático, nada podrá evitar que estés vinculado a mí, adherido a mí. Este vínculo no se elige. Tu amigo Santiago, por ejemplo, nunca me tomó en serio. Nunca me aceptó; voluntariamente me negó, llevó su libertad hasta el más absoluto de los extremos. Escribió poco, eso sí, pero quién está exento, trate o no conmigo. Y de qué le sirvió. Ni siquiera va a conseguir salvar su alma inmortal, suponiendo que él la tenga.
ESTEBAN:
¿Santiago?
ÉL:
Totalmente endemoniado. Diabolizado y endiablecido potencialmente hasta la genialidad. Pero ¿cómo decirlo de un modo generoso?: mal aspectado. Con demasiado Saturno en la casa de Orfeo. Non ragionam di leí, ma gualda e passa.
(En lo que podría llamarse uno de los laterales, a la derecha del espectador, se ilumina la habitación de Santiago. Se oye un estruendo y se ve un fogonazo. Un objeto esférico, algo más grande que una pelota de ping-pong, salta desde alguna parte y rueda sobre el piso. La perspectiva del observador cambia. Como si la habitación se viera ahora a través de una lente de las llamadas ojo de pescado. Se ve la pierna de Santiago, enroscada a la pata de la silla; el brazo derecho que se bambolea, en el extremo del brazo, la mano que sostiene la pistola. Haciendo un esfuerzo, se lo ve todo. Perfectamente. Con detalles y en color. La disposición de las figuras parece filmada sobre una superficie convexa).
ESTEBAN:
(Gritando). ¡No!
ÉL:
Sí. (La habitación desaparece). Todavía nos queda un poco de satanismo medieval y de la magia simpática. Sí. Santiago acaba de matarse. (Alzando un dedo). Te pidió que te quedaras con él. Peor que pedírtelo: te lo insinuó, con recato y expectación. Con pudor argentino. Siempre fue patético y simulador. De chico se escondía a rezar en los roperos. No me preguntes cómo lo sé, porque carece de importancia comparado con lo que vos sabías. ¿Qué sabías? Sabías que se iba a matar.
ESTEBAN:
Qué estás diciendo.
ÉL:
Ahora no estoy diciendo nada, en cambio dije lo que oíste. Vos sabías, y ahora sí lo estoy diciendo, que Santiago se iba a matar. En rigor, vos lo mataste. ¿Lo viste todo, clarito y en relieve?, ¿desde el ojo? (Hace un amplio gesto circular). Todo este cinemascope te pertenece. «Todas estas imaginaciones son tuyas», ha sido escrito, venerablemente. ¿Cómo articularlo dentro de los límites de la razón pura? Es como si tu imaginación adelantara, a veces. Presbicia, es el nombre técnico. Por ejemplo, ¿no sabías que iba a suceder lo de las Máquinas que Cantan? Sí lo sabías. Entonces sucedió.
ESTEBAN:
Lo que estás diciendo es un disparate. ¿O intentas sugerir otra cosa?
ÉL:
No es ningún disparate. Pero también estoy intentando sugerir otra cosa. Sería una pena que no te dieras cuenta, que nadie se diera cuenta. Tengo que irme otra vez. (Aparte). Quien va a entrar es Verónica. (Sale).
ESTEBAN:
(Solo). Realmente, no sé lo que quiso decir. ¿Debería saberlo? (Pausa). ¿Quiso decir algo? (Trompetería. Truenos).
VERÓNICA:
Tengo la impresión de que estás hablando solo. ¿Qué haces acá arriba?
ESTEBAN:
Buscaba un baño.
VERÓNICA:
¿Lo encontraste? Hay once. Por no contar los árboles. Hablando de árboles, Roque tuvo que irse y te dejó saludos.
ESTEBAN:
No entiendo la relación.
VERÓNICA:
Los vi, hace un rato, conversando animadamente uno a cada lado del nogal. ¿Qué te pasó con Bastián?
ESTEBAN:
¿Con Bastían?
VERÓNICA:
Sí. Se fue. Dijo que en vos había algo maligno y que necesitaba hablar con Santiago, parecía un poco loco. Son más de las tres de la mañana. El vino y las tormentas les hacen mal a ustedes.
ESTEBAN:
Quiere decir que él también sabía lo de Santiago.
VERÓNICA:
¿Sabía que?
ESTEBAN:
No tiene importancia. ¿A qué subiste?
VERÓNICA:
Bueno, cómo explicarte; ésta es mi casa, no sé si eso te dice algo. Mi cuarto está ahí, a la vuelta. Y, ya que subí, voy a decirte dos cosas, que en realidad no son dos. Qué complicada me pone este pasillo, deben ser los cuadros. Primera cosa: yo que vos cuidaría un poco más a la adolescente del Ojo de Esmirna; en esta casa nadie está seguro. Hace más de una hora que está conversando, o algo, con alguien, en algún lugar.
ESTEBAN:
Ya lo sé. ¿Segunda cosa?
VERÓNICA:
Ya te lo dije, hace un momentito. Mi cuarto está ahí a la vuelta, en la galería que cruza esta galería. Supongamos que en algún momento te sientas, o te quedes, solo. No vas a creerlo, pero abajo hay un plano de la casa, colgado en la pared de la cocina.
(Verónica desaparece en la galena transversal).
ESTEBAN:
(Solo). A ella sí la entendí. Qué noche extraña y cambiante. ¿Qué irá a pasar ahora?
(Entra súbitamente un abejorro. Es dorado y hermoso y vuela ruidosamente en círculos excéntricos, a gran velocidad. En realidad se trata de un ángel).
ÉL ÁNGEL:
(En pancocoliche, con una voz extraordinariamente parecida a la del padre Custodio Cherubini).
Pasa que si no te oyo in excelsis te me hundís al Malebolge. Benedictus qui venit in nomine Domini. Si non te curo, la Bestia te convence, te criminaliza, te stupefaziona con la sua arpada lingua de ornithos. ¿Emplié bien? Estebanito, mnemosiná un poco tu intra parvulus, acordate de cuando estudiábamo il Cathecísmus per tomar la Conmunio con la linda catequista de la vuelta y ni pensábamos que usaba bombacha. ¿E il perrito overo che portamo a casa? El bien es la morada del Ser, la pegó Satanás, ma no sólo a la Naturaleza. ¿O el homo humanus que sale como la flor y es cortado non pertenece a la Natura? ¿De ande te eres que saliste? Nominame una res única, piojo o baobab, que no sea natural y toda relucida de divinidat. Convertite otra vuelta, Estebanito. Facile molto est. Il faut s’abetir y listo el pollo. ¿Non te acordás cuando stabas triste y te encerrabas a perorar il Pater Noster al ropero?
(Sale con vértigo).
ÉL:
(Volviendo a entrar). Te veo demudado. ¿Algún otro descubrimiento poco razonable? ¿Algún recuerdo súbito? ¿Alguna analogía biográfica que tiñe con luz ominosa nuestro futuro? Debo confesarte que un buen suicidio a lo Santiago también es uno de tus caminos, pero no es el momento de tocar ese tema. O, por lo menos, no tan a ras de tierra. Lo que sigue, la verdadera catástrofe de esta tragedia, ocurre en otro Camino de Santiago. Te me escabullíste esta tarde, en el Observatorio, pero no contaste con que Verónica, por razones sentimentales que no hacen a la cuestión, se hizo construir un pequeño planetario. Vas a tener que seguirme.
ESTEBAN:
Hace frío. No pienso bajar al planetario.
ÉL:
La palabra exacta no es frío. Tampoco es bajar.
(Como si la casa entera se desplazara alrededor de Esteban y el astrólogo, sin que ellos se muevan, se ve retroceder el pasillo, aparece una escalera, una puerta ventana, viene avanzando el parque y ya están en el interior del planetario).
ESTEBAN:
No me impresiona. Yo mismo puedo hacer este tipo de cosas cuando duermo. Se llama soñar.
ÉL:
Sí. Me han comentado que los sueños suceden como es debido. Yo no duermo nunca. Dicho de un modo poético: yo soy los sueños. (Apaga la luz. Enciende el proyector del planetario. En la bóveda del techo aparece la semiesfera del cielo. Nítidas y resplandecientes se ven las constelaciones del Sur. El astrólogo señala el horizonte.) «… E vidi quattro stelle, non viste mai fuor ch’alla prima gente». Ésa es otra de las muy buenas razones por las que no soy ni podría ser nórdico. ¿O yo no me enrosqué en árbol de la prima gente? «O setentrional vedovo sito, poi che privato se de mirar quelle». En cuanto a tu jactancia sobre los milagros que realizas en sueños, yo, en tu lugar, estaría sumido en negras reflexiones. Qué es la vida, por ejemplo.
ESTEBAN:
¿Qué es la vida?
ÉL:
Para el despierto, un mundo construido sobre la muerte, para el dormido, un mundo hecho de ilusiones. Tal vez habría que encontrar una existencia intermedia, algo como el sonambulismo, como la locura.
ESTEBAN:
(Irónico). El arte.
ÉL:
Por ejemplo. (Lo observa. Por fin se acerca, le da un tironcito de la manga y, cuando Esteban se inclina, le habla largamente al oído. Esteban cambia de expresión mientras escucha, con los ojos muy abiertos. El astrólogo vuelve junto al proyector). Y ahora, por favor, un poco de recogimiento. (Echa a andar el aparato. La esfera del cielo, con casi imperceptible lentitud al principio, se pone en movimiento). Ahora, querido hijo mío, hagamos silencio y respiremos apenas porque hemos llegado a este planetario para cumplir, por fin, una agradable formalidad. El viaje a las estrellas. Desentendámonos un momento de las inmóviles realidades de allá abajo, y a volar, paloma. …¡Upalalá! Este enjambre es la Vía Láctea, el llamado por los antiguos Camino de Santiago, y estamos viajando hacia las profundidades de Sagitario en una colosal órbita elíptica que parece no tener fin, ni finalidad, metidos en este planetario de juguete que, metafóricamente, viene a ser el Mundo, y que si fuera el mundo tendría un peso aproximado de seis mil trillones de toneladas. A una velocidad relativa de ciento treinta mil kilómetros por hora, metro más metro menos. No debe impresionarte. Las Híadas, de las que ya dijo su palabra Homero, viajan mucho más rápido, y puedo jurarte que hemos visto casos de estrellas volando hacia la nada a veinticinco mil kilómetros por segundo. Mirando desde arriba y a cierta velocidad, varios urgentes y patéticos tópicos de allá abajo, Graciela incluida, tienden a parecer menos formidables. ¿Qué es la vida? ¿La vida del hombre? Para que tengas una idea aproximada del ámbito donde acontecen ciertos fenómenos que Esteban y compañía llaman amor, muerte, mundo contemporáneo, belleza de una mujer, belleza a secas, felicidad, desesperación, historia humana, te voy a dar un pequeño ejemplo. Suponiendo que nuestro formidable Sol tuviera la dimensión de una mota o balín de dos milímetros de diámetro, la próxima estrella, o, ya que hablamos a escala Lilliput, el próximo moco cósmico con luz propia deberíamos colocarlo a una distancia como la que separa este parque de Ascochinga. Así es, vecino. Si el Sol tuviera el tamaño de un culo de luciérnaga no habría, en cincuenta kilómetros a la redonda, ninguna otra lucecita semejante. El hecho, en cierto modo grandioso, de que nuestra lenteja incandescente, la Vía Láctea, tenga unos cien mil millones de soles, no debe hacerte olvidar que en esta broma gigantesca que llaman Universo lo que más abunda es Nada. Por eso, mi cuate, la noche es negra. El aparente abarrotamiento de los astros es una mera cuestión de enfoque. La Tierra está situada de tal modo que miramos el cielo a lo largo de la lenteja; pero, en cuanto miramos a lo ancho… no hay más que frío y terror, silencio y soledad. Mañana te vas de esta ciudad en un ómnibus Flecha de Plata que avanzará a cien kilómetros por hora; doce horas después estarás en Ítaca, viudo de toda Penélope aunque muy bien recibido por cierto perro que te espera al pie de una escalera. La pregunta es: a esa velocidad, ¿cuánto tardaríamos en llegar hasta nuestra compañera de ruta más cercana, la Próxima de Centauro? No simules calcular, estás demasiado borracho, yo te contesto. Cuarenta y cinco millones de años. Cuatrocientos cincuenta mil siglos. No hay tiempo, Esteban, ni la noche es tan larga ni lo que queda de tu cuerpo tan incorruptible. Y aunque llegáramos, ¿qué habríamos adelantado? ¿Qué veríamos? Lo mismo que una mariposa que liba otra flor en la tumba contigua del cementerio. La misma desolación, las mismas lámparas tiritando colgadas de la misma noche. Tan lejanas, tan inalcanzables. Para el viaje que te propongo, hijo mío, hace falta estar hecho de la misma materia que la luz. Ni siquiera. De la misma materia que el pensamiento. Ni siquiera. De la misma materia que las pesadillas y los sueños. ¿Upalalá? Upalalá. Ahora hay que mirar y pensar como miran y piensan los ángeles, porque el Camino de Santiago se ha animado y la humareda que veíamos desde allá abajo es esta caótica colmena de espiras y estallidos donde vuelan encadenadas millones de falenas hermosísimas y también algo espantosas, entre las cuales ya no se distingue nuestro Sol, que acá arriba no es rey ni centro de nada, sino una de las hilachas de esta inmensa polvareda de oro y plata; y nuestro planetario, el Mundo, tan vasto y pesado con sus seis mil millones de toneladas, ha desaparecido por completo junto con las obras del hombre y su memoria, en algún lugar profundo de este circo en llamas. ¿Ves aquello, que parece el perfil inconmensurable de una mano galáctica, que parece un ave de rapiña cayendo de la nada? Es la gran nebulosa de Orion. Y esa figura espantosa que parece un águila empavonada con las alas extendidas, que parece un demonio, que parece la heráldica del Terror, es su hermana, la negra de Orion, la bahía negra, el enigma y quizá una de las llaves del Cielo. Y aquella otra todavía es la flor del nombre terrible, la nebulosa Trífida; y esta última cosa caótica que avanza hacia el oeste como un doble torrente de lava, es Ofiuco, el más grande e informe montón de materia opaca que haya mirado hasta hoy el ojo del hombre, tan denso como para ocultar las estrellas a lo largo de trillones de kilómetros, tan vasto como para que el ángel de Milton, volando a la velocidad de un cóndor pudiera caer a través de él durante quinientos millones de años sin alcanzar a ver una luz. Ésos son los castillos de la Galaxia, Esteban, sus portales; los últimos reductos, los gigantes apostados para dar miedo en los confines de nuestra islita de Pascua en forma de lenteja. No podemos ver todo, no esta noche ni en esta vida de la que sólo te tocó el piso del planetario, el destiempo de la edad y una borrachera padre. No podemos ver casi nada pero podemos sentarnos a descansar al borde del misterio y hacernos unas preguntas. ¿Cómo se formó todo esto, y lo que hay más allá? Y, ya que de alguna manera empezó todo, ¿cómo terminará? La primera pregunta no tiene respuesta, hijo mío. Vale tanto preguntarse, como los alemanes, por qué hay ser más bien que nada. En realidad, hay una respuesta, pero no sé si en tu estado actual la aprobarías. La respuesta es porque sí. Me doy cuenta, querido, la pregunta era cómo, no por qué. Bien, habrá que apelar a la poesía. Sólo hay que ponerse en la cabeza de Dios. ¿Tal vez has leído palabras como éstas en tu Poe? Mejor, te va a ser más fácil seguirme. Hay que ponerse en el lugar de algo que podemos llamar Dios o el azar en el momento de crear el universo de los astros. Muy bien, ¿cuál es la cualidad o esencia de una creación absolutamente original, o lo que es lo mismo, nacida en un acto creador perfecto? No puede ser este caos y, sin embargo, por lo que estamos viendo, eso es lo que parece que es. Ahora lo es. Lo que significa que alguna vez no lo fue. O de otro modo, que la cualidad o esencia de una creación original no pudo ser otra que la absoluta simplicidad. Basta por el momento imaginar una sola partícula. No hace falta llamarla materia, ni hace falta darle nombre alguno. Basta imaginar un punto sin dimensión o de la dimensión que quieras, y ahora basta imaginar que estalló. Como un poema. Lo demás es lo de menos. No resulta más impensable concebir un punto primigenio dando origen a todas las cosas, que concebir, a partir de la primera célula estrangulada en un pantano, la filosofía de Platón o la música de Mozart. La nueva pregunta es si sería posible probar que existió una, o tal vez más de una, partícula semejante. Claro que no es posible, pero es posible imaginarlo. Y además existe un hecho, existe por lo menos una galaxia donde hay por lo menos una estrellita o balín de menor cuantía con por lo menos un planetario de juguete con por lo menos una forma de vida sentada en el suelo con por lo menos una botella entre pecho y espalda, preguntándose qué es la vida. ¿Cuántos soles como el nuestro estarán en condiciones de haber engendrado un planeta con vida?, entendiendo por vida algo que sucede de cierto modo en la cadena del carbono, ya que un ser que proyectara su angustia y sus amores y sus pesadillas en la esfera del amoníaco no tendría mayor probabilidad de caernos simpático. Necesitamos, para empezar, una estrella enana con cierta duración, unos diez mil millones de años, y que además tenga cuantimenos un planeta que equivalga al nuestro. En la galaxia hay muy pocos, querido. Y hasta podría decirse que, en términos estrictos, el único idéntico en todo al nuestro en cualquier galaxia es justamente el nuestro. Lo cual es un rasgo de pesimismo. Y hasta de orgullo demoníaco. ¿Te lo confieso? El sol más cercano que reúne estas condiciones debería estar a unos cien años luz. ¿Llegar? Imposible. ¿Comunicarse? Más o menos probable, suponiendo que acertáramos con la dirección exacta antes de que suceda algo irreparable. ¿Qué mensaje podríamos mandar? Si son tan o tan poco inteligentes como nosotros, ya deben conocer el valor de Pi, que, al menos en nuestra galaxia, puede considerarse como un valor universal. Mensaje a las estrellas: Pi Pi Pi. Doscientos años después, la respuesta: 3,1416. No es un epistolario conmovedor, pero es algo. En el próximo millón de años ya estaríamos en condiciones de transmitirles, acaso, la llíada, y ellos tal vez contestarnos que tenemos condiciones para la poesía, que sigamos intentando. Todo esto, naturalmente, en medio de peligrosas lluvias de cometas, improbables pero posibles colisiones de estrellas, posibles y sobre todo probables guerras nucleares, porque está escrito que el ángel del Señor se acercará en la noche con pasos de ladrón mucho antes de que lleguemos a ninguna parte. Y cómo será esa minúscula catástrofe, no galáctica, no universal, sino meramente solar, nuestra, infinitesimal, pero tan dolorosa, Esteban… ¿Qué importancia tiene? Debo contarte las últimas cosas y las tristes nuevas. Volamos hacia la muerte, querido. Sobre esto no hay discusión. Vejez, suicidio o entropía. Da lo mismo. ¿Ves aquello?, ¿ves aquel fosforescente racimo situado en la Cabellera? Está a unos cuatro mil millones de años luz y lo forman unas dos mil galaxias. Se aleja de nosotros, como de la Peste, a una velocidad que es casi la mitad de la velocidad de la luz, y esa velocidad aumenta, lo que entre otras cosas significa que un día de estos dejaremos de verlo, y como pasa lo mismo con todas las galaxias y en todas direcciones, los astrónomos juran que, en un tiempo razonable, nuestra pequeña lenteja estará sola en el espacio. Pero también podrían jurar todo lo contrario, porque si en lugar de dispersarse estuvieran acercándose a un centro y lo hicieran, por decirlo así, remontando una curva como por los meridianos de un globo, veríamos hacia adelante y hacia atrás y hacia los costados, la misma fuga. ¿Y hacia arriba y hacia abajo? También. Sólo haría falta imaginar un modelo adecuado, algo así como una gran pelota de Moebius. La imaginación tiene menos límites que el universo. Lo que se aparta debió estar junto. Los hombres sabios podrán decir que no es necesario, y yo lo acepto, pero te juro que vayas o vengas, hayamos hecho retroceder la película o nos lancemos como un avispero hacia el otro lado del espacio, vamos hacia la nada. Tal vez haya algún movimiento al fin del viaje, un poco de catástrofe y apocatástasis, bastante apocalipsis, una seria precipitación de masas formidables cayendo unas sobre otras y todas contra sus vecinas, y todo finalmente unido, junto otra vez por aquella apetencia que más o menos puede describirse como la voluntad invencible que tiene toda cosa de precipitarse en la nada, cuando ya es incapaz de crear nada. Pero ¿y nosotros, los viajeros con alma del sistema del balín que rodaba en el extremo remoto de uno de los brazos de la lenteja? Bueno, debo confesarte que habremos muerto hará mucho tiempo, de una forma u otra, mucho antes de que sucedan estas cosas, habremos muerto para siempre. Claro que, a falta de Dios, podemos arrodillarnos ante el azar o la partícula. Un puntito incandescente como la Inspiración, comenzando a latir otra vez en alguna parte. La nada pariendo algo. Un nuevo estallido y, en algún recodo de ese acto de dispersión, otra vez o por última vez una islita en llamas en un archipiélago de plata y de coral, y en el cuarto brazo de ese remolino en forma de lenteja un balín incandescente proyectado hacia la constelación del Cisne, en el hemisferio norte, y hacia Carena, en el sur, y a la larga un parque con un planetario con un borracho que se pregunta por el sentido de la vida.
ESTEBAN:
La eternidad, otra vez.
ÉL:
(Sobresaltado). ¿Qué? ¿Cómo? (Apaga el proyector y enciende la luz). Caramba, querido, me asustaste. Estabas tan callado que me imaginé hablando solo. ¿Eternidad?, ¿dijiste eternidad? No, cretino. Nada de cortesías espirituales. Nada de esperanza. Sólo me dejé arrastrar por mi temperamento poético.
ESTEBAN:
¿Entonces?
ÉL:
Ya te lo dije. Nada. Ningún cielo ni infierno. Ningún retorno de todas las cosas. Ni la menor sombra de coartada, de piedad, de caridad. Este planetario fue nuestro Monte Carmelo, la noche oscura de tu alma. La vida, la vida humana, carece totalmente de sentido, es un puro azar y tal vez una enfermedad de la naturaleza. Es sagrada, eso sí, como cualquier otra forma de vida y aun de existencia. Te va a llevar mucho tiempo y unos cuantos botellones borrar de esa jeta la sonrisa irónica y darte cuenta de lo que te estoy diciendo.
ESTEBAN:
Lo que me estás diciendo es que, a pesar de todo, la vida… etcétera. Si es eso, ya lo sabía a los ocho años.
ÉL:
Me gustó ese etcétera. También me gustabas vos a los ocho años. Un huerfanito que abrió una lata de caramelos y puso su mano sobre la cara de la muerte. Las cosas han cambiado algo. Hoy la muerte acaba de poner su mano sobre tu cara.
ESTEBAN:
Según eso, estoy muerto.
ÉL:
Muerto y enterrado. Sólo que por esta vez vamos a resucitarte. Va a llevar años, eso sí. En cuanto a la vida, la vida que te espera, no es buena. Antes de que despiertes por fin como hombre humano será preciso que, en esta misma vida, hayas conocido no sólo el dolor y la locura sino la humillación, la vergüenza, la impotencia, la tristeza de lo irreparable y el horror del fracaso. Habrás debido pasar por el estado de larva, de piojo, de perro lamedor, de buey que agacha la cabeza, de mono que pela bananas en el zoológico. Habrás renegado de tu nombre, de tus padres, de tu patria, de tus creencias. Te habrán señalado con el dedo y te lo habrán metido en el culo. Habrás asistido al funeral de tus sueños, a la violación de tu pureza y a la indiferencia de tu Dios. El chiquero de Job será tu lugar de descanso y el espejo tu juez. Habrás mentido y envidiado, traicionado a los que te amaron y mendigado amor a los que te despreciaban, habrás malversado el patrimonio de tu corazón y de tu inteligencia y habrás aprendido a sonreír mientras tanto, y una noche por fin, sentado en el inodoro, te sorprenderá el Ángel del Señor con su ojo de cíclope, su sexo exfoliado, sus tres pares de alas y su vozarrón de trueno, y te dirá oh el último de los hombres, come tu mierda. Y te la comerás. Agradecido y lleno de comprensión te la comerás, llorando de agradecimiento y sabiduría, te comerás tu mierda. Y sólo entonces, y no antes de estas pruebas, serás un hombre, hijo mío.