—Vos tómalo como quieras —dije—, pero te pareces a Ligeia, una Ligeia que fuera, al mismo tiempo, un gato siamés.
—Bueno —dijiste—, es un poco mejor que lo de anoche, sin contar que anoche también me parecía a una yegua.
Garza real, Selena, larga hoja de palmera, María la egipcíaca a la que no vio desnuda el eremita Zózimo y cuyo cuerpo muerto protegió un león, típica adolescente cordobesa producida por una remota cruza entre conquistadores españoles e indias comechingones, Teresa descalza de pie árabe, joven puta aunque enigmática, niña de familia, álamo sombrío, realmente te parecías a demasiadas cosas.
—En qué quedaste pensando —preguntaste. Dije que en Poe, en que Poe afirmaba que, en la antigüedad clásica, no había modelo para los ojos de Ligeia.
—¿Y cómo sabía algo tan impresionante? —preguntaste.