—Qué le anda pasando, chango —dice Santiago. Habla sin detenerse ni mirarme, sonriendo con aquel gesto socarrón y algo distante. Nos hemos cruzado en el pasillo del hotel. Trae una toalla sobre los hombros y un mate en la mano.
—Vení —agrega, cuando ya entra en su pieza—. Préndetele a unas jodidas yerbas… Sí —dice después de escuchar un rato, sentado ahí en su cama—. Sí. Como nadar en un barrizal, pesadamente. —Se ríe y me alcanza un mate.
—Otros le llaman vivir. La vida no le sienta bien a todo el mundo.
Yo antes había dicho:
—Una laguna oleosa, y sobre todo el cansancio —y me pregunté por qué estaba hablando con el jujeño de estas cosas—, pero un cansancio como de abrirse paso en un pantano. Y siempre pienso lo mismo.
—Volverte a tu pueblo, pegarte un tiro o hacerte comunista.
—Algo así. Pero vos cómo lo sabes.
—Eh —dice Santiago.
Esto sucederá al día siguiente. Ahora todavía es de noche.