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De repente en una pantalla extraplana adosada a la pared se enciende una lucecita.

—Matilde, ¿qué es eso en el televisor?

Gira la cabeza y sonríe.

—No es un televisor, comisario. Es el monitor de control de todas las habitaciones. Como usted envió a su ayudante al piso 22.º, se van encendiendo las luces de los cuartos por los que pasa.

—Curioso, curioso. Explíquemelo un poco más detallado.

La mujer se levanta y se dirige a la pizarra. Le arreo otro mordisco al bocata y otro traguito al vino.

—Mire, esta es una casa inteligente.

Joder, debe ser lo único inteligente de por aquí, me digo, antes de que ella continúe:

—Desde la cocina se controla las dos viviendas. Las luces se encienden cuando en las habitaciones se activan unos aparatos… ¿Cómo le digo? Unos, que detectan el movimiento…

—Sensores.

—Eso, sensores.

—Vaya, vaya. Así que la cocina es como un centro de mando avanzado.

Asiente y añade:

—Mire, este botón es el que baja o sube las persianas. Este, el que apaga o enciende luces. Este, el que indica…

—Señáleme cuáles son los cuartos que corresponden a las luces encendidas en la pantalla.

—Esta es la de la biblioteca, donde están sus colegas revolviéndolo todo. Esta otra es la del piso 22.º, que al estar allí su ayudante, pues se ha encendido también. Esta otra es la del hall, en el que se hallan los que usted tiene como sospechosos y la última es…

—Ya, la cocina.

Me arreo otro trago de Colegiata y termino el cuerno de la barra. Chupo los dedos. ¡Cojonudo!

—Matilde, ¿este bicho electrónico tiene memoria?

—¿Qué quiere decir?

—Que si yo le preguntase sobre las luces encendidas a las doce de la mañana, ¿usted podría decírmelo?

—Claro. Mire.

Pulsa dos botones y en otro ajusta una hora: 12. La pantalla se ilumina con tres luces.

—Esta primera señala la cocina, donde estaba yo. Esa corresponde al despacho, ocupado por la secretaria. La última es de la salita en la que se encontraba la señora.

Pulsa otra tecla. 12:02, se lee.

—Fíjese, las luces de la salita y del despacho de la secretaria siguen encendidas. Pero la de la cocina se ha apagado al no detectar movimiento, ya que oí el timbre y salí al pasillo para abrir la puerta. ¿Ve? Se ha encendido aquella. El que entraba era el señor.

Asiento.

—Una cuestión, ¿podría poner ese reloj en marcha para que me indique qué cuartos se ocuparon en la hora siguiente?

—Claro.

Teclea algo y el reloj comienza a moverse.

A ver, se apaga el pasillo… Luz encendida en la biblioteca: el Sub se ha dirigido allí. Matilde, según la pantalla, regresa a la cocina. Se apaga la luz del despacho de la secretaria. Ha salido, posiblemente a entrevistarse con el Sub. Se enciende la del tercer baño: el escolta meando. Se apaga la de la salita, la señora sale en dirección biblioteca. Se enciende despacho secretaria, ha regresado. Las dos mujeres se han debido cruzar en el camino.

12:40, es extraño. La luz del baño lleva encendida casi tres cuartos de hora. El escolta debe sufrir de la próstata. La de la salita sigue apagada, luego la señora sigue con el señor o ¿no? La luz de la secretaria aparece desconectada: ha salido. Extraño, extraño.

Sólo encendidas biblioteca, cocina y el tercer baño. ¿Están todos en el lavabo? Ah, mira, Gorgonio, se ha encendido la del piso 22.º.

12:50. Se ilumina de nuevo el despacho de la secretaria. Tres encendidas. 12:51, se apaga biblioteca. Sólo baño y despacho secretaria. ¿Dónde está la señora? ¿La luz que corresponde a la biblioteca se desconectó al no detectar movimiento? ¿A esta hora lo mataron?

13 horas. En el monitor la luz de la biblioteca se ilumina, el baño y el despacho de la secretaria y hasta la cocina se apagan.

—¿Aquí es cuando todos ustedes se encuentran en la biblioteca contemplando el cadáver?

—Sí, fue el momento en el que la señora gritó.

—Ah, ah… Esto comienza a aclararse del todo.

—Comisario —llama Matías que ha regresado del piso superior—, arriba lo único que encontré fueron unos atriles, unos amplificadores, micrófonos, montones de cables. Hay un frigorífico sin comida ni bebida; allí sólo guarda unas barras de hielo seco de casi cinco kilos cada una. Tiene pocos muebles; hay bastante ropa sobre la cama, como si se hubiese probado varios trajes antes de decidirse, y unos guantes térmicos sobre un aparador.

—Vaya, vaya.

—¿Cómo dice, comisario? —Ha dirigido de nuevo su mirada hacia la botella vacía de Colegiata. Ya no se teme lo peor: está seguro.

—Cosas mías, inspector. Bueno, sólo me falta un detalle por dilucidar. Matías, traiga aquí al escolta.

—¿Sabe ya quién cometió el asesinato, comisario? —pregunta Matilde cuando el inspector nos ha dejado a solas.

—Sí, sólo tengo que atar un cabo.

—Si no pudiera, ate sargentos. Por atar algo, digo.

Graciosilla, la señora cocinera.

—Una pregunta, Matilde. Ante la crisis económica, ¿qué medidas adoptaría usted?

Abre mucho los ojos y responde:

—¿Qué crisis? Si este es el rollo de siempre. Cuando nos digan que hemos salido de ella, los ricos serán más ricos y los pobres más pobres.

Me gusta. Es como las Páginas Amarillas de la filosofía popular.

—Una última cosa, Matilde. ¿Desde esta central de mando se puede oscurecer o iluminar cualquier sala?

—Por supuesto.

Dos segundos después, el grito de Pepote al fondo:

—¿Se puede saber quién cojones ha apagado las luces?