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He de reponerme de la carrerita y de mis pinitos de alpinista hasta el 21.º. Voy a acomodarme en este sillón orejero de la sala. Un cenicero impoluto. Seguro que al gran sacerdote de la criminalística de este país no le molesta que fume otro cigarro.

Ahí llega Matías con un estereotipo de institutriz: gafas de diseño, moño, andares cortos, falda de tubo, pecho plano y… Ay, qué mal les quedan los tobillos anchos a las mujeres.

—Comisario, la señorita Cruz, secretaria del Subsecretario.

—Es un placer, señorita.

Elevo mi trasero del sillón y le ofrezco la mano. Me tiende la suya, tan lánguida y fría que me sorprendo de no sentirle también las escamas.

—Estoy para servirle, comisario.

Ay, ya te serviría yo a ti, que llevo años sin saber cómo huele una hembra.

—Señorita Cruz, hágame un resumen de los hechos.

—Llevaba toda la mañana encerrada en el despacho preparando la agenda al Subsecretario para la semana que próxima, cuando escuché el grito de su mujer. Salí corriendo hacia la biblioteca y me encontré a la señora Vanesa y al guardaespaldas ante el cadáver de su ilustrísima.

—¿Hubo algo que le llamara la atención?

—No. Era una mañana normal hasta que…

—Le voy a hacer una pregunta extraña, pero le rogaría que me contestase. Ante esta crisis económica, ¿qué medidas propondría usted?

Matías se revuelve como un perro de caza y la secretaria se ajusta las gafas de diseño, adopta pose de profesora y expone:

—Impondría la tasa Tobin para el flujo de capitales a nivel mundial, nacionalizaría la banca y todas las empresas de los sectores energéticos y de transporte del país. Elevaría los impuestos para las rentas muy altas y…

—Vale, señorita. Me gusta su programa. Puede retirarse.

Se ajusta la falda y se despide con una inclinación de cabeza. Tiene buen cuerpo, si no fuese por esos tobillos gruesos…

—Comisario, ¿acerco a la doncella?

—Antes cuénteme cuánta gente vive en esta planta.

Extrae su libretita, rebusca entre sus anotaciones y responde:

—Las plantas 21.ª y la 22.ª son propiedad del Subsecretario. En la 21.ª vive con su mujer, la señora Vanesa, que en realidad es su segunda esposa. La doncella llega todos los días sobre las nueve, realiza la limpieza y la comida y abandona el lugar sobre las cuatro de la tarde. La secretaria suele acudir a las ocho y sólo marcha cuando ha completado sus tareas o ha de acompañar al Sub. El guardaespaldas está siempre pegado a su Ilustrísima. Incluso hay noches que pernocta aquí si el Sub ha de madrugar.

—Ha dicho algo de la planta 22.ª. ¿Está vacía?

—En estos momentos, sí. Pero suele ocuparla el hijo mayor del Subsecretario. Es de su primera mujer.

—¿No se encontraba en la vivienda en el momento del homicidio?

—No. Está de gira.

—¿En qué gira?

—Es que es representante y productor de grupos musicales alternativos.

—Alternativos a qué.

—Lo desconozco, pero eso es lo que me han dicho.

—Bueno, supongo que serán alternativos a los que cantan y tocan bien. —Doy una calada y prosigo—: Lo de «representante» lo entiendo, pero ¿qué hace un productor?

—Al parecer es el encargado de poner el dinero, de mantener las luces y los efectos especiales para que aparezcan en perfecto estado en el escenario. Ya sabe: el rollo del humo mientras tocan…

—Ah, sí. Esa historia de los jueguecitos de luces y la niebla.

—Efectivamente, comisario.

—De acuerdo, Matías. Acérqueme a la doncella y vaya un rato a oler lo que hace y dice Pepote.