¡Maldita sea! Con lo del crío no he pegado ojo en toda la noche, estoy hecho unos zorros. «Homicidio por imprudencia», lo calificó el abogado. Y vaticinó: «Sin antecedentes penales, un máximo de cuatro años».
El rapaz no resistirá tanto tiempo a la sombra. Además, como el resto de reclusos se entere de que es hijo de un comisario, en cuarenta y ocho horas lo dejan preñado. Buf, buf, la puñetera pedagogía tiene la culpa. Si le hubiese dado un bofetón a tiempo…
—Buenos días, comisario —saluda el policía de la puerta, al tiempo que clava sus ojos en la caja de cartón que sostengo en las manos.
Correspondo al saludo, pero escapo hacia el interior por si se le ocurre entablar conversación. He de recoger mis cosas, y deprisa, firmar los papeles para la jubilación y visitar al chaval en los calabozos por si he de llevarle algo. Seguro que quiere algo de comer. Hamburguesa de caribú, como si lo viera.
En fin, alguien ha colocado un periódico encima de mi escritorio. «Hijo de comisario detenido por…», reza el titular. Esto es obra de Pepote, para joderme hasta el último día. ¿Y esto? Dos recortes de otros diarios, con dos únicas notas, muy cortas. Una es sobre un sacerdote, que en la foto aparece con cara de desgraciado. A ver…
Ajá. El cura dice que hace años empezó a tramitar su jubilación, pero aún no tiene noticias. Dice que su expediente debe de haberse perdido, y que a sus ochenta y cinco años ya se siente algo cansado.
Echo un vistazo al titular del segundo recorte, fechado unos meses después. «Anciano sacerdote muere oficiando misa»… Lagarto, lagarto.
Sitúo la caja encima de la mesa y abro los cajones. Una foto de mi ex. ¿Por qué habré guardado esto? Directa a la papelera. Otra de mi ex con mi hijo, el reo. Misma ruta que la otra. Facturas y recibos de bancos. ¿Qué hará esto aquí? A la basura. Anda, ¿esto qué es? Ah, son medallas: la del Mérito Policial, al Valor —ja, ¿a qué valor se referirá?—, la otra por… Bah, chatarra.
—Comisario…
Ah, es Matías.
—… siento lo de su hijo…
—Gracias, inspector. No se preocupe, todo tiene solución en esta vida.
—Los compañeros habíamos pensado en hacerle una comida de despedida. La gente le tiene mucho aprecio y desean regalarle una placa grabada con los nombres de todos. Claro, siempre y cuando usted lo vea bien.
—Trasládeles mi agradecimiento, pero no quiero ninguna celebración en mi despedida.
Sonríe, antes de decir:
—Usted no cambiará nunca.
Lo que me faltaba: ¡un homenaje! Al único al que voy a ir es al de mis cojones, cuando se vayan de viaje.
Seguiré con mis pertenencias. Parezco uno de esos polis de película cuando son despedidos. ¡Hostias!, Gorgonio, mira esta foto. Joder, es de mi ingreso en la policía. La volteo. «1975», leo. Es la leche, treinta y seis años ya.
En fin, necesito una temporada bien lejos. No sé, a lo mejor unos días al sol y a la playa, con un mojito fresco bajo una sombrilla… Tal vez, tal vez esa sea la solución. Lo iré pensando a lo largo del día.
—Hola, Gorgui.
La Mari me saluda desde el marco de la puerta. Alzo la vista y le sonrío, pero sigo lanzando recuerdos a la papelera.
—Siento lo del chico. Hubiese preferido detener a la lagarta.
—Y yo.
—Sé que es un mal momento, pero debes encontrar un hueco para conocer a tu hija.
—Comprenderás que…
—Lo entiendo. Tómate tu tiempo, pero espero tu llamada.
Apenas se ha alejado un paso, le pregunto:
—Mari, ¿es estudiosa la niña?
Se gira y me sonríe.
—Ha comenzado la universidad. Estudia Medicina.
—Que se especialice en lobotomías. Seguro que seré su primer paciente.
Continúo tirando papeles y fotos a la basura. No sé para qué traje la caja de cartón, si todo parece indicar que va a regresar vacía. En fin, en cuanto limpie la mesa, voy a ver al jefecillo para firmar los papeles de la jubilación y planificar mi vida de otra manera.
La voz de Pepote me llega desde el marco de la puerta.
—Sé que no nos hemos llevado muy bien, pero no quería que te fueras sin despedirme.
—Te lo agradezco.
—¿Has pensado lo que vas a hacer?
—De momento, olvidarme de todo.
—Que te vaya bien. Nosotros salimos de inmediato. Ha aparecido un cadáver descuartizado.
—Suerte.
—¿No te entran ganas de acompañarnos?
—No seas majadero. Los cadáveres son ahora todos tuyos.
Bien, la mesa del escritorio y los cajones ya están limpios. La papelera, llena. Miro la caja de cartón: ignoro para qué la he traído. Ya no queda ni rastro de mi paso por estas dependencias. Ahora he de ir a ver al jefe y que me entregue los impresos.
Toco la puerta de su despacho con los nudillos.
—¡Adelante! —grita—: Pase, Gorgonio.
¡Qué extraño! Al abrir la puerta me ha parecido observar un rictus de guasa.
—¿Han llegado los papeles?
—Siéntese. Lo primero es expresarle mi dolor por lo de su hijo…
Cierro los ojos, tomo asiento y deseo fervientemente que sea la última vez que mi trasero se apoye en este acolchado. Me tiende unas hojas petadas de timbres del Ministerio. Los leo en diagonal. «Ante su solicitud de jubilación anticipada…». Vaya rollo. «Analizada la documentación por usted presentada y teniendo en cuenta los artículos…». «La Dirección General ha resuelto dene…».
—¿Denegarla? —exclamo fuera de mí.
Me levanto y aprieto los impresos hasta que se hacen una bola en mi mano. Me atuso los cuatro pelos, me seco el sudor. Tranquilo, Gorgonio, esto ha de tener una solución. Me limito a balbucear:
—¿Por qué?
—Lo siento, Gorgonio. Al parecer, con la crisis, no están aceptando jubilaciones anticipadas para nadie.
Mierda, mierda. Los Indignados acaban de conseguir que me una a ellos.
—¿Cuánto tiempo he de esperar aún, según los burócratas de la Dirección?
—Un mínimo de dos años. La resolución para los comisarios impide su jubilación antes de los sesenta y dos.
Ya, no me lo digas. Seguro que ahora me envías con Pepote hasta ese cadáver descuartizado. Lo que voy a hacer es coger la baja por depresión, y se terminó todo. De una forma u otra he de perderos de vista.
Me tiende otro impreso, con tantos sellos como el anterior.
—¿Qué es esto?
—Léalo.
Paseo la vista por el papel, sin atender mucho a su contenido. «Vacantes en las comisarías…».
—¿Para qué me enseña esto?
—Lea la última línea. «Jefe de la comisaría de…».
—No entiendo.
—Verá, he hablado con el Jefe Superior, el señor Costales. Ambos estábamos de acuerdo en que, teniendo en cuenta su carrera, es usted la persona más indicada para ocupar la jefatura de la comisaría de…
—Ya, entiendo. Me ascienden a comisario jefe, me entregan el mando de una comisaría en el culo del mundo y así me pierden de vista.
—Joder, Gorgonio. Usted siempre pensando mal.
—¿Cuándo he de contestar?
—Como mucho, mañana.
—¿Puedo llevarme a mi equipo?
—¿A quién se refiere?
—A Matías y a la inspectora del Río.
—¿Y Pepote?
—Ese es del equipo contrario.
—Si ellos aceptasen el traslado, no veo inconveniente.
Me levanto, enciendo un cigarro, me encamino hacia la salida. En el vano de la puerta, giro, doy una calada y le informo:
—Mañana tendrá mi contestación.