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Se terminó todo. El caso es competencia de Pepote y de la Mari, yo no estoy ya con cuerpo ni ánimo para indagar sobre asesinos escurridizos que preparan crímenes para demostrar que son más inteligentes que los investigadores. «El detective descubre, el asesino crea», dijo alguien cuyo nombre ni recuerdo. Algún listillo, seguro. Ya no tengo ganas de descubrir nada. Mañana me jubilo y a otra cosa, mariposa.

Las puertas del ascensor se abren. Menos mal, porque cada vez que chirrían parecen presagiar un atasco entre dos pisos y que tocará llamar a los bomberos para que saquen a alguno por el techo. A ver, las llaves.

Ah, mi casa. Mejor dicho la vivienda propiedad del banco que durante seis lustros me ha cobrado una renta asesina de nombre hipotecario. Abro la puerta.

La imagen que contemplo desde el pasillo me revuelve las tripas. Ahí está, tumbado en el sofá con una bolsa de patatas fritas, embobado con la tele y el ordenador escupiendo mensajes sin parar. Y cada día más inflado. Un día remonta vuelo, como un globo aerostático lleno de helio. «Generación Ni-Ni», los llaman, vaya eufemismo. La solución la vio Unamuno: un poquito de hambre y el universo se expande ante uno.

En fin, como siempre, tendré que preparar la comida para los dos; no se habrá molestado ni en comprar el pan. ¡Una vejez ejerciendo de mayordomo para él! Si tuviera ácido prúsico… ¡Qué digo! No seas majadero, Gorgonio. Si la culpa es mía, por habérselo consentido todo.

—Hijo, ¿quieres unos huevos fritos? —grito desde el pasillo.

—No. Hoy no como, estoy con la depre.

Lo que te ocurre es que has zampado las patatas de todas las bolsas y las palomitas de todos los palomares.

—¿Te ocurre algo? —pregunto.

—He perdido ante mis colegas en el nuevo juego de rol.

Qué asesinatos ni narices… Esto es lo verdaderamente importante en la vida: las depresiones por perder a los juegos de rol.

—Cuánto lo siento, hijo —digo, pero por dentro me troncho—. ¿En qué consistía ese juego?

—Cada uno de nosotros teníamos que realizar una broma a alguien. Y el que consiguiese mayor repercusión mediática, ganaba.

Ni caso. A ver lo que tenemos por el frigorífico… pizzas, perritos, hamburguesas…

—Pero, hijo, ¿es que sólo sabes comer alimentos basura?

—La hamburguesa es carne de caribú y tiene mucho calcio.

—Sí, claro, en los cuernos.

«Carne de caribú», hay que joderse. Huevos, queso, chorizo, jamón… Lentejas, garbanzos, alubias, fréjoles…

—Joder, ¿por qué metes todo en el frigorífico? —grito desencajado.

Me prepararé unos huevos revueltos y cogeré una cerveza. Joder, hasta el vino de reserva lo ha metido en el frigorífico. Una añada cojonuda que se va a la mierda. Es que lo mato.

¿Dónde está el aceite? En este estante no. A ver en este. Tampoco. ¿Pero dónde cojones estará? A que lo ha guardado también en la nevera.

¡Cagüen mi madre! ¡Pero si lo ha colocado en el congelador! A este lo mato y que venga Pepote a investigar el crimen, así estaré seguro de que nunca se resolverá.

Ya se me quitaron las ganas de cenar. ¡A la mierda todo! Una cerveza y a la cama cuanto antes o me pierdo y le asesto un botellazo con el aceite congelado. En fin, fuera la anilla de la lata y un traguito. Hostias, pero si está caliente.

—¿Cuándo metiste la cerveza en la nevera?

—Hace un minuto. Es que se me olvidó sobre la vitrocerámica.

Buf, tranquilo, Gorgonio. Respira despacio.

Nada, no aguanto más. Ahora mismo lo largo del sofá y que vaya para la puta calle a hacer footing o a pasear el perro de la vecina. Ay, el perro de la vecina, el Bichón Frisé. Quién vería al nene, con su metro noventa y doscientos kilos, paseando el perrito de los huevos. Para filmarlo y ponerlo en el You Tube. A visitas no nos ganaba nadie.

A ver qué hace el inútil este. Hala, se ha movido. Ahora está boca abajo en el sofá con el brazo derecho colgando. ¿Se habrá muerto? En fin, serénate Gorgonio, un poco de diálogo padre e hijo no vendrá mal.

—Entonces, ¿qué te ocurre?

—Que estoy deprimido.

—¿Por qué a todos los deprimidos os da por no hacer nada en vez de poneros a cavar zanjas?

—Es que la depresión es muy grande.

—Bueno, hijo, hala, cuéntale a tu padre qué te pasa.

—El puñetero juego de rol.

—Ya, ya, el juego de rol en el que perdiste. Esa broma que no tendrá repercusión mediática. Vale, ¿pero qué pasó?

Se voltea panza arriba.

—Verás, es que me correspondía jugar a mí, pero era obligatorio identificarse al final… Y se me olvidó.

—No te entiendo.

Entonces me muestra una nota con sus datos personales bajo la leyenda Pieza criminal.

—Tenía que hacer la gamberrada, pero luego identificarme. Y se me olvidó introducir la cuartilla en el sobre.

—Que iba dirigido al certamen de relatos cortos de…

—¿Cómo lo sabes?

Respiro hondo.

Una maldita gamberrada.

Ay, Gorgonio, definitivamente alguien te ha echado el mal de ojo.

—Hijo, ¿es muy importante para ti ganar en ese juego? —digo calmo y le paseo la mano sobre la cabeza.

—Vital, papá. Sería el más popular de la pandilla.

—Entonces, te voy a dar una buena noticia.

Abre mucho los ojos y se queda mirándome como un búho.

—Dime, dime.

—Verás, has ganado por mucha diferencia el juego de rol.

—¿De verdad?

—Sí. Mañana serás portada en todos los periódicos.