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El inspector se acerca acompañado de una chica… No, de una hembra. La huelo desde aquí. Joder, y ahora la veo. Vaya par de…
—Comisario, la señora Vanessa. La mujer del Subsecretario.
—A sus pies, señora.
Me extiende la mano. Hago una genuflexión.
Qué piernas. Esta fue top model antes que subsecretaría consorte, que lo digo yo.
—Es usted muy amable, snif. —Acerca un pañuelo verde de seda a su nariz—. ¿Quién ha podido hacer esto? Snif. ¿Será un atentado terrorista?
—No parece, pero hay que estar atentos a lo que diga mañana algún periódico del mundo.
—Snif. Estoy a su disposición, comisario.
Ay, no me diga eso que ya me imagino la disposición en la que la coloco.
—Cuénteme lo que sabe.
—Mi marido llegó sobre las doce. Snif. Le di un besito de bienvenida y me dijo que tenía trabajo. Y se encerró en la biblioteca con el guardaespaldas. Snif. Hacia la una me dirigí de nuevo a verle, por si quería algo de almorzar. Allí estaba, con la cabeza sobre la mesa, sangrando por la nuca. Grité. Snif. Recuerdo que asusté a Peggy…
—¿Quién es Peggy, señora?
—Es nuestra cerda vietnamita, que se acurrucaba a los pies de mi marido. La pobre se había orinado del susto.
Explicado lo del charco de agua.
—¿Quién más se encontraba en la casa en esos momentos?
—El guardaespaldas, la secretaria de mi esposo y la doncella.
—Gracias, puede retirarse. Si la necesito para algo, ya la llamaré.
Ay, Dios, que andares. Esas nalgas poderosas y respingonas que se adivinan podrían ser el móvil de cualquier asesinato. Debo pensar rápido algo para necesitarla:
—Una cosa más, señora Vanesa.
Se gira; sus ojos color mar me hechizan.
—Las que usted quiera.
—Si yo le preguntase cuál es la solución a la actual crisis económica, ¿qué me respondería?
El inspector ha quedado perplejo, pero ella me guiña un ojo.
—Ay, como es usted, comisario, pues, ante la crisis yo recomiendo los tonos claros.
—Gracias, madame.
El contoneo se aleja. Ay, si yo fuera un decrépito detective de novela negra espantando una horrible borrachera en mi despacho de cualquier callejón de Brooklyn con los pies encima de la mesa y mi rostro oculto tras el Fedora, seguro que entraba ella a proponerme un caso que no podría rechazar y arruinaría mi vida para…
—Comisario, ¿por qué le ha efectuado esa pregunta?
Otro sueñus interruptus.
—Cosas mías, Matías. Usted tráigame al guardaespaldas.