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Buf, vaya día. ¿Quién me mandaría levantarme de la cama? Piso 20.º. Ánimo, Gorgonio, ya sólo queda uno. Joder, ¿para esto vine corriendo?
Ya estoy aquí. Hala, la puñetera cinta de POLICÍA-NO PASAR. ¡Que se vaya a la mierda Pepote y sus escenitas del crimen! Rompo el precinto y me adentro en la vivienda. Matías llega a mi encuentro.
—¿Qué tal se encuentra, comisario?
—He tenido días mejores. A ver, ¿dónde está el fiambre?
—Acompáñeme.
Le sigo por un pasillo enorme en el que podría instalarse un circuito de karts. A la derecha, un hall, en cuyos sillones hay cuatro personas sentadas entre dos uniformados de pie que las custodian y… Joder, un cerdo vietnamita negro de mascota. Desde que el George Clooney confesó que paseaba a uno, todos los monos del planeta se compraron el suyo. Ocurrió lo mismo cuando Felipe González dijo que cultivaba bonsáis, los simios del universo se hicieron con una maceta.
—¿Quiénes son esos, Matías?
—Los que estaban en la vivienda en el momento en el que produce el homicidio.
Cuando sea famoso pasearé por una peatonal con un banquero atado a una correa y le pondré bozal. Ya verás cómo se pone de moda y todos los chimpancés del mundo adoptan uno como fetiche.
El inspector me conduce hacia la última sala. Se distinguen estanterías con libros hasta el techo. Debe de ser la biblioteca de la casa.
Pepote y sus dos ayudantes, pululan por la estancia enfundados con mascarillas, guantes de látex, protectores en los pies y gorros verdes, dan miedo. Joder, parecen carniceros del Lidl o que se hubiese decretado una pandemia de peste porcina.
Les acompaña un señor sentado y trajeado. Tiene sangre en la nuca y la cara estampada sobre una mesa de escritorio.
Buf, ¡qué frío hace en esta biblioteca! Deben de tener el aire acondicionado a todo volumen. O igual soy yo que estoy destemplado con la sudada que me he pegado.
—Gorgonio —grita Pepote—, ¿cómo se te ocurre entrar fumando en la escena de un crimen? Sal de aquí de inmediato. Pero ¿cómo han podido admitir en la Policía a alguien con el nombre de Gorgonio?
Está mal follado, que lo digo yo. Hala, ahí te quedas tú y tu puñetera escena. El Grissom hispano, je. Si supieras la disección que le he efectuado a tu libro en mi morgue particular, te daba un síncope.
Me quedo en el pasillo, fuera de su escenita, y le pregunto al inspector:
—Matías, ¿qué ha encontrado ese mamarracho?
Saca la libreta en la que anota todo lo que ve, oye, huele, palpa, degusta y sospecha. Aunque no le sirve para nada a ese cerebro que bautizó la virgen de Covadonga, a mí me gusta así. Este es mi Matías. Si no fuera por él, con este Alzheimer galopante que me corroe, no sería nadie. Bueno, no es que con él tampoco sea gran cosa.
—Verá, comisario, según el jefe de la Científica, don Pedro del Pote…
—Pepote —atajo.
Carraspea.
—Según él, la muerte se ha debido producir por varios golpes en la cabeza con un objeto contundente que debía encontrarse a una temperatura elevada, posiblemente incandescente…
—¿Incandescente?
—Sí. Alrededor de las heridas se presentaban quemaduras.
—Curioso. ¿Se ha encontrado el arma?
—No, ni rastro.
—¿Por qué tienen a todo gas el aire acondicionado en la biblioteca?
—Perdón, comisario, nadie ha puesto el aire acondicionado.
En fin, seré yo que ando destemplado.
—¿Algo anormal en la escena del crimen?
—Un charco.
—Un charco… Ya pensaré en eso luego. ¿Se escaparía el asesino con el arma?
—No es posible, comisario.
—¿Por qué lo asegura con esa rotundidad?
—Hay una cámara de seguridad en el pasillo. Después de que el Subsecretario y su escolta entraron en la vivienda no salió nadie.
—Curioso, un escolta. ¿Qué alega ante su cliente asesinado?
—No se lo explica. Dice que no le dejó ni un momento a solas.
—Luego, el asesino se encuentra entre los habitantes de la casa.
—Es lo más probable, pero nadie vio nada anormal.
—Esto tiene toda la pinta de Asesinato en el Orient Express: entre todos lo mataron y él sólito se murió.
—¿Cómo dice, comisario?
—Nada, cosas mías. En fin, habrá que ir interrogando a todos. Vaya trayéndomelos de uno en uno según el orden en el que encontraron el cadáver.
—Ahora mismo, comisa…
—Otra cosa, inspector. Pepote, ¿ha encontrado alguna huella o prueba?
—Anda obsesionado con una mosca.
—¿Una mosca?
—Sí. Al parecer, cuando golpearon al Subsecretario y antes de que su cara chocase contra la mesa, su frente atrapó una mosca en pleno vuelo.
—O sea, que el fiambre se colocó la mosca de calcomanía.
—Así es.
—¿Por qué le obsesiona a Pepote?
—Dice que ese díptero demostrará cuándo y dónde lo mataron. Que los insectos y sus larvas hablan y le mostrarán si el cuerpo fue trasladado de lugar o si todo se produ…
—¿Que las moscas hablan? Je, dentro de poco hablará con dragones por los pasillos. Hala, Matías, nosotros a lo nuestro: a buscar una anomalía.