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Doy la última calada a la colilla y la aplasto en la tierra de una maceta que exhibe un geranio de plástico. Observo la pantalla con la imagen detenida de las cuatro posibles armas: paraguas negro y banderín con líneas horizontales, rojas, cámara sobre el trípode y objetivo apuntando hacia el árbitro. Ahora dirijo la mirada a los mismos objetos reposando en el rincón: todos inofensivos, tan virginales como cuando salieron de fábrica. Pepote, como es habitual, se habrá equivocado y nos conducirá al abismo…
—Se llama Pepe Calabozo —las palabras de la inspectora, señalando la pantalla, me sacan del sopor—, tiene veintitrés años, ha sido soldado profesional y ahora regenta una sidrería. Es uno de los jefes de los Ultra Boys del Sporting. Ha sido detenido en varias ocasiones acusado de agredir a los árbitros con paraguas.
Vaya joya. Me giro hacia Quini, que intuye lo que quiero.
—La dirección del Sporting le ha negado la entrada al campo. Por eso le veis con gabardina, gafas, bigote postizo y sombrero.
En fin, hago un gesto con la mano a Matías para que lo traiga.
Un individuo con la cabeza rapada y tatuajes del escudo del Sporting en la nuca y el cuello entra a empujones del inspector. Ha visto a Quini y se cuadra, como si estuviese ante el Gran Capitán.
—Pepe, responde a lo que te pregunten —ordena Quini.
El otro asiente.
—A ver. Calabozo —digo, al tiempo que enciendo un pitillo—. ¿Por qué iba usted disfrazado?
—Para colarme en el estadio sin que me reconocieran.
—Y matar al árbitro.
—Yo no he matado a nadie.
—Pero hubiese querido matarle.
—Claro. ¿A quién se le ocurre señalar que lo de Morán era un fuera de juego?
—¿Por qué llevaba paraguas?
—Amenazaba lluvia.
—Mientras lo esgrimía frente al árbitro, ¿qué le gritaba?
—«Me cagüen tu puta madre. Si entro ahí te arranco la cabeza».
—Sus deseos se cumplieron.
—¿Cómo dice?
—La cabeza, que se la arrancaron.
—Sólo sé que yo no fui ni nadie de los míos.
—¿Por «míos», a quiénes se refiere?
—A los Ultra Boys. Estaban todos en el Fondo Sur. Ninguno pudo lanzarle nada desde la grada Oeste.
—¿Y si le digo que le dispararon desde el Este?
—¿Este? —Me mira, frunce el ceño y añade—: Imposible. Vi con mis propios ojos como la nuca le estallaba. Por el sitio del campo que ocupaba el árbitro, eso sólo ocurre si se le lanza algo desde…
—Muchas gracias, señor Calabozo —digo, y alzo las cejas al inspector indicándole que lo saque.
Es evidente que el tatuado hubiese matado sin dudar al árbitro en aquellos momentos; sin embargo, su mente parece algo corta para planificar un homicidio de este calado. Hum, pero la inspectora ha dicho que había sido soldado profesional. A lo mejor, construir un arma es para él pan comido.
—… treinta y dos años, cámara de la televisión autonómica…
La inspectora ha comenzado a leer el currículo del siguiente y, absorto en mis memeces, ni he oído su nombre.
—… antiguo mecánico y socio del Sporting desde…
Otro que también lo quería matar, como si lo viese. Me vuelvo hacia Quini solicitando chismorreos.
—Javierín es muy querido por los jugadores y la afición. Lleva trabajando de cámara desde que el equipo está en Primera. Su única debilidad es darle mucho al alpiste…
Instantes después, el inspector se acerca con un sujeto esmirriado y sin afeitar. Vaya, el tío tropieza y se estampa contra el suelo. ¡Vaya golpe! Matías le ayuda a erguirse y le alcanza una silla. Lo sienta. Buf, el muchacho debe estar conmocionado aún por el golpe: la cabeza se inclina hacia la izquierda.
—Hala, Javierín, diles lo que viste —anima Quini.
El chico alza la frente, abre los párpados con dificultad mostrando sus ojos enrojecidos y dice:
—A Elvis. Hip. He visto a Elvis Presley en calzoncillos.
Joder, hoy el pájaro se ha empachado de alpiste.